Sobre «Neurociencia» y PsicologÃa
Se pretende explicar a qué se debe el continuo incremento de neurocientÃficos en el tratamiento de cuestiones psicológicas y delimitar la PsicologÃa frente a las «Neurociencias»
© Aitor Ãlvarez Fernández
Publicado en El Catoblepas
1. Planteamiento de la cuestión
En los últimos tiempos la presencia e influencia de neurólogos, biólogos, psiquiatras y profesionales de diferentes gremios (todos los cuales se presentan bajo el rótulo genérico de «neurocientÃficos») en los debates acerca de las cuestiones psicológicas ha experimentado un considerable aumento.
Bajo el pretexto de estudiar «cientÃficamente» la conducta humana todos estos profesionales tratan de aportar sus conocimientos especializados, en nombre de la tan pretendida «interdisciplinariedad», en pro de un mayor avance de «la» ciencia. Sin embargo, esta pretensión, en último término, se encuentra sustentada por una falta de delimitación gnoseológica del campo de la PsicologÃa que da pie a que en sus discusiones y planteamientos prácticamente «todo el mundo tenga algo importante que decir y, principalmente, que aportar». Ahora bien, ¿acaso un fÃsico, un matemático o un economista no pueden estudiar «cientÃficamente» la conducta humana? De ser asÃ, ¿por qué en los textos, facultades y discusiones sobre PsicologÃa su presencia es prácticamente inexistente?
2. La concepción de la FilosofÃa de los neurocientÃficos
En lÃneas generales, los neurocientÃficos, amparados por el fundamentalismo cientÃfico tan en auge en nuestros dÃas, consideran que el desarrollo de las ciencias contemporáneas ha puesto fin a la especulación filosófica que, a diferencia de ellas, no permitÃa conocer nada con seguridad, lo cual ya lleva implÃcita, necesariamente, una posición filosófica. La FilosofÃa es un saber sustantivo que se ocupa de una serie de cuestiones de Ãndole «especulativa» que se alejarÃan de nuestra realidad más inmediata (dominada por la ciencia) y, por tanto, de escasa importancia para nuestros problemas cotidianos.
En todo caso, cabrÃa agradecer a la FilosofÃa el planteamiento de ciertos problemas que han abierto la vÃa para fructÃferas investigaciones cientÃficas. Los tradicionales problemas filosóficos (mente/cuerpo, naturaleza del Alma, &c.) encontrarán, por fin, una solución definitiva desde el campo de «la ciencia»{1}. La filosofÃa, en último término, quedará reducida a biologÃa, fisiologÃa o neurociencia; muestra de ello serÃa el nuevo «hÃbrido» sacado de la manga por un grupo de «prestigiosos neurocientÃficos» como Patricia y Paul Churchland, Antonio y Hanna Damasio, Daniel Denett, Pablo Argibay, &c. y cuyo nombre («neurofilosofÃa») refleja inequÃvocamente la situación que estamos presentando. Veamos, como ejemplo, la manera en que Damasio «soluciona definitivamente» algunos de los problemas que considera definitorios de la tradición cartesiana y que en la actualidad seguirÃan vigentes:
Antonio Damasio, en su intento por «superar de una vez por todas» el dualismo cartesiano trata de elaborar una concepción de las actividades psicológicas en la que el cerebro tomarÃa el relevo de su antecesor, el cógito cartesiano (a pesar de las reticencias que presenta contra él). Considera Damasio que:
«y puesto que sabemos que Descartes imaginó que el pensar es una actividad muy separada del cuerpo, celebra la separación de la mente, la cosa pensante (res cogitans) del cuerpo no pensante, el que tiene extensión y partes mecánicas (res extensa)»(Damasio, 2001, pág. 261).
Sin embargo, llega a afirmar cosas tales como:
«el cuerpo contribuye al cerebro con algo más que el soporte vital y los efectos moduladores», «el cerebro del lector ha detectado una gran amenaza (...) e inicia varias cadenas complicadas de reacciones bioquÃmicas y neurales», «pero usted no diferencia claramente entre lo que ocurre en su cerebro y lo que ocurre en su cuerpo»(Damasio, 2001, pág.261), ¡en un capÃtulo titulado El cerebro centrado en el cuerpo!
¿Qué tipo de sujeto es ese «usted»? ¿Una nueva modalidad del cógito, un «individuo flotante» o algo por el estilo? No es difÃcil percatarse de que nuestro Premio PrÃncipe de Asturias es presa de una concepción cerebrista según la cual el cerebro poseerÃa un estatuto ontológico diferente al resto del cuerpo. Es obvio que el cerebro no puede considerarse como algo distinto y al margen del cuerpo a pesar de que ello sirva, entre otras cosas, para beneficio económico de muchas editoriales (a este respecto no hay más que recordar el inmenso éxito editorial de obras como El alma está en el cerebro).
Una cuidadosa lectura de las Meditaciones metafÃsicas y del Discurso del método permitirá advertir al lector el grado de «precisión» en la interpretación de Damasio acerca de lo que él considera el error de Descartes:
«la separación abismal entre el cuerpo y la mente, entre el material del que está hecho el cuerpo, medible, dimensionado, operado mecánicamente, infinitamente divisible, por un lado, y la esencia de la mente, que no se puede medir, no tiene dimensiones, es asimétrica, no divisible; la sugerencia de que el razonamiento, y el juicio moral, y el sufrimiento que proviene del dolor fÃsico o de la conmoción emocional pueden existir separados del cuerpo. Más especÃficamente: que las operaciones más refinadas de la mente están separadas de la estructura y funcionamiento de un organismo biológico» (Damasio, 2001, pág. 286).
El famoso cogito ergo sum en que Damasio fundamenta este planteamiento forma parte de una «concepción práctica de la filosofÃa» (primum vivere) donde la importancia del cuerpo no es inferior a la de la conciencia. Además, Descartes parte de esta expresión para construir los cimientos de un racionalismo crÃtico en el que se establezcan las condiciones y lÃmites de nuestro conocimiento (de lo que, por cierto, nada dice Damasio). Por otro lado, un análisis comparativo de las cuatro reglas del método y de las cuatro reglas de la moral pone de manifiesto que las actividades propias del terreno metódico (que Damasio atribuye al cógito) y las del terreno moral (que Damasio deja del lado del cuerpo) obedecen a principios, si bien materialmente diferentes, formalmente semejantes. No podemos extendernos ahora en el tratamiento de estas cuestiones pero recomendamos al lector interesado consultar los textos de Vidal Peña. Por otro lado, este error de Descartes (cuya corrección, al parecer, hubo de esperar a los importantes avances de la ciencia de finales del siglo pasado) ya habÃa sido advertido y corregido por Espinosa (casi cuatro siglos atrás) quien defendió la existencia de una única Sustancia con infinitos atributos y que produce infinitas cosas de infinitos modos y no sólo en el ámbito del pensamiento y de la extensión.
En otro orden de cosas, Damasio «descubre la pólvora» (ante el gran reconocimiento y admiración por parte de muchos de sus colegas) al considerar que los sentimientos y las pasiones son el motor de nuestras actuaciones, las cuales no solo se deberÃan a los cálculos de una supuesta razón «frÃa» y abstracta; más aún, dicha racionalidad no funcionarÃa por sà sola sino que continuamente se verÃa influida por los sentimientos, pasiones y emociones. Ahora bien, en toda la Historia de la FilosofÃa se pueden encontrar numerosos ejemplos que ya han enfatizado esta cuestión pero que la falta de espacio nos impide presentar (Heráclito, Platón, Aristóteles, las escuelas helenÃsticas, San AgustÃn, Santo Tomás, &c.).
¿A qué viene entonces esta reivindicación? ¿No podrÃa acaso estar motivada, en último término, por el desprecio a los planteamientos ofrecidos por la Historia de la FilosofÃa tan de moda en los cientÃficos actuales{2} (y de lo que, incluso, algunos se llegan a vanagloriar)?
Sin embargo, llegados a este punto, quisiéramos reivindicar, dialécticamente, desde el materialismo, la «teorÃa del marcador somático» ofrecida por Damasio (aun teniendo en cuenta su carácter metafÃsico) como una oposición a las teorÃas dualistas y mentalistas (que contaminan buena parte de los planteamientos psicológicos actuales) en defensa de una concepción unitaria del organismo. La importancia de la posición de Damasio, pues, se encontrarÃa, a nuestro juicio, no ya tanto en sus aspectos positivos (de cuyo reduccionismo metafÃsico y carácter cerebrista hemos venimos advirtiendo) sino en su oposición a otras posiciones cuasi-mÃsticas o metafÃsicas (la mente como algo inmaterial, aparatajes cognitivos sustantivados, &c.) En este sentido dialéctico, no podemos sino reconocer a Damasio su enorme acierto (independientemente de que sus implicaciones pudieran circunscribirse al plano del ejercicio o de la representación) en la reivindicación de un filósofo materialista como Espinosa frente a un filósofo de cuño metafÃsico como Descartes para los debates sobre PsicologÃa en nuestro presente.
3. La concepción de la Ciencia de los neurocientÃficos
Todo neurocientÃfico (biólogos, neurólogos, fisiólogos, &c.) posee, necesariamente, una concepción acerca de la ciencia (con independencia de la génesis por la que haya llegado a ella o de que sea consciente de sus implicaciones); de ahà que, necesariamente, estén ejercitando una filosofÃa de la ciencia a pesar de que no sean capaces de representársela y que, por tanto, no sean conscientes de ello. La posición predominante de los neurocientÃficos obedece a esquemas positivistas de Ãndole descripcionista según los cuales el objetivo último de sus investigaciones consistirá en describir los hechos que ocurren en el sistema nervioso ante diferentes situaciones. Esta concepción supone que los «hechos» se le aparecen al investigador por sà mismos, al margen de sus operaciones, con lo que quedarán exentos de toda posible «contaminación» derivada de las actividades del cientÃfico pudiendo, por ende, presentarse como la verdad indiscutible (dado que «lo ha dicho la ciencia» o, mejor aún, «nos hemos limitado a contemplar cómo la ciencia ha hecho que la verdad aflorase ante nuestra atónita mirada»).
En el terreno psicológico, la actividad de los neurocientÃficos se caracteriza por atenerse a los «hechos», los cuales no serán otra cosa que conexiones neuronales o reacciones quÃmicas a partir de las cuales la conducta humana quedará explicada en todas sus vertientes. Muestra de ello serÃa la posición de Damasio en El error de Descartes quien, tomando la problemática en torno a los sentimientos como hilo conductor, los acaba reduciendo a circuitos nerviosos:
«Empezaré considerando los sentimientos de las emociones (...). Todos los cambios que un observador externo puede identificar y muchos otros que un observador no puede, como el pulso acelerado del corazón o el tubo digestivo contraÃdo, el lector los percibió internamente. Todos estos cambios están siendo señalados continuamente al cerebro a través de terminales nerviosos que le aportan impulsos procedentes de la piel, los vasos sanguÃneos, las vÃsceras, los músculos voluntarios, las articulaciones, etcétera. En términos neurales, el trecho de retorno de este recorrido depende de circuitos que se originan en la cabeza, cuello, tronco y extremidades, atraviesan la médula espinal y el bulbo raquÃdeo hacia la formación reticular y el tálamo, y siguen viajando hacia el hipotálamo, las estructuras lÃmbicas y varias cortezas somatosensoriales distintas en las regiones insular y parietales. Estas últimas cortezas, en particular, reciben una relación de lo que está ocurriendo en nuestro cuerpo, momento a momento, lo que significa que obtienen un «panorama» del paisaje siempre cambiante de nuestro cuerpo durante una emoción»(Damasio, 2001).
4. CrÃtica a la concepción de la FilosofÃa de los neurocientÃficos
La filosofÃa no es un saber sustantivo con un campo de fenómenos propio, antes bien, es un saber de segundo grado cuyo alimento constante se encuentra en los materiales que le proporcionan las diferentes ciencias positivas o saberes de primer grado. Los importantes resultados arrojados por la investigación cientÃfica en los últimos tiempos plantean problemas filosóficos que no se pueden responder desde la inmanencia de las propias categorÃas cientÃficas. El importante desarrollo de la neurociencia, en este sentido, producirá efectos sobre la filosofÃa bien distintos a los pronosticados por el nuevo gremio de «neurofilósofos».
La labor de la filosofÃa será, pues, más importante que nunca pues más complicados serán los problemas derivados de la prolija investigación cientÃfica (aborto, anticoncepción, clonación, implantes tisulares, transplantes, &c.). La misión de la filosofÃa consistirá, principalmente, en frenar o demoler, haciendo uso de un sistema (y no de manera gratuita), las pretensiones fundamentalistas e ideológicas emanadas del gremio de cientÃficos. De lo contrario, de no ser por la crÃtica filosófica, la dualidad cerebro/cuerpo (a la que aludÃamos más arriba) o la consideración de que «todo es genética» o «todo es quÃmica» pasarÃan desapercibidas para el gran público, amparadas por la autoridad cientÃfica de sus defensores; en efecto, ¿cómo sostener que el cerebro es una entidad ontológicamente diferente al cuerpo? ¿Acaso no es un órgano, como pudiera serlo el hÃgado o el corazón, con unas funciones de integración bien delimitadas en el conjunto del organismo? ¿Cómo afirmar que todo es genético? Si todo fuera genético, los resultados de las elecciones podrÃan anticiparse mediante un análisis del genoma de los votantes de tal manera que los miembros de los partidos con menor intención de voto no dudarÃan en solicitar una modificación del mismo. En caso de que todo fuera quÃmica, como Gustavo Bueno le respondió a Severo Ochoa, habrÃa que determinar si las palabras de un texto se unen por enlace iónico o por enlace covalente. ¿Existe acaso alguna diferencia significativa entre estos dos tipos de monismos (genético y quÃmico) y la filosofÃa de los milesios (el argé como agua, apeiron o aire)? Tal es, pues, el nivel filosófico de muchos de los cientÃficos más prestigiosos de la actualidad.
5. CrÃtica a la concepción de la Ciencia de los neurocientÃficos
Su teorÃa de la ciencia general asume que los hechos se presentan de forma intuitiva al cientÃfico cuya labor se limitará a describirlos e integrarlos en un corpus de datos y observaciones. La verdad serÃa entendida como aletheia, desvelamiento. Sin embargo, los «hechos» no existen por sà mismos dado que no son nada al margen de las operaciones, interpretaciones, &c. de los sujetos (en este caso, los neurocientÃficos). Los mecanismos de comunicación neuronal, por ejemplo, no son un «hecho» que se hizo evidente por sà mismo sino que su verdad es resultado de la integración de variados cursos operatorios{3} en una identidad sintética. Asà ocurre en las demás ciencias como, por ejemplo, en la FÃsica donde el número de Rydberg (tomado por Bohr para la construcción de su modelo atómico) no resulta de observaciones empÃricas sino de manipulaciones sutiles por parte de los investigadores.
Su teorÃa acerca de la ciencia psicológica, en particular, adolecerÃa, como hemos ejemplificado anteriormente, de un reduccionismo mediante el cual se pretenderÃa explicar el comportamiento de los sujetos operatorios, exclusivamente, en base a mecanismos biológicos, reacciones quÃmicas, &c. Tomando como punto de partida las operaciones de los sujetos se pretenderá efectuar un regressus hacia mecanismos no-operatorios (sinapsis neuronales, niveles de neurotransmisores, &c.) que se considerarán en términos aliorrelativos (de causa-efecto) respecto a nuestras operaciones. Esta reducción del sujeto nos conducirÃa a un mundo absurdo caracterizado por unos esquemas de causalidad que impiden la imputación de responsabilidad a las actuaciones de los sujetos. Ni que decir tiene que muchos sujetos tratarÃan de aprovecharse de las ventajas jurÃdicas que les confiere este tipo de ideologÃa alegando (como trató de hacer, mutatis mutandis, el esclavo de Zenón) que su actuación criminal se debe a un repentino y «misterioso» desequilibrio en sus niveles de neurotransmisores ante lo cual no les quedaba otra opción. Claro que siempre quedará la posibilidad de que el juez les imponga una fuerte condena justificada en que una mayor activación de su formación reticular durante el juicio le ha determinado a hacerlo.
Con todo ello no estamos negando que el sujeto operatorio sea un sujeto biológico (¿qué iba a ser si no?) sino las pretensiones de muchos neurocientÃficos de reducir la PsicologÃa a sus correlatos biológicos. Cuando alguien se siente triste o padece «depresión», tendrá un déficit serotoninérgico. Ahora bien, lo que pretendemos constatar es que no se sentirá triste a consecuencia de presentar un déficit serotoninérgico sino que este último será consecuencia de las circunstancias que le han conducido al estado de tristeza. Todas nuestras acciones y sentimientos deben tener un correlato biológico dado que, en caso contrario, no podrÃan ser positivas. Pero su explicación deberá acudir a otro tipo de consideraciones (objetivos del sujeto, circunstancias biográficas y contextuales &c.).
6. Propuesta de una alternativa desde el materialismo filosófico
Hasta aquà hemos insistido en la necesidad de evitar cualquier tipo de reducción de la PsicologÃa a BiologÃa. Ahora bien, ¿cuál es nuestra propuesta para delimitar los fenómenos psicológicos de los fenómenos biológicos? Para ello nos serviremos de dos distinciones propuestas por Gustavo Bueno en su TeorÃa del cierre categorial, a saber, la distinción entre relaciones apotéticas y paratéticas y entre situaciones α y β operatorias.
6. 1. La distinción apotético/paratético. Implicaciones:
«Apotético designa la posición fenomenológica caracterÃstica de los objetos que percibimos en nuestro mundo entorno en tanto se nos ofrecen a distancia, con evacuación de las cosas interpuestas (que, sin embargo, hay que admitir para dar cuenta de las cadenas causales, supuesto el rechazo de las acciones a distancia)» (GarcÃa, 2001). El término «paratético» es el correlativo de «apotético» y hace referencia a lo que se encuentra en contigüidad.
Las operaciones de un sujeto son siempre apotéticas mientras que sus correlatos biológicos siempre serán paratéticos. En el primer caso estarÃamos hablando de PsicologÃa, en el segundo caso de fisiologÃa. Veamos un ejemplo para aclarar la cuestión. Cuando un chico llora porque se le ha metido una pequeña piedra en el ojo estarÃamos hablando de fisiologÃa dado que existe una contigüidad fÃsica entre el ojo del que brotan las lágrimas y la piedra que provoca dicha reacción. Por el contrario, cuando ese mismo chico llora al contemplar que la chica de la que se encuentra enamorado se está besando con otro chico estarÃamos hablando de PsicologÃa dado que la situación que provoca su conducta de llorar no se encuentra en contigüidad con él. Este par de conceptos nos permite evitar la dualidad «dentro/fuera» derivada de una PsicologÃa en primera persona (introspeccionista) lo cual, dicho sea de paso, impedirÃa su consideración cientÃfica.
Lo apotético no debe ser identificado a secas con lo distal (que se opone a proximal). Las terminaciones nerviosas que llegan hasta nuestros pies son distales respecto del encéfalo sin que por ello quepa decir que son apotéticas. En cambio, el mesencéfalo serÃa una división básica del Sistema Nervioso Central proximal al diencéfalo.
El criterio de las relaciones apotéticas goza de gran potencia en la delimitación del campo de la PsicologÃa frente al campo de la BiologÃa. Ninguna ciencia puede establecer su campo en torno a un único término u objeto dado que, en caso contrario, no se podrÃan realizar operaciones. No cabrá decir, por tanto, que la BiologÃa sea la Ciencia de la Vida dado que, ¿cómo se iba a operar con la Vida tomada en abstracto? Los biólogos operarán con células, ácidos nucleicos, &c. que serán los términos del campo de la BiologÃa a partir de los cuales se establecerán diferentes relaciones. Otro tanto de lo mismo ocurrirá en el caso de la PsicologÃa. No podremos sostener que la PsicologÃa sea, como etimológicamente pudiera parecer, la Ciencia del Alma, dado que nos encontrarÃamos ante el mismo e irresoluble problema que en el caso anterior. Otro tanto de lo mismo ocurrirÃa al defender que la PsicologÃa es la Ciencia de la conducta o que su objeto es la conducta dado que ¿cómo operar sobre la conducta? En la aplicación de las técnicas de modificación de conducta, por ejemplo, el psicólogo no operará sobre la conducta sino sobre los términos que participan en su ejecución a fin de que la conducta del sujeto pueda moldearse en la dirección deseada.
El campo de la PsicologÃa deberá contar, pues, con al menos dos clases de términos (con sus correspondientes subclases), a saber, los términos subjetuales y los términos objetuales presentados de manera conjunta y dialéctica, esto es, los sujetos psicológicos serán términos en la medida en que vayan referidos a un objeto apotético el cual, a su vez, cobrará estatuto de término en caso de que vaya referido a un sujeto psicológico.
«Cada sujeto psicológico lo concebiremos como asociado internamente, por estructura, a un sistema de objetos apotéticos» (Bueno, 1995) lo cual nos permitirá reconstruir las conductas teleológicas, muy presentes en la PsicologÃa, de manera no-mentalista. De este modo, la finalidad de las operaciones de los sujetos formalmente considerados, lejos de atribuirse a supuestas y misteriosas planificaciones mentales, se explicará a partir de los objetos apotéticos correspondientes a los sujetos psicológicos. Cuando estos términos subjetuales (los sujetos psicológicos) se consideran materialmente (atendiendo a circuitos y conexiones nerviosas, producción de hormonas y neurotransmisores, reacciones inmunológicas, &c.) pasarán a pertenecer al campo de la BiologÃa. Por otro lado, en el momento en que los objetos no se consideren en relación a los sujetos psicológicos y, por tanto, no sean apotéticos, pasarán a formar parte de los campos de otras Ciencias como la GeometrÃa, la GeologÃa, la FÃsica, &c.
6. 2. La distinción entre situaciones α y β operatorias
Las situaciones α operatorias son propias «de aquellas ciencias en cuyos campos no aparezca, formalmente, entre sus términos, el sujeto gnoseológico o, también, un análogo suyo riguroso» (Bueno, 1992). Las situaciones β operatorias son propias «de aquellas ciencias en cuyos campos aparezcan (entre sus términos) los sujetos gnoseológicos o análogos suyos rigurosos» (Bueno, 1992). Esta distinción nos permite considerar el peculiar estatuto gnoseológico que caracteriza a la PsiquiatrÃa dentro del marco de discusión que venimos planteando acerca de las relaciones gnoseológicas entre la PsicologÃa y las disciplinas englobadas bajo el rótulo de «Neurociencias»{4}.
¿Cuáles son los términos del campo de la PsiquiatrÃa (en caso de que existiese)? ¿Los circuitos y conexiones neuronales que, a consecuencia de su mal funcionamiento, son los responsables de la situación del paciente? ¿Las operaciones desadaptativas de los pacientes que acaban por producir desequilibrios quÃmicos en el cerebro? En el primer caso, nos encontrarÃamos ante una situación α operatoria donde las operaciones de los sujetos se explicarÃan a partir de conexiones nerviosas y reacciones quÃmicas. En el segundo caso, nos encontrarÃamos ante una situación β operatoria donde las operaciones de los sujetos se explicarÃan a partir de la consideración formal de este. Teniendo presente que la NeurologÃa es la Ciencia cuyo campo estarÃa constituido por los elementos del Sistema Nervioso y que se encargarÃa del tratamiento de las posibles alteraciones que pudieran surgir en él y que la PsicologÃa es la Ciencia encargada, como dijimos anteriormente, de analizar las operaciones de los sujetos (previa consideración formal de los mismos) en relación a los objetos apotéticos, ¿qué lugar le queda a la PsiquiatrÃa? ¿O es que acaso nos la pretenden vender, por decirlo al modo hegeliano, como una sÃntesis superadora de la NeurologÃa y de la PsicologÃa? Desde la TeorÃa del cierre categorial la PsiquiatrÃa carecerÃa de campo gnoseológico propio encontrándose en una permanente situación de indefinición gnoseológica. En primer lugar, no tendrÃa unos términos propios y nÃtidamente definidos con los que realizar operaciones mientras que, en segundo lugar, se encontrarÃa en un «eterno» medio camino entre las situaciones α y β operatorias{5}.
En esta situación de clara indefinición gnoseológica (a medio camino entre la NeurologÃa y la PsicologÃa o entre las metodologÃas α y β operatorias) la PsiquiatrÃa se encontrarÃa en una situación similar a la del asno de Buridán quien, teniendo a un lado varios montones de avena y al otro lado varios cubos llenos de agua, acabó muriendo por desnutrición dado que nunca fue capaz de saber si tenÃa hambre o sed y, por consiguiente, si debÃa decidirse por comer la avena o por beber el agua (en este sentido, podrÃamos decir, para terminar, que los autores de La invención de trastornos mentales han realizado frente a la PsiquiatrÃa una actuación semejante a la que la diosa Némesis, mutatis mutandis, llevó a cabo frente a Narciso quien, incapaz de dejar de mirar atónitamente su propia imagen{6}, acabó falleciendo).
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Referencias bibliográficas
Bueno, G. (1992), TeorÃa del cierre categorial, vol. 1. Oviedo: Pentalfa.
Bueno, G. (1994), Consideraciones relativas a la estructura y a la génesis del campo de las «Ciencias Psicológicas» desde la perspectiva de la teorÃa del cierre categorial. En Simposium de MetodologÃa de las Ciencias Sociales y del Comportamiento (págs. 17-56). Universidad de Santiago de Compostela.
Bueno, G .(1995), ¿Qué es la ciencia?. Oviedo: Pentalfa.
Bueno, G. (1995), ¿Qué es la filosofÃa?. Oviedo: Pentalfa.
Damasio, A. (2001), El error de Descartes. Barcelona: CrÃtica (orig. 1994).
Damasio, A. (2005), En busca de Spinoza. Barcelona: CrÃtica.
Dawkins, R. (2002), El gen egoÃsta. Barcelona. Salvat.
Descartes, R. (1980), Discurso del método. Barcelona: Orbis (orig. 1637).
Descartes, R. (2005), Meditaciones metafÃsicas. Oviedo: KRK (orig. 1642).
Espinosa, B. (2003), Ética. Madrid: Alianza (orig. 1677).
GarcÃa, P. (2001), Diccionario filosófico. Biblioteca filosofÃa en español.
González Pardo, H., Pérez Ãlvarez, M. (2007), La invención de trastornos mentales. Madrid: Alianza.
Pérez Ãlvarez, M. (2003), Las cuatro causas de los trastornos psicológicos. Madrid: Universitas.
Peña GarcÃa, V. (1981), «Descartes, razón y metáfora», Arbor, 53, 27-35.
Peña GarcÃa, V. (1982), «Acerca de la razón en Descartes: reglas de la moral y reglas del método», Arbor, 52, 23-39.
Punset, E. (2006), El alma está en el cerebro. Madrid. Santillana.
Notas
{1} Muchos psicólogos consideran su escisión gremial respecto a los filósofos como algo sumamente beneficioso para su nueva ciencia dado que, una vez liberada de las garras del pensamiento «teórico-especulativo», podrá ocuparse enteramente de los problemas «prácticos» (prescindiendo de vanas disquisiciones filosóficas) que realmente interesan a la gente y permiten ayudarle (¿?).
{2} ¿Quién no ha oÃdo a ningún fundamentalista cientÃfico afirmar cosas tales como «bueno, pero eso ya es filosofÃa», «nada nada, eso son cuestiones e ideas filosóficas, sin embargo lo que la ciencia dice es esto»?
{3} Descubrimiento de las dendritas por Otto Deiters, introducción del carmÃn, el añil y el cloruro de oro como medios de tinción por parte de Von Gerlach, descubrimiento de la reacción negra por Golgi, crÃtica a su reticularismo por Ramón y Cajal, estudios sobre la conducción de la electricidad en animales como los efectuados por Moruzzi y Magoun, &c..
{4} Las reacciones que la publicación de La invención de trastornos mentales (escrito por Héctor González y Marino Pérez) ha suscitado por parte de una Sociedad de PsiquiatrÃa da buena cuenta de la necesidad del tratamiento de estas cuestiones (véase La Nueva España del pasado 2 de Diciembre); en efecto, la falta de argumentos para rebatir las propuestas de los autores ha llevado a algunos miembros de dicha Sociedad a replicar de la siguiente manera: «Hablar de la invención de las enfermedades mentales en un paÃs donde hay más de 400.000 personas que sufren esquizofrenia no sólo es frÃvolo, es inmoral. Seguramente es una mezcla de ignorancia-se trata de personas que no tienen contacto alguno con los miles de afectados que en Asturias sufren un trastorno mental severo-y de intereses espurios, bien personales o corporativos».
En primer lugar, diremos que los autores de este libro nunca hablan de una invención propiamente dicha (ex nihilo) sino de la construcción operatoria de una suerte de cultura clÃnica que envolverá las operaciones de los sujetos (pacientes e, incluso, clÃnicos tanto psicólogos como psiquiatras). Este contexto clÃnico determinará el estatuto asignado a nuestras vivencias y operaciones. Aunque podamos partir de la praxis clÃnica (situación β2) es necesario regresar hacia una situación II–β1, propia de la teorÃa de juegos. De este modo, podremos explicar, en el progressus hacia las circunstancias en que se desenvuelve la praxis clÃnica, por qué las multinacionales farmacéuticas y ciertos clÃnicos influyen sobre la población y no a la inversa (en la misma situación nos encontrarÃamos cuando esta influencia se ejerce por parte de las multinacionales farmacéuticas sobre los clÃnicos). Es decir, se necesitará un sistema operatorio más potente para conducir las operaciones de los sujetos en la dirección deseada (para que, en último término, ello redunde en un aumento de las ventas de psicofármacos, en la proliferación de consultas clÃnicas, &c.). Sin embargo, no es este el lugar apropiado para exponer con el debido detenimiento los planteamientos que se presentan en este libro.
Un estado de bajo ánimo, apatÃa y tristeza, por ejemplo, bien podrÃa ser interpretado en la Edad Media como una crisis de fe motivada por la actuación del demonio (dentro de un contexto marcadamente teológico- también construido, obviamente, por las operaciones de los sujetos-) mientras que en nuestras sociedades del bienestar, donde cualquier atisbo de incomodidad habrá de proscribirse (en lo que tanto se apoya la construcción operatoria de esta nueva cultura clÃnica), la interpretación se hará a partir de este nuevo contexto envolvente. ¿Cómo explicar sino la diferente concepción de la melancolÃa en tiempos de Aristóteles y la existente en nuestros dÃas?
En segundo lugar, al atribuir esta explicación operatoria a «una mezcla de ignorancia» alegando que «se trata de personas que no tienen contacto alguno con los miles de afectados (...)» se está ignorando la distinción entre los planos emic/etic. En efecto, en la anterior afirmación se sostiene que para poder comprender bien un determinado fenómeno (en este caso, los trastornos mentales) es necesario estar cerca de alguien que lo padece. De ser asÃ, cualquier allegado a uno de estos pacientes podrÃa proporcionarnos una sólida explicación acerca del estatuto ontológico y antropológico de estos trastornos. No obstante, la mayor potencia en la explicación y comprensión de un fenómeno vendrá dada mediante la adopción de un plano etic a partir del cual podamos reconstruir la situación desde un sistema de coordenadas mucho más potente que el poseÃdo por los sujetos inmersos en el plano emic (en caso, claro está, de que lo tuviesen). José Smith fundador del movimiento mormón, desde un punto de vista emic (reivindicado por esta Sociedad), habrÃa visto separados a Dios Padre y a Jesucristo quienes le habrÃan encargado la sublime misión de restaurar y liderar la nueva y verdadera Iglesia de Jesucristo. Ahora bien, desde el punto de vista etic ni que decir tiene que son los intereses económicos y de poder de este individuo los parámetros que hemos de adoptar para explicar sus «visiones». Sin embargo, según lo que se desprende de las declaraciones «...es una mezcla de ignorancia», mutatis mutandis, serÃamos nosotros quienes estarÃamos equivocados, y no José Smith, cuando analizamos la verdadera génesis del movimiento mormón.
{5} Resulta curioso, pues, que desde la Sociedad de PsiquiatrÃa a la que hacÃamos mención, se llegue a analogar los argumentos ofrecidos por los autores de La invención de trastornos mentales con la Iglesia de la CienciologÃa cuando la verdad apuntarÃa en una dirección bien distinta, a saber, es la PsiquiatrÃa la que, en todo caso, deberÃa ser analogada con la CienciologÃa dado que, careciendo de campo gnoseológico propio, trata de imponer o vender su ideologÃa por encima de cualquier análisis riguroso con las peligrosas implicaciones que ello supone de cara a la consideración y el tratamiento de las diferentes psicopatologÃas.
{6} Desde esta Sociedad se afirmó que «todo el mundo quiere ser médico» a pesar de que muchos de nosotros no hemos tenido la oportunidad de rellenar «la encuesta utilizada» para llegar a esa conclusión.