LA EVOLUCION DE YAHVE-JEHOVA
Por Hernán Toro
http://www.escepticoscolombia.org
El "dios judeocristiano" es un término incorrecto. A lo largo de la historia, este vocablo ha representado diversas concepciones teológicas mutuamente excluyentes. Aunque los cristianos modernos muestran sus escrituras como un bloque monoteista estricto, en realidad el dios hebreo primitivo era muy distinto del Dios Padre adorado actualmente por los protestantes, católicos y ortodoxos.
Los hebreos primitivos no creÃÂan en un único dios. Su teologÃÂa no era monoteÃÂsta sino henoteÃÂsta: creÃÂan que existÃÂan varios dioses, pero sólo adoraban uno.
El motivo era supersticioso: si no adoraban al dios con el que "se aliaban", éste los aplastarÃÂa inmisericordemente. Las evidencias textuales del henoteÃÂsmo hebreo inicial son patentes para quienes no se dejan cegar por la "sana hermenéutica" de los mercaderes espirituales modernos.
AsÃÂ, textos como "Dios se levanta en la reunión de los dioses; en medio de los dioses juzga" presentan a Yahvé-Jehová como la deidad principal en una asamblea de dioses menores. En la misma lÃÂnea, y a pesar de los intentos de los traductores modernos para camuflarlo, el primer mandamiento tiene una perspectiva perfectamente henoteÃÂsta: "No tendrás dioses ajenos DELANTE de mÃÂ".
Un Dios todopoderoso e inteligente que hubiera pretendido dar un mensaje monoteÃÂsta en vez de uno monolátrico, hubiera dicho algo como: "yo soy el único dios real" o "no existen más dioses que yo". Pero su mandato real es ser adorado por delante de los demás dioses ajenos que no descarta.
En la misma lÃÂnea está: "No vayáis detrás de dioses ajenos, de los dioses de los pueblos que están en vuestros contornos, porque Yahve-Jehová, tu Dios, que está en medio de ti, es un Dios celoso; su furor se inflamarÃÂa contra ti y te harÃÂa desaparecer de sobre la tierra".
Aquàno sólo no enseña la inexistencia de otros dioses, sino que los acepta pero advierte sobre no seguirlos pues Yahvé-Jehova es celoso y vengativo... actitud divina bastante imbécil esa de sentir celos de seres inexistentes.
La monolatrÃÂa hebrea primitiva con el tiempo evolucionó en un monoteismo estricto, que consideraba falsos a los demás dioses que otrora reconocÃÂa. Esta fase del concepto hebreo de Dios es popular pues es la más publicitada actualmente y hay centenares de textos que la demuestran.
Esta Divinidad era todopoderosa: todo ocurrÃÂa según su deseo; bien y mal eran creados por él.
Un residuo textual "fósil" de esta fase teológica se encuentra en un texto de IsaÃÂas muchas veces "suavizado" por los traductores modernos: "Que formo la luz y crÃÂo las tinieblas, que hago la paz y crÃÂo el mal. Yo Yahve-Jehová que hago todo esto". A partir de esta fase, la religión judÃÂa y sus descendientes cristianas e islámicas, han buscado constantemente explicar el bien y el mal en el mundo. Siguiendo los lineamientos básicos de Bart Ehrman, las fases siguientes de este proceso explicativo quedaron plasmados en la Torá y la Biblia Cristiana.
Tras sus triunfos militares iniciales con David, el pueblo de Israel creÃÂa que una deidad todopoderosa los habÃÂa elegido como protegidos y los habÃÂa librado de su esclavitud en Egipto.
Después de asentarse en la "tierra prometida", establecieron su reino alrededor del Templo en la época de Salomón, pero con el paso del tiempo, Israel fue vÃÂctima de tremendos reveses militares, siendo el Exilio en Babilonia tal vez el mayor de ellos. Al buscar explicación de por qué el pueblo elegido era vÃÂctima de sus enemigos, apareció otra fase de desarrollo teológico: el movimiento profético.
En esta ridÃÂcula concepción, los males experimentados por Israel eran el resultado de su idolatrÃÂa: al abandonar la fe verdadera, Yahvé-Jehova mismo habrÃÂa enviado castigos para regresar a su pueblo por el camino recto. A esta mentalidad, poco importaba que niños inocentes fueran estrellados contra el piso, que mujeres embarazadas fueran asesinadas haciéndolas abortar a punta de espada, que bebés de pecho murieran de inanición y sed, y que mujeres justas del pueblo idólatra terminaran cocinando y comiéndose sus propios hijos… la "bondad" de Yahvé-Jehova era incuestionable, pues lo que a primera vista "parecÃÂan" actos abominables enviados por un demonio celeste aborrecible e injusto, en realidad eran "Justicia Divina" para corregir la idolatrÃÂa de su pueblo.
Luego de la deportación, los hebreos comenzaron a experimentar otro tipo de mal: adversidades terribles debidas a su observancia de la Ley de Dios.
Por ejemplo, dos siglos antes del nacimiento de Jesús, el gobernador Sirio de Palestina persiguió a los hebreos por seguir la Ley de Yahvé-Jehova.
¿Cómo era posible entonces que siguieran sufriendo, si cumplÃÂan con su parte del pacto, y si Dios habÃÂa prometido bendiciones por ello? La respuesta por primera vez fue medianamente inteligente y dio origen a una nueva fase teológica: el movimiento Sapiencial.
En éste se reconoció que el mal del mundo no siempre era un castigo sino que era inherente a la existencia: los ricos abusaban de los pobres, los ejércitos extranjeros aniquilaban pueblos, la adversidad diezmaba sin contemplaciones.
¿Pero cómo se podÃÂa entender esto si Yahvé-Jehova era bueno? La respuesta aún subsiste en nuestra cultura: el mundo estaba en guerra debido a un ser malvado, opositor a Yahvé-Jehova: Satán.
Esto limpió la faceta negativa de Dios como creador de la maldad pero puso un nuevo aprieto teológico: ¿Cómo podrÃÂa ser que Dios permitiera estos males si era justo? La respuesta fue una evasiva desesperada: seguro la situación injusta de ese entonces no iba a durar para siempre... Yahvé-Jehova intervendrÃÂa muy, muy pronto para acabar para siempre el mal y restaurar la perfección en la Creación, arruinada por el Opositor.
Ese fue el origen del pensamiento apocalÃÂptico, del cual Jesús de Nazaret fue el exponente más famoso. De las pocas predicciones atribuibles con seguridad a él, están los pequeños apocalipsis sinópticos en los que pronosticó fallidamente un fin inmediato. Pablo hizo eco a estas ideas apocalÃÂpticas del Nazareno y garantizó incluso en "Palabra de Dios" que él no morirÃÂa antes del fin.
Es claro que el fin inminente no llegó, y que el falso profeta de Nazaret y su émulo de Tarso estaban equivocados. Entonces… ¿cómo se podrÃÂa interpretar esto? ¿Por qué el buen Dios no arreglaba su creación perfecta? Una actitud fue la que siguió el cristianismo actual: estableció Iglesias, mantuvo su adoración, deificó a Jesús, y siguió creyendo que algún dÃÂa llegará el Reino de Dios, asàsea post-mortem.
La otra respuesta fue sorprendente y brillante: Tal vez Yahvé-Jehova no era un dios bueno y perfecto; tal vez era inepto, indiferente o malo. Si se juzga un árbol según sus frutos, ¿cómo se podrÃÂa juzgar al creador de un mundo repleto de sufrimiento y de mal?
La respuesta de la última fase judeocristiana fue la aceptación de un universo inherente malo, creación de un dios inferior, un "demiurgo" incompetente, y que por primera vez en la historia, el verdadero Dios Supremo, Trascendente e Inefable, se habÃÂa comunicado con los hombres por medio de Jesús para despertar en ellos la consciencia de su naturaleza real.
Al reconocer que éramos chispas divinas del Dios Supremo, y que estábamos atrapados en un mundo denso, imperfecto, el hombre se liberarÃÂa y se salvarÃÂa a sàmismo. Este fue el surgimiento del gnosticismo cristiano: una respuesta radical ante el fracaso estrepitoso de la apocalÃÂptica, y el anquilosamiento mediocre de las corrientes cristianas paulinas.
El verdadero Gnosticismo Cristiano se conoce ahora muy bien gracias a los textos descubiertos cerca de la población egipcia de Nag Hammadi, en 1945. Es una serie de códices escritos en copto copiados cerca al 320 EC, que después de Qumrán, es el hallazgo arqueológico más importante del siglo XX. Esta biblioteca incluÃÂa entre otros textos paganos, judÃÂos, y cristianos, apócrifos tan importantes como El Evangelio de Tomás y el de Felipe.
A partir de este punto, las especulaciones gnósticas comenzaron a generarse a ritmo creciente: incorporando elementos del platonismo medio, retornando en ocasiones a elementos de sus raÃÂces judÃÂas, y con elucubraciones febriles, los gnósticos empezaron a tratar de justificar la imposible Teodicea: cómo a partir de un ser inefable y perfecto, pudo surgir el mal del mundo.
Las respuestas con diversos matices, van en la lÃÂnea de señalar la perfección de las cualidades divinas: por su perfección estas cualidades deberÃÂan tener existencia por sàmismas, y emanarÃÂan desde la Divinidad Inefable. A estas emanaciones se las llamaba "Eones"; entre ellos se encontraban el Silencio de Dios, la Soledad y la SabidurÃÂa Divina (SofÃÂa).
Al parecer, tras la emanación inicial del Pleroma (conjunto de todos los eones divinos) se habrÃÂa producido una catástrofe que en algunas ramas del gnosticismo, se debÃÂan al anhelo de algún Eón (a veces Logos, a veces SabidurÃÂa) de conocer antes de tiempo la Naturaleza Divina.
Este anhelo justo y bueno, pero en un momento erróneo, hizo que el Eón saliera del Pleroma a la manera de una especie de Pecado Original. SerÃÂa este Eón caÃÂdo el que después de complejas interacciones habrÃÂa creado la materia y el cosmos. Este Eón, en algunas corrientes gnósticas, serÃÂa identificado con el imperfecto Demiurgo o creador del Universo, y se igualarÃÂa al dios inferior, incompetente y necio de las escrituras JudÃÂas.
La parte final de esta historia es bien conocida: a punta de sangre y fuego, las facciones cristianas originales lucharon por posicionarse, y la versión triunfadora del mito declaró "hereje" a las versiones restantes (la historia la escriben los triunfadores), los gnósticos terminaron exterminados en la hoguera por sus "amorosos "hermanos cristianos a lo largo de todo el medioevo.
La promesa de Jesús de un reino de Dios con justicia, paz, amor, y bienestar para toda la humanidad, se transformó por arte de magia en una Institución Eclesial policiva, que seguirÃÂa eternamente, en un mundo cada vez más podrido, injusto e inhumano. Y la venida inminente del Reino que se darÃÂa en el Siglo I, siguió demorándose durante dos mil años, y seguirá atrasándose "per secula seculorum" (por los siglos de los siglos).
Por último, de la versión Paulina del Cristianismo, emanaron todo tipo de troncos (catolicismo, ortodoxia y protestantismo) y centenares de ramas secundarias, cada una de ellas con la única religión verdadera y únicas herederas de la fe en el demonio henoteÃÂsta de los hebreos primitivos.
El análisis histórico lo muestra claramente: De un dios entre todo un panteón, a un monoteÃÂsmo con una divinidad caprichosa y sanguinaria, pasando por un dios en lucha con un antidios, para terminar en una deidad incompetente creadora de un mundo imperfecto contrapuesta a un Dios inefable que se comunicó con la humanidad por primera vez a través de Jesús, el concepto judeocristiano de Dios no es el de un padre amoroso de la humanidad que se haya revelado gradualmente a sus hijos según cierta "economÃÂa de la Salvación" enrevesada y tonta... Es sólo un mito supersticioso previo a la edad del bronce que se ha modificado y amoldado gradualmente al avance cultural de las sociedades que lo han idolatrado, justo como una especie biológica se adapta evolutivamente a los cambios ambientales.
La historia del desarrollo teológico judeocristiano es una muestra más de que ese concepto de dios es un mito que solo existe en las cabezas de quienes doblegan su razón ante fábulas prehistóricas.
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El "dios judeocristiano" es un término incorrecto. A lo largo de la historia, este vocablo ha representado diversas concepciones teológicas mutuamente excluyentes. Aunque los cristianos modernos muestran sus escrituras como un bloque monoteista estricto, en realidad el dios hebreo primitivo era muy distinto del Dios Padre adorado actualmente por los protestantes, católicos y ortodoxos.
Los hebreos primitivos no creÃÂan en un único dios. Su teologÃÂa no era monoteÃÂsta sino henoteÃÂsta: creÃÂan que existÃÂan varios dioses, pero sólo adoraban uno.
El motivo era supersticioso: si no adoraban al dios con el que "se aliaban", éste los aplastarÃÂa inmisericordemente. Las evidencias textuales del henoteÃÂsmo hebreo inicial son patentes para quienes no se dejan cegar por la "sana hermenéutica" de los mercaderes espirituales modernos.
AsÃÂ, textos como "Dios se levanta en la reunión de los dioses; en medio de los dioses juzga" presentan a Yahvé-Jehová como la deidad principal en una asamblea de dioses menores. En la misma lÃÂnea, y a pesar de los intentos de los traductores modernos para camuflarlo, el primer mandamiento tiene una perspectiva perfectamente henoteÃÂsta: "No tendrás dioses ajenos DELANTE de mÃÂ".
Un Dios todopoderoso e inteligente que hubiera pretendido dar un mensaje monoteÃÂsta en vez de uno monolátrico, hubiera dicho algo como: "yo soy el único dios real" o "no existen más dioses que yo". Pero su mandato real es ser adorado por delante de los demás dioses ajenos que no descarta.
En la misma lÃÂnea está: "No vayáis detrás de dioses ajenos, de los dioses de los pueblos que están en vuestros contornos, porque Yahve-Jehová, tu Dios, que está en medio de ti, es un Dios celoso; su furor se inflamarÃÂa contra ti y te harÃÂa desaparecer de sobre la tierra".
Aquàno sólo no enseña la inexistencia de otros dioses, sino que los acepta pero advierte sobre no seguirlos pues Yahvé-Jehova es celoso y vengativo... actitud divina bastante imbécil esa de sentir celos de seres inexistentes.
La monolatrÃÂa hebrea primitiva con el tiempo evolucionó en un monoteismo estricto, que consideraba falsos a los demás dioses que otrora reconocÃÂa. Esta fase del concepto hebreo de Dios es popular pues es la más publicitada actualmente y hay centenares de textos que la demuestran.
Esta Divinidad era todopoderosa: todo ocurrÃÂa según su deseo; bien y mal eran creados por él.
Un residuo textual "fósil" de esta fase teológica se encuentra en un texto de IsaÃÂas muchas veces "suavizado" por los traductores modernos: "Que formo la luz y crÃÂo las tinieblas, que hago la paz y crÃÂo el mal. Yo Yahve-Jehová que hago todo esto". A partir de esta fase, la religión judÃÂa y sus descendientes cristianas e islámicas, han buscado constantemente explicar el bien y el mal en el mundo. Siguiendo los lineamientos básicos de Bart Ehrman, las fases siguientes de este proceso explicativo quedaron plasmados en la Torá y la Biblia Cristiana.
Tras sus triunfos militares iniciales con David, el pueblo de Israel creÃÂa que una deidad todopoderosa los habÃÂa elegido como protegidos y los habÃÂa librado de su esclavitud en Egipto.
Después de asentarse en la "tierra prometida", establecieron su reino alrededor del Templo en la época de Salomón, pero con el paso del tiempo, Israel fue vÃÂctima de tremendos reveses militares, siendo el Exilio en Babilonia tal vez el mayor de ellos. Al buscar explicación de por qué el pueblo elegido era vÃÂctima de sus enemigos, apareció otra fase de desarrollo teológico: el movimiento profético.
En esta ridÃÂcula concepción, los males experimentados por Israel eran el resultado de su idolatrÃÂa: al abandonar la fe verdadera, Yahvé-Jehova mismo habrÃÂa enviado castigos para regresar a su pueblo por el camino recto. A esta mentalidad, poco importaba que niños inocentes fueran estrellados contra el piso, que mujeres embarazadas fueran asesinadas haciéndolas abortar a punta de espada, que bebés de pecho murieran de inanición y sed, y que mujeres justas del pueblo idólatra terminaran cocinando y comiéndose sus propios hijos… la "bondad" de Yahvé-Jehova era incuestionable, pues lo que a primera vista "parecÃÂan" actos abominables enviados por un demonio celeste aborrecible e injusto, en realidad eran "Justicia Divina" para corregir la idolatrÃÂa de su pueblo.
Luego de la deportación, los hebreos comenzaron a experimentar otro tipo de mal: adversidades terribles debidas a su observancia de la Ley de Dios.
Por ejemplo, dos siglos antes del nacimiento de Jesús, el gobernador Sirio de Palestina persiguió a los hebreos por seguir la Ley de Yahvé-Jehova.
¿Cómo era posible entonces que siguieran sufriendo, si cumplÃÂan con su parte del pacto, y si Dios habÃÂa prometido bendiciones por ello? La respuesta por primera vez fue medianamente inteligente y dio origen a una nueva fase teológica: el movimiento Sapiencial.
En éste se reconoció que el mal del mundo no siempre era un castigo sino que era inherente a la existencia: los ricos abusaban de los pobres, los ejércitos extranjeros aniquilaban pueblos, la adversidad diezmaba sin contemplaciones.
¿Pero cómo se podÃÂa entender esto si Yahvé-Jehova era bueno? La respuesta aún subsiste en nuestra cultura: el mundo estaba en guerra debido a un ser malvado, opositor a Yahvé-Jehova: Satán.
Esto limpió la faceta negativa de Dios como creador de la maldad pero puso un nuevo aprieto teológico: ¿Cómo podrÃÂa ser que Dios permitiera estos males si era justo? La respuesta fue una evasiva desesperada: seguro la situación injusta de ese entonces no iba a durar para siempre... Yahvé-Jehova intervendrÃÂa muy, muy pronto para acabar para siempre el mal y restaurar la perfección en la Creación, arruinada por el Opositor.
Ese fue el origen del pensamiento apocalÃÂptico, del cual Jesús de Nazaret fue el exponente más famoso. De las pocas predicciones atribuibles con seguridad a él, están los pequeños apocalipsis sinópticos en los que pronosticó fallidamente un fin inmediato. Pablo hizo eco a estas ideas apocalÃÂpticas del Nazareno y garantizó incluso en "Palabra de Dios" que él no morirÃÂa antes del fin.
Es claro que el fin inminente no llegó, y que el falso profeta de Nazaret y su émulo de Tarso estaban equivocados. Entonces… ¿cómo se podrÃÂa interpretar esto? ¿Por qué el buen Dios no arreglaba su creación perfecta? Una actitud fue la que siguió el cristianismo actual: estableció Iglesias, mantuvo su adoración, deificó a Jesús, y siguió creyendo que algún dÃÂa llegará el Reino de Dios, asàsea post-mortem.
La otra respuesta fue sorprendente y brillante: Tal vez Yahvé-Jehova no era un dios bueno y perfecto; tal vez era inepto, indiferente o malo. Si se juzga un árbol según sus frutos, ¿cómo se podrÃÂa juzgar al creador de un mundo repleto de sufrimiento y de mal?
La respuesta de la última fase judeocristiana fue la aceptación de un universo inherente malo, creación de un dios inferior, un "demiurgo" incompetente, y que por primera vez en la historia, el verdadero Dios Supremo, Trascendente e Inefable, se habÃÂa comunicado con los hombres por medio de Jesús para despertar en ellos la consciencia de su naturaleza real.
Al reconocer que éramos chispas divinas del Dios Supremo, y que estábamos atrapados en un mundo denso, imperfecto, el hombre se liberarÃÂa y se salvarÃÂa a sàmismo. Este fue el surgimiento del gnosticismo cristiano: una respuesta radical ante el fracaso estrepitoso de la apocalÃÂptica, y el anquilosamiento mediocre de las corrientes cristianas paulinas.
El verdadero Gnosticismo Cristiano se conoce ahora muy bien gracias a los textos descubiertos cerca de la población egipcia de Nag Hammadi, en 1945. Es una serie de códices escritos en copto copiados cerca al 320 EC, que después de Qumrán, es el hallazgo arqueológico más importante del siglo XX. Esta biblioteca incluÃÂa entre otros textos paganos, judÃÂos, y cristianos, apócrifos tan importantes como El Evangelio de Tomás y el de Felipe.
A partir de este punto, las especulaciones gnósticas comenzaron a generarse a ritmo creciente: incorporando elementos del platonismo medio, retornando en ocasiones a elementos de sus raÃÂces judÃÂas, y con elucubraciones febriles, los gnósticos empezaron a tratar de justificar la imposible Teodicea: cómo a partir de un ser inefable y perfecto, pudo surgir el mal del mundo.
Las respuestas con diversos matices, van en la lÃÂnea de señalar la perfección de las cualidades divinas: por su perfección estas cualidades deberÃÂan tener existencia por sàmismas, y emanarÃÂan desde la Divinidad Inefable. A estas emanaciones se las llamaba "Eones"; entre ellos se encontraban el Silencio de Dios, la Soledad y la SabidurÃÂa Divina (SofÃÂa).
Al parecer, tras la emanación inicial del Pleroma (conjunto de todos los eones divinos) se habrÃÂa producido una catástrofe que en algunas ramas del gnosticismo, se debÃÂan al anhelo de algún Eón (a veces Logos, a veces SabidurÃÂa) de conocer antes de tiempo la Naturaleza Divina.
Este anhelo justo y bueno, pero en un momento erróneo, hizo que el Eón saliera del Pleroma a la manera de una especie de Pecado Original. SerÃÂa este Eón caÃÂdo el que después de complejas interacciones habrÃÂa creado la materia y el cosmos. Este Eón, en algunas corrientes gnósticas, serÃÂa identificado con el imperfecto Demiurgo o creador del Universo, y se igualarÃÂa al dios inferior, incompetente y necio de las escrituras JudÃÂas.
La parte final de esta historia es bien conocida: a punta de sangre y fuego, las facciones cristianas originales lucharon por posicionarse, y la versión triunfadora del mito declaró "hereje" a las versiones restantes (la historia la escriben los triunfadores), los gnósticos terminaron exterminados en la hoguera por sus "amorosos "hermanos cristianos a lo largo de todo el medioevo.
La promesa de Jesús de un reino de Dios con justicia, paz, amor, y bienestar para toda la humanidad, se transformó por arte de magia en una Institución Eclesial policiva, que seguirÃÂa eternamente, en un mundo cada vez más podrido, injusto e inhumano. Y la venida inminente del Reino que se darÃÂa en el Siglo I, siguió demorándose durante dos mil años, y seguirá atrasándose "per secula seculorum" (por los siglos de los siglos).
Por último, de la versión Paulina del Cristianismo, emanaron todo tipo de troncos (catolicismo, ortodoxia y protestantismo) y centenares de ramas secundarias, cada una de ellas con la única religión verdadera y únicas herederas de la fe en el demonio henoteÃÂsta de los hebreos primitivos.
El análisis histórico lo muestra claramente: De un dios entre todo un panteón, a un monoteÃÂsmo con una divinidad caprichosa y sanguinaria, pasando por un dios en lucha con un antidios, para terminar en una deidad incompetente creadora de un mundo imperfecto contrapuesta a un Dios inefable que se comunicó con la humanidad por primera vez a través de Jesús, el concepto judeocristiano de Dios no es el de un padre amoroso de la humanidad que se haya revelado gradualmente a sus hijos según cierta "economÃÂa de la Salvación" enrevesada y tonta... Es sólo un mito supersticioso previo a la edad del bronce que se ha modificado y amoldado gradualmente al avance cultural de las sociedades que lo han idolatrado, justo como una especie biológica se adapta evolutivamente a los cambios ambientales.
La historia del desarrollo teológico judeocristiano es una muestra más de que ese concepto de dios es un mito que solo existe en las cabezas de quienes doblegan su razón ante fábulas prehistóricas.