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Martes, 4 de Octubre de 2011

Princesas invisibles y ratoncitos inmortales

Dejamos a un niño solo un pequeño plazo de tiempo en una sala. Se le dicen dos cosas:

1. que no mire en una caja cerrada que hay en el centro de la estancia.

2. que en la sala hay una amable princesa invisible que se llama Alicia.

¿Qué hace el niño? Según los resultados de este experimento realizado en 2005 por Jesse Bering, los niños a los que no se les dijo que en la sala estaba la princesa invisible tendían más a mirar dentro de la caja que los niños a los que sí se les dijo. La presencia de un “ser sobrenatural” sirve como motivador del cumplimiento de la normatividad social. Pero el mismo caso no sólo se cumple en chiquillos. Bering probó algo parecido con estudiantes universitarios: comprobó que alumnos realizaban menos trampas a la hora de realizar unos ejercicios en un ordenador si se les decía que en la habitación había un espíritu.

Pero, este “temor” ante lo sobrenatural ¿es innato o aprendido? Bering desarrolló un nuevo experimento. Como sujetos experimentales utilizó a alumnos de primaria de colegios españoles, la mitad de colegios católicos y la otra mitad laicos. Ante ellos se representaba una sencilla obra de teatro con títeres. Los dos protagonistas eran un cocodrilo y un pequeño ratón y en la historia, al final, el cocodrilo se zampaba al pobre roedor. Al terminar la función se preguntaba a los jóvenes espectadores si al morir el ratón, todas sus características personales había desaparecido con él. La mayoría afirmaba que, si bien su cuerpo se había extinguido, el alma permanecía, pensando que ahora el ratón se sentiría solo y nostálgico. Esta creencia era compartida por todos los niños desde los ocho hasta los doce años, independientemente de si su colegio era religioso o laico (aunque los niños de colegios religiosos tardaban algo más en abandonar esta creencia). ¿Tienen las creencias sobrenaturales entonces una base innata?

De aquí saco dos ideas que me parecen muy interesantes:

1. Es común sostener que lo que es innato en nosotros son nuestras capacidades y facultades cognitivas mientras que son aprendidas las creencias y los conocimientos. Por ejemplo, siguiendo a Chomsky, tenemos estructuras innatas que nos capacitan para aprender un idioma y darle una determinada gramática mientras que los contenidos de dicho idioma, los significados y usos, son aprendidos, lo que explica la existencia de diferentes lenguas.  Sin embargo, en lo que no solemos caer es en que es posible que también existan conocimientos o creencias innatas. ¿No podría ser que nacemos creyendo o sabiendo determinadas cosas? Yo creo que sí pero, ¿cuáles serían? Jung nos hablaba de que toda la humanidad tiene un inconscinete colectivo, un conjunto de creencias arquetípicas que se expresaban con una diversidad de mitos, rituales y prácticas en las diferentes culturas. Ya es un intento.

2. A pesar de que creo firmemente que la creencia en el dios cristiano tal como es concebida tradicionalmente en Occidente es falsa, los experimentos de Bering son insuficientes para refutarla. Pensemos lo contrario. Supongamos que nuestra mente no posee ningún tipo de estructura o facultad para pensar en Dios. ¿Qué habría pasado? Que las religiones jamás hubiesen existido. Pero es que las religiones existen, por lo que nuestra mente tiene necesariamente que tener una base innata que permita pensar en Dios. Y que esta base innata tenga una utilidad para mantener la normatividad social tampoco refuta demasiado. Eso sólo es una peculiaridad de tal creencia, seguramente compartida con otras. La admiración y respeto del prestigio de las autoridades científicas también ayuda a que en las universidades funcione un determinado tipo de normatividad, y no por ello decimos que la ciencia sea una creencia falsa que garantiza el orden social. Para que estos experimientos sirviesen de argumento contra la creencia en Dios deberían probar de algún modo, no que la creencia es innata o adquirida o que pueda tener algún tipo de funcionalidad social, sino que es ilusoria. Y para eso son insuficientes.


Lunes, 11 de Julio de 2011

El salto que es el hombre (V): Epifenómeno

En filosofía de la mente el epifenomenalismo sostiene que la mente es un fenómeno secundario, un efecto colateral de la materia, un residuo sin importancia para el fenómeno principal. El ejemplo clásico es pensar en el ruido que hace el motor de un automóvil. Es un efecto secundario de la explosión dentro del cilindro, pero no tiene una influencia significativa en el funcionamiento global del motor. Siguiendo esta analogía, las facultades mentales no serían más que el ruido de la materia. Los defensores del epifenomenalismo suelen hacer hincapié, además, de que si bien la materia genera la mente, no hay retroalimentación, es decir, la mente no tiene influencia alguna en la materia. Esta tesis es problemática: ¿cómo que la mente no puede influir en la materia? ¿Acaso cuando pienso en golpear una piedra con un martillo mi mente no está modificando su entorno material?

Revisemos el tema: ¿qué es la mente? ¿cuál es su origen? La mejor respuesta que puede darse acorde con la ciencia actual y sin recurrir a ningún sobrenaturalismo es decir que la mente es fruto de la evolución biológica. Esto explica muy bien muchas de nuestras facultades mentales. Una buena memoria hace que recuerde donde vive el depredador o cuando maduran los frutos de tal o cual arbusto, o una competente facultad lingüística hace que pueda comunicarme bien y cazar en grupo. La mente es una magnífica herramienta de adaptación. Pero, ¿qué pasa con las características de mi mente que no tienen una clara función adaptativa? ¿Por qué escribo poesías? ¿Por qué la filosofía, el arte, la religión? Aunque últimamente hay muchos estudios que pretenden ver un fin evolutivo a estas cualidades estrictamente humanas, parece que no tienen una directa y clara función en la supervivencia de los genes del individuo. ¿Por qué están allí entonces?

Aquí es donde entra el epifenomenalismo: estas cualidades son epifenómenos, consecuencias indirectas del devenir evolutivo. Por ejemplo, el arte puede ser una consecuencia secundaria de la creatividad necesaria para fabricar herramientas o planificar una cacería. La religión podría ser un subproducto de aspectos como la necesaria cohesión del grupo, jerarquía social y autoridad. Pensar en entes sobrenaturales puede entenderse como un efecto colateral de la natural búsqueda de causas para los fenómenos necesaria para interactuar con eficacia en el entorno natural.

Sabemos que la evolución es chapucera, que, como un chatarrero, reutiliza, mezcla, repara… ¡Y lo hace todo sobre la marcha! Así, hay órganos que quedan olvidados y que pasan a reutilizarse para otra función cientos de miles de años después, o partes que no servían para nada y que luego tuvieron una función vital. Nuestra mente ha de ser un conjunto de todas estas cosas: funciones evolutivas claras, vestigios otrora vitales y ahora inservibles pero que siguen funcionando, parches, apaños, arreglos… epifenómenos.

Esta idea encaja muy bien con la tesis del accidente: estamos aquí por mera casualidad. Somos como somos por una casual conjunción de azar y necesidad. El mundo no está aquí para que nosotros lo gobernemos, nuestra mente no ha sido diseñada para descubrir unos misterios preexistentes o unas verdades ancestrales. Somos el ruido del motor de la evolución. Eso sí, un ruido que puede modificar el mismo motor, un epifenómeno que puede volverse contra el fenómeno originario. Nuestra dignidad consistirá en ser un poderoso accidente.

Veáse toda la saga:

El salto que es el hombre (IV): entre caballos y cocodrilos.

El salto que es el hombre (III): la diferencia de grado y el origen del lenguaje.

El salto que es el hombre (II).

El salto que es el hombre.


Martes, 12 de Abril de 2011

No veo ningún Dios aquí arriba

 

Desde la Máquina de Von Neumann celebramos el 50 aniversario de la salida del primer hombre al espacio. ¡Poyejali!

P.D.: Es posible que Gagarin jamás dijera esa frase. Como quizá pasa con todas las citas célebres hay que ponerlas en cuarentena. Pero es que no me he podido resistir… ¡Suena tan bonita!

Viernes, 12 de noviembre de 2010

La verdad redunda

Leyendo un simpático post de Jesús Zamora acerca de la verdad me vino a la cabeza la popular teoría de la verdad como redundancia. Es una forma ingeniosa de desembarazarse de conceptos que, debido a su carga metafísica, traen dolores de cabeza al reflexionar sobre ellos. Tal era el caso del concepto de verdad. Cuando nos preguntamos ¿qué es la verdad?, automáticamente nos entra vértigo y tenemos que exprimir nuestra sesera para ofrecer alguna respuesta concluyente. Los positivistas lógicos de primera mitad de siglo, intentaron solucionar el asunto disolviéndolo, es decir, constatando que ,en el fondo, lo que pasaba es que el concepto de verdad es un pseudoconcepto, una palabra sin sentido que sólo traía pseudoproblemas. Si queremos tener un conocimiento sólido de la realidad hay que eliminar estas absurdas fuentes de sofismas, por lo que, en su pretencioso proyecto de construir lenguajes lógicamente perfectos, entraba eliminar por completo cualquier palabra que oliera a metafísica.

La primera formulación de la teoría de la verdad como redundancia se encuentra formulada en Ramsey si bien Frege o Wittgenstein ya habían hecho mención de ella. En sus Investigaciones filosóficas Wittgenstein sostiene que decir que “es verdad que p” equivale a decir que “p”, del mismo modo que decir que “es falso que p” equivale a decir que “┐p”; por lo tanto decir “es verdad que p” es una redundancia que no añade nada nuevo a lo dicho en “que p”. Según Ramsey las teorías que afirman que la verdad es una propiedad o una relación de las palabras, de los objetos, o del resultado de relacionarlas, son erróneas. Las afirmaciones “es verdad que” o “es cierto que” no añaden nada nuevo a lo que diría la misma oración sin incluirlas. De este modo no hay verdades ni falsedades, ni siquiera hechos o casos. Ramsey disuelve en un momento todo discurso metafísico acerca de la verdad y, si forzamos un poquito, hasta de la misma realidad. Esto sí que es usar la navaja de Ockham.

Sin embargo, existe un problema: no siempre afirmamos la verdad de algo sin conocer la proposición en cuestión (p), adscribiéndonos ciegamente a su verdad. Sería el ejemplo de decir “Todo lo que el Papa dice es verdadero”. Ramsey, consciente del problema se lanza a su solución:

La proposición “Todo lo que el Papa dice es verdadero” se transcribe a lenguaje lógico así:

(1) Para todo a, R, b, si el Papa asevera aRb, entonces aRb

Si admitimos la cuantificación de segundo orden sobre la proposición, se podría transcribir a:

(2) Vp (Si el Papa dice que p, entonces p)

Podríamos decir entonces lo mismo sin recurrir a “es verdadero” por lo que afirmar la verdad o falsedad en este tipo de proposiciones seguiría siendo redundante.

PD: Ramsey, además de un genio, era un ateo militante, pero tenía graves problemas de riñón que lo llevaron a la tumba con tan sólo veintiséis años. Dios tiene muy mala leche con los ateos. Crucemos los dedos.

 

Domingo, 3 de Octubre de 2010

Colin McGinn

Son los argumentos de siempre pero está bien recordarlos.

Jueves, 23 de Septiembre de 2010

Leibniz y el cáncer de Christopher Hitchens

Christopher Hitchens es uno de los intelectuales pertenecientes al núcleo duro del ateísmo anglosajón de los últimos años, junto a otros jinetes del apocalipsis como Dawkins, Harris, Dennett… A pesar de que no estoy de acuerdo con algunas de sus posiciones he de reconocer su valía y su labor en cuanto a ateo militante luchando contra las falsas creencias.

Este año supimos la desgraciada noticia de que Hitchens se esta tratando de un cáncer de esófago, además de un cáncer de los muy malos, que casi con total seguridad, no superará. Algunos Hijos de la Gran Puta sentenciaron que Dios lo había castigado por su herejía apelando al mejor espíritu del Supremo Hacedor del Antiguo Testamento. Esta Suprema Idiotez, sin embargo, no alberga contradicción con la doctrina cristiana y su peculiar visión de la Providencia divina, y nos conecta con uno de los principales problemas de la teología: el del mal en el mundo.

¿Cómo un Dios infinitamente bueno puede mandar un cáncer a Chistopher Hitchens? La cuestión es peliaguda pero el filósofo alemán Gottfried Leibniz dio una ingeniosa respuesta con su teoría de los mundos posibles:

Un mundo es “posible” si no contradice las leyes de la lógica. Hay un número infinito de mundos posibles y consideró que sería mejor uno que tuviera el mayor exceso del bien sobre el mal. Él podría haber creado un mundo que no contuviera mal, pero ése no hubiera sido tan bueno como el mundo actual. Eso es porque algunos grandes bienes están lógicamente ligados con ciertos males. Para tomar un ejemplo trivial, un trago de agua fresca cuando uno está sediento en un día de calor, puede darnos tal placer que uno puede pensar que la sed previa, aunque molesta, valía la pena de sufrirla, porque sin ella el goce subsiguiente no podía haber sido tan grande. Para la teología, no son ejemplos como éste los importantes, sino la relación del pecado con el libre albedrío. el libre albedrío es , gran bien, pero era lógicamente imposible para Dios el conceder el libro albedrío y al mismo tiempo decretar que no hubiera pecado. Dios decidió, por lo tanto hacer al hombre libre, aunque previó que Adán se comería la manzana, y aunque el pecado traería consigo inevitablemente el castigo. El mundo que resultó, aunque contiene mal, tiene un exceso más grande de bien sobre el mal que cualquier otro mundo posible; éste es, por consiguiente, el mejor de todos los mundos posibles y el mal que contiene no proporciona ningún argumento contra la bondad de Dios.

Bertrand Russell en su Historia de la Filosofía

Líneas más adelante, el propio Russell, ridiculiza el argumento heredando la misma deliciosa ironía del Cándido deVoltaire:

Este argumento satisfizo evidentemente a la reina de Prusia. Sus siervos continuaron soportando el mal, mientras ella continuó disfrutando del bien, y era confortante el que un gran filósofo le asegurara que eso era justo y lícito

Y es que, este argumento, está lleno de graves problemas:

1. ¿Hay un número infinito de mundos posibles? Quiza las posibilidades son finitas. Pensemos, por ejemplo, que si existe un número finito de átomos, las combinaciones entre ellos para formar mundos, siendo altísimas, serán necesariamente finitas. ¿Cómo podemos saber eso?

2.La tesis “Un mundo es posible si no contradice las leyes de la lógica” contiene un posible error categorial. La contradicción es aplicable solamente a inferencias tal que un razonamiento como “Hoy llueve y hoy no llueve” es contradictorio. Entonces, ¿cómo aplicar el adjetivo contraditorio a algo que no sea una argumentación, algo como el Universo? ¿Puede haber un filete de ternera contradictorio?

3. Me repatean muchísmo las afirmaciones del tipo de que sólo hay bien porque existe el mal. Me recuerda a Hegel cuando decía que las botas del general en su avance, a veces, pisan alguna bella florecilla; afirmación que bien pudo justificar las millones de bajas del ejército prusiano en la Primera Guerra Mundial por avanzar unos pocos metros de terreno en Verdún o en el Somme. Entonces no busquemos construir un mundo sin sufrimiento, ya que este sufrimiento será necesario para que el mundo sea bueno. Un mundo con hambre, guerras y plagas será mejor, a fin de cuentas, que un mundo que no las tenga… Además si bien encontramos males que traen consigo bienes venideros, ¿no hay males que no traen consigo bien alguno? ¿Qué hay de bueno en el cáncer de Hitchens?

4. No veo la conexión lógica entre los bienes y los males. En el ejemplo del agua hay claridad, pero… ¿qué trae de bueno un terremoto que mata a miles de personas? A lo mejor, cuando ocurre, en otras partes del mundo pasan cosas buenas que equilibran la balanza. A lo mejor cuando alguien se cae y se parte una pierna a otro le toca la lotería. Podría ser, pero esto nos llevaría a establecer causalidades mágicas, es decir, nos llevaría a afirmar que la rotura de una pierna causa que toque la lotería, lo cual no lleva más que a vivir en un mundo de fantasía (el mundo en el que viven los que creen que Dios puede mandarte un cáncer).

5. Que producir en mí el bien que me hace beber agua después de estar sediento en un día caluroso haga necesario a un Dios omnipotente tener que necesitar el día caluroso y la sed, dice muy poco a favor de su omnipotencia. ¿No podría producir Dios en mí una sensación exactamente igual de buena que la que causa el agua después de estar sediento en un día caluroso, sin sed ni calor? Dios parece tener menos poder que las sustancias psicotrópicas…

6. La idea de que la libertad del hombre es un bien tan grande que justifica la existencia de los males que el mismo hombre comete está muy bien pero, ¿no podría Dios haber rebajado la peligrosidad del mismo hombre? ¿No podría haber creado un mundo en el que el hombre, lo más malo que pudiera hacer con su libertad fuera insultar al vecino? No sé, creo que tenemos un sistema nervioso muy sensible al dolor… ¿no podría Dios haberle bajado algunos decibelios?

7. Este argumento puede ser igual de verdadero a su inversa como nos cuenta de nuevo Russell:

Un maniqueo podría replicarle que éste es el peor de los mundos posibles, en el que tas cosas buenas que existen sólo sirven para realizar los males. El mundo -podría decir- fue creado por un demiurgo malvado, que permitió el libre albedrío, que es bueno, para estar seguro del pecado, que es malo, y cuyo mal supera al bien del libre albedrío. El demiurgo -podía continuar- creó algunos hombres virtuosos, con el fin de que pudieran ser castigados por los malos, pues el castigo del virtuoso es un mal tan grande que hace al mundo peor que si no existiera ningún hombre bueno.

No amigos, no hay ningún Dios que haya querido castigar a Hitchens por sus maldades, ni su cáncer va a traer a alguien bien alguno. Tener un cáncer es una tragedia que, por ningún bien venidero, es preferible a no tenerlo. La enfermedad se debe a un conjunto de causas biológicas que nuestros médicos  tratan de combatir cada día (estos sí que son los que verdaderamente intentan de que el mundo sea más bueno que malo).  Y quien diga que a Hitchens o a su familia, ésto los va a unir más o los va a hacer más fuertes, o cosas por el estilo, no estará diciendo más que estupideces. El cáncer sólo los va hacer sufrir muchísimo y punto. A mí me encantaría más que a nadie que no fuera así pero, salgamos ya de nuestro infantilismo, no lo es. Lo más que podemos hacer es mandarles ánimos y desearles que el trance sea lo menos doloroso posible.

Martes, 21 de Septiembre de 2010

Steven Weinberg

Ahora que tanto se habla de Hawking (y del que todavía no tengo nada claro cuál es su postura respecto a Dios y a la religión) estaría bien que nos acordáramos de Weinberg, el cuál se atreve a hablar con bastante más franqueza.

Miercoles, 28 de Julio de 2010

Dennett

Tiene tres partes.

Lunes, 26 de Julio de 2010

La inversión darwinista: los caballos detrás del auriga

Dos ideas de raigambre platónica dominaban el panorama naturalista predarwinista: de lo más imperfecto es imposible que surja lo más perfecto y no es posible diseño sin inteligencia. Así, la scala naturae que gobernaba la visión del cosmos situaba en su cumbre a Dios, ente perfecto e inteligencia máxima por antonomasia, seguido en escala descendente por seres cada vez menos perfectos e inteligentes: ángeles, hombres, animales, vegetales, materia y, al final, la nada. Los entes medían su excelencia en función de su participación con Dios, de cuya excelencia se participaba en mayor o menor medida.

La revolución darwiniana romperá con ambas ideas. La selección natural es un simple mecanismo algorítmico (automático, no inteligente, no libre, “tonto”) mediante el que Darwin demuestra que es posible generar diseño sin inteligencia. Darwin dice: Dadme una serie de entidades y mucho tiempo y yo os daré diseño. Nacen más individuos de los que pueden sobrevivir, y de entre ellos, los que, casualmente, tienen ventajas evolutivas, y no hay mejor ventaja evolutiva que un mecanismo que funcione precisamente para ser ventaja evolutiva (es decir, un diseño), sobreviven. Por acumulación de diseños, encontramos la gran complejidad de los ecosistemas terrestres. Un mecanismo idiota produce diseños de una complejidad todavía no comprensible en muchos casos. No nos hace falta una mente, entendida como tal, para diseñarlo todo, sólo hace falta mucho tiempo y selección.

Hay que tener cuidado en como entendemos el concepto de perfección. La única forma de hacerlo dentro del contexto biológico es como eficiencia (adecuación de objetivos a resultados) ya que si la entendemos como complejidad (tal como lo pensó Lamarck) caemos en el riesgo de que ambas pueden ser contradictorias (no hay nada tan eficiente como una bacteria ni nada tan poco complejo en comparación con un mamífero). Aplicando la idea de acumulación de diseños mediante selección natural, es una evidencia la mejora de la eficiencia de los diseños a lo largo de la historia biológica, es decir, un aumento de la perfección a partir de lo menos perfecto.

Este proceso ha dado lugar a la aparición de la mente humana (que nunca fue su final ni su conclusión. La evolución no es unidireccional ni ha terminado aún, es más, nunca termina estando siempre en un “en medio”. La scala naturae debería dejar algún hueco encima del hombre pues éste seguirá evolucionando), que no es cumbre del diseño en muchos de sus aspectos a pesar de sí serlo en lo que se refiere a complejidad (entendida ésta de modo tosco como número de componentes e interrelaciones). La inversión de la revolución darwiniana, la peligrosa idea de Darwin, consiste en poner la inteligencia al final del proceso, no al principio. La mente es un resultado de la selección natural, no su causa. Cuando todos pensaban que un carro es tirado por caballos, Darwin nos dice que hay que poner los caballos detrás del auriga. Es una tesis compleja de asimilar y entender en todas sus consecuencias.

Y es que, ¿no resulta flagrantemente antropomórfico situar una inteligencia, por mucho que se enfatice que no es la humana y se la diferencie de ella, como la causa de todo lo que existe? La mera analogía del reloj de Paley no parece suficiente. En el presente estado del conocimiento biológico, ¿sigue siendo válida la comparación entre un reloj y un ser vivo? Pero es que la idea parece más básica. El mismo concepto de creación cósmica es absolutamente desconocido por la experiencia. Realmente, lo que nosotros conocemos son modificaciones de estados anteriores y nunca creaciones ex nihilo. Así, el encontrarnos con un reloj sólo podría llevarnos a pensar en un diseñador humano, nunca en una inteligencia divina que crea a partir de la nada.

No tenemos ni la más remota idea de qué “algo” pudo haber antes de que se generara el universo y la vida. Darwin no destruye la posibilidad de Dios, pero sí hace innecesaria la idea de Dios ingeniero, de inteligencia creadora. Uno de los argumentos más fuertes del teísmo, la idea de la ordenación teleológica del Cosmos como prueba de un Supremo Hacedor, salta en pedazos.

Sábado, 10 de Julio de 2010

El humor de Alberto Montt

A través de Fogonazos. Más en el Blog de Montt

Miercoles, 16 de Junio de 2010

Aceptar el final como lo que es

Sabemos a ciencia cierta que cuando mueren gran cantidad de neuronas, como en la enfermedad de Alzheimer, tienen lugar déficits de memoria, mermas en la cognición y cambios en la personalidad, así como mermas en la conciencia de lo que otra gente piensa y siente, y en la conciencia del tiempo y el lugar. Yo lo considero una especie de desvanecimiento progresivo de muchos aspectos del yo y sus capacidades, por lo que no podemos evitar pensar que la persona que antaño conocíamos y amábamos ya no está ahí. Todas las pruebas disponibles demuestran que el cerebro es necesario para las funciones asociadas a la conciencia. No sé cómo la conciencia podría sobrevivir a la muerte del cerebro, si necesita neuronas para sostenerse.

En el ámbito personal, debo decir que la compresión de que la muerte es el fin me hace sentir más sosegada ante ella de lo que me sentiría si intentara alimentar una esperanza ilusoria en algún tipo de cielo. Cuando era niña, un amigo mío que era indio americano me hizo notar una vez que sentía pena por los cristianos, porque éstos viven bajo la ilusión de un cielo mientras que él, por el contrario, podía prepararse para la muerte, transmitir las historias vitales de las personas, ayudarlas a morir mejor y aceptar el final como lo que es. Me pareció entonces que esto tenía mucho sentido, y me lo sigue pareciendo ahora.

Patricia Churchland

¿Qué hay después de la muerte?, su secuela y su tricuela o también ¿Cuánta gente cabe en el cielo?.

Sábado, 12 de Junio de 2010

¿Cuánta gente cabe en el cielo?

Miguel de Unamuno hablaba de la inmortalidad de papel como aquella forma de supervivencia más allá de la muerte a la que los humanos podemos aspirar en este mundo. Podemos hacernos famosos, podemos hacer algo que merezca la pena mantener en la memoria y que de ello quede prueba en el memorandum colectivo de las bibliotecas. Sin un alma inmortal, esa permanencia, junto con la más difusa herencia biológica, es lo único que puedo esperar que quede de mí cuando yo sea sólo cenizas.

Pero, ¿cuánta gente cabe en este paraíso de papel? ¿Cuáles son sus reglas de acceso? ¿Qué he de hacer para que un San Pedro bibliotecario me deje entrar en su feudo? Es curioso pensar que entrar en este cielo está muy sujeto al devenir temporal ya que, una vez dentro, uno no tiene asegurada la permanencia eterna (no hay funcionarios celestiales), sino que, en cualquier momento, se puede caer expulsado al infierno del olvido. Al principio de la historia, cuando los seres humanos no eran muchos, la presencia sería más fácil: sólo hacía falta hacer algo digno de ser escrito. Grandes guerreros, poetas y filósofos entraban en el paraíso. Sin embargo, cuando el tiempo pasa, nos damos cuenta quien tiene las llaves del cielo no es San Pedro, sino nuestro querido Charles Darwin: una selección natural en el que sólo sobreviven los más famosos dicta las reglas de la inmortalidad. La memoria humana es limitada, y el papel de sus bibliotecas también, así que no todo guerrero, poeta o filósofo famoso cabe. Sólo los más aptos sobreviven y el tiempo juega en contra ya que cada vez nace y muere más gente, con nuevos y meritorios talentos (¿alguna vez el tiempo ha jugado a favor de algo?). En las puertas del cielo hay millones de genios pegándose por entrar.

Aquiles y Héctor entran… ¿Pero entran ya Ajax y Diomedes? Homero y Hesiodo… ¿pero Píndaro y Longo?… Pensemos en que los siglos pasan y pasan, haciendo cada vez más y más difícil la permanencia. Al final sólo quedarán los casos más excepcionales. Pero, ¿y si las reglas de la fama cambian? En términos darwinianos: ¿y si cambia el entorno? La selección natural podrá castigar lo que antes premiaba igual que castigaría la gruesa piel de un oso polar en el desierto. Quizá ya no Homero y Hesiodo, sino Cristiano Ronaldo y Paris Hilton…. no Cervantes sino Belén Esteban…

Y no sólo la moda puede arrojarte al averno, sino la falta de soporte en tierra. Nuestro paraíso de papel necesita un sustento material, al igual que el alma siempre necesita un cuerpo donde alojarse. ¿Y si al devenir del mundo se le antojara que las bibliotecas ya no fueran necesarias? ¿Y si nos encontrásemos en aquel mundo de Ray Bradbury en el que los libros están prohibidos y son quemados sin miramientos? O, poniéndonos más trágicos: nuestro paraíso durará lo que dure la especie humana (que según algunos tiene los días contados. Este hombre será muy listo pero… ¿no la flipa demasiado?).

Creo que, viendo lo precario de este paraíso, hagamos caso a Epicuro y mejor vivamos siendo conscientes de nuestra inevitable desaparición, pendientes de nuestro presente, de las cosas que nos suceden en nuestra vida y no de las cosas que no nos sucederán a nosotros, a pesar de que lleven nuestro nombre,  ya que estaremos muertos. Además, creo que es mejor fórmula de felicidad centrarse en lo que uno está haciendo sin estar siempre mirando a una dudosa posteridad. No se puede vivir pensando en qué dirá la historia de mí, pues seguramente guardará silencio. Va siendo hora de aceptar, de una vez por todas, nuestra radical finitud.

Lunes, 7 de Junio de 2010

¿Qué hay después de la muerte? (III)

Tradicionalmente el problema de la vida ultraterrena se ha planteado de un modo erróneo. Se cubre el asunto de un halo de misterio diciendo que nada puede saberse pues “nadie ha vuelto de la muerte para contárnoslo”. Del misterio como punto de partida se infiere que existen las mismas razones para creer que hay vida como para negarla, quedando el pronóstico en un 50 a 50, en, si tenemos que apostar a lo Pascal, una equilibrada igualdad de probabilidades. Al final suele concluirse que, a falta de razones para decidirse, la vida después de la muerte es una cuestión de “elección personal”, de “fe basada en las creencias y experiencias personales”. Una cuestión fáctica se acaba por confundir con una cuestión religiosa.

Este planteamiento es profundamente falaz:

1. Aceptando el punto de partida misterioso, la ignorancia total acerca del asunto, no es legítimo sacar ningún tipo de percentiles para realizar  apuesta alguna. Eso sería caer en una falacia ad ignorantiam: pretender deducir algo del desconocimiento. Si no sabemos nada, hay tantas razones para poner el asunto 50 a 50 como ponerlo a 70 contra 30 o 90 contra 10, o para poner cuarenta opciones y no sólo dos . Lo único legítimo que puede decirse del tema es que no sabemos nada, no teniendo sentido el enfoque de Pascal. Si, aceptando eso, aún así queremos afirmar algo basándonos en un “salto de fe” deberíamos pensar que estos saltos son contrarios por definición a uno de los principios epistemológicos más básicos de la ciencia: fundamentar toda creencia en razones, por lo que no nos parecen aceptables para defender ninguna tesis.

2. Sin embargo, el error base consiste en partir del misterio cuando realmente no lo hay (es lo que se llama generar un pseudoproblema en toda regla). No tenemos ni la más mínima razón para pensar que nuestra conciencia vaya a tener algún tipo de continuidad más allá de la muerte. Del mismo modo que no suponemos esa continuidad en ningún otro tipo de ente, no hay razón alguna para suponérsela al ser humano. Cuando se rompe el tostador nos parecería absurdo preguntarnos a dónde va el tostador después de su muerte. ¡Bárbaro! – podría decirse – ¡Comparar al ser humano con un tostador! El hombre es un ser diferente a todo cuanto ha existido, por eso tiene sentido preguntarse sobre la continuidad de su conciencia. Error, el ser humano tiene unas características diferentes a otros seres (al igual que los otros seres son diferentes entre sí) pero de ninguna de ellas puede deducirse la continuidad después de la muerte. Por ejemplo, supongamos la analogía entre un carro tirado por caballos y un automóvil que funciona con un motor de explosión. Son dos seres con cualidades diferentes. El automóvil es autónomo en el sentido en el que no necesita tracción animal para desplazarse. El automóvil es un ser único dentro de los sistemas de automoción… ¿de aquí se deduce que el automóvil tenga  algún tipo de continuidad una vez que pierde su funcionalidad? Siguiendo la analogía, de las características propias del ser humano (autoconciencia, lenguaje simbólico, memoria narrativa, etc.) no se infiere tal continuidad post mortem. ¿Qué tienen que ver mi capacidad de resolver ecuaciones, de escribir poemas de amor o de preguntarme por la existencia de Dios con continuar viviendo después de morir? ¿Hay algo en alguna de ellas de lo que pueda deducirse tal continuidad?

3. Además, sí que tenemos pruebas en contra (la apuesta no sería de 50 a 50 aún en el caso en que la perspectiva de la apuesta fuera legítima) ya que, desde hace varios siglos, las neurociencias (y el sentido común) han probado las relaciones entre las cualidades que nos hacen especiales como seres humanos y que, supuestamente continuarían en acción sin nuestro cuerpo, y el funcionamiento del cerebro. Sabemos que si dañamos ciertas zonas del cerebro, esas cualidades se dañan igualmente. Entonces, si la asociación parece muy evidente, estamos en condiciones de afirmar que cuando el cerebro deja de funcionar, las cualidades especiales se pierden. La prueba es clara: cuando el cerebro de un individuo muere observamos que la actividad químico-eléctrica correlacionada con sus cualidades intelectuales no existe, ergo su actividad intelectual ha dejado de existir. ¿No parece esto suficiente refutación? ¿No tiene esto la validez de un experimento?

4. ¿Hay alguna razón entonces para creer en ello? Si la habría si, al menos, nos sirviera como hipótesis para solucionar algún problema de modo que, a lo sumo, tuviera sentido como postulado teórico. El caso es que no soluciona nada. ¿A qué damos respuesta más que al terror psicológico ante la muerte? ¿Alguna teoría acerca del mundo requiere la necesidad de la vida ultraterrena para explicar algo? Estamos ante una clara hipótesis innecesaria.

Véase toda la saga: I y II

Miercoles, 10 de Marzo de 2010

La pensión de Cristo

Ya va siendo hora de que lo jubilemos…

Visto en Irreverendos

Domingo, 7 de Marzo de 2010

La guía de la experiencia

Por todos es reconocido, dice el docto prelado, que la autoridad de la Sagrada Escritura o de la Tradición se funda tan sólo en el testimonio de los apóstoles, que fueron testigos presenciales de los milagros de nuestro Salvador, por los cuales probó su divina misión. Por tanto, nuestra evidencia de la verdad de la religión cristiana es aún menor que la evidencia de la verdad de nuestros sentidos […] Sería contradecir la experiencia, cuando la Sagrada Escritura, así como la Tradición en la que se supone que se funda, no tienen a su favor una evidencia como la de la experiencia sensible.

[…] Nada es tan oportuno como un argumento concluyente de esta clase, que, por lo menos, debe hacer callar al fanatismo y superstición más arrogantes y librarnos de sus impertinentes acechanzas.

[…] Pero es un milagro que un hombre muerto vuelva a la vida, pues esto no se ha observado en ningún país o época. Ha de haber, por tanto, una experiencia uniforme contra todo acontecimiento milagroso, pues de lo contrario, tal acontecimiento no merecería ese hombre. Y como una experiencia uniforme equivale a una prueba, aquí no hay una prueba directa y completa, derivada de la naturaleza del hecho, en contra de la existencia de cualquier milagro; n puede destruirse aquella prueba, ni el milagro puede hacerse creíble, sino por una prueba contraria que sea superior.

La simple consecuencia es (y trátase de una máxima general digna de nuestra atención) “que ningún testimonio es suficiente para establecer un milagro, a no ser que el testimonio sea tal que su falsedad fuera más milagrosa que el hecho que intenta establecer; e incluso en este caso hay una destrucción mutua de argumentos, y el superior sólo nos da una seguridad adecuada al grado de fuerza que queda después de deducir el inferior”

[…] Pues, en primer lugar, no se puede encontrar en toda la historia ningún milagro atestiguado por un número suficiente de hombres de tan incuestionable buen sentido, educación y conocimientos como para salvarnos de cualquier equivocación a su respecto; de una integridad tan indudable como para considerarlos allende de toda sospecha de pretender engañar a otros; de crédito y reputación tales entre la humanidad como para tener mucho que perder en el caso de ser cogidos en una falsedad, y, al mismo tiempo, afirmando hechos realzados tan públicamente y en una parte tan conocida del mundo como para hacer inevitable el descubrimiento de su falsedad. Todas esas circunstancias son necesarias para darnos una seguridad total en el testimonio de los hombres.

[…] En conjunto, entonces, parece que ningún testimonio de un milagro ha venido a ser una probabilidad, mucho menos que una prueba y que, incluso suponiendo que equivaliera a una demostración, se opondría a otra demostración, derivada de la misma naturaleza del hecho de queremos establecer. Sólo la experiencia confiere autoridad al testimonio humano y es la misma experiencia la que nos asegura de las leyes de la naturaleza. […] ningún testimonio humano puede tener tanta fuerza como para demostrar un milagro y convertirlo en fundamento justo de cualquier sistema de religión.

David Hume, Investigación sobre el conocimiento humano. Sección 10

Miercoles, 3 de Febrero de 2010

Los cuatro jinetes del apocalipsis

Encontrado en: Cerebros no lavados

Lunes, 11 de Enero de 2010

Un Dios imperfecto

Fuente: Panfleto Laetus

Sábado, 26 de Diciembre de 2009

El auténtico árbol de Navidad

La Máquina de Von Neumann os desea unas felices fiestas y, recordad, más que nunca en estas fechas, cuál es vuestro verdadero origen.

Viernes, 18 de Diciembre de 2009

Pobre José

Para leer la historia de la polémica imagen aquí.