Si se trata de ahorcar

Los Estados Unidos deben de estar manejando un sentido bien perverso de la justicia.
Saddam Hussein acaba de ser sentenciado a morir ahorcado en un juicio por crímenes de guerra. Concretamente, el cargo que lo ha llevado a la pena de muerte es la masacre de 148 personas hace dos décadas.
Es innegable que Hussein es un criminal y que debía ser capturado. Nadie objeta que Iraq se ha librado de un tirano y que la democracia es preferible a una dictadura. Pero nos están queriendo meter los dedos en la boca si quieren que creamos que una invasión brutal y sanguinaria como la perpetrada por los Estados Unidos a lo largo de estos últimos tres años garantizará la transición a una vida pacífica y más libre para los iraquíes.
No sólo se ha utilizado un armamento desproporcionado, se ha destrozado el país y se han exacerbado los odios fratricidas del pueblo iraquí, ocasionando un hervidero que promete guerra civil para varias décadas, sino que la credibilidad de los Estados Unidos, la resolución de los conflictos del área musulmana y la seguridad misma del mundo han quedado seriamente debilitadas. Para llegar hasta Hussein y poder ejecutarlo se han desperdiciado las vidas de más de 650.000 personas, entre soldados y civiles de ambos bandos. ¿Estamos hablando de crímenes de guerra aquí?
148 vidas le han costado la pena capital a Hussein. Pues bien, si el actual gobierno estadounidense tuviera un mínimo sentido de honestidad y decencia -que no lo tiene-, y si la pena de muerte fuera un castigo legítimo y aceptable -que no lo es-, a George Bush, Dick Cheney, Colin Powell, Donald Rumsfeld y Condoleeza Rice habría que ahorcarlos 4.400 veces para hacerlos pagar por sus infamias.

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