Autobuses ateos

La historia de los autobuses ateos de Barcelona y (pronto) otras ciudades lleva ya varias semanas rodando por la blogosfera (incluso ya se han enterado los periódicos), así que tal vez es un poco tarde para comentarla. Supongo que debo hacerlo, no obstante, ya que el ateísmo (no militante) es parte de la filosofía fundacional de este blog.

En primer lugar, no puedo estar en contra de que haya autobuses con una afirmación tan poco arriesgada como “Dios posiblemente no existe…”. Los mensajes de contenido religioso no son infrecuentes (aunque normalmente no en los autobuses). Recuerdo una campaña en el Metro hace unos meses con el chocante eslogan “ningún cristiano usa preservativo…”. Es evidente que los ateos tienen el mismo de derecho a expresar sus (no) creencias que los creyentes las suyas.

En segundo lugar, algunas de las reacciones a esta campaña han sido bastante “casposas”. El Vaticano la ha calificado de “idea ridícula y estúpida”. En cambio, la Iglesia anglicana ha reaccionado con mucha más deportividad (como buenos ingleses).

Así que, sin estar en contra de la campaña, no puedo dejar de hacer un par de observaciones. La primera, no entiendo muy bien lo de “deja de preocuparte y disfruta de la vida”. Yo no veo que los creyentes se preocupen más o disfruten menos (evidencia anecdótica, es cierto). Es posible que el lema tenga más sentido en un contexto “protestante”.

Pero el punto crucial, para mí, es otro. El ateísmo no es una religión y no se debe comportar como tal. Personalmente no tengo ningún interés en ganar “adeptos” y mantengo excelentes relaciones con muchos creyentes (como casi todo el mundo) sin que la cuestión religiosa haya sido un problema hasta ahora. En mi opinión, discutir sobre la existencia de Dios tiene poco sentido. Si uno es creyente, no necesita pruebas y si no lo es, la hipótesis de Dios se cae en el acto. En cuanto elegimos unas reglas del juego (evidencia empírica o revelación) el juego se acaba instantáneamente ¿para qué discutir?

Para mí, la cuestión clave es el “laicismo”, esto es,  la convivencia pacífica de creyentes diversos y no creyentes en la misma sociedad. Para ello, los creyentes tienen que asumir que la religión tiene que ser algo estrictamente personal y esto obliga a admitir una versión “light” del concepto tradicional de religión. No olvidemos que las religiones son algo más que un sistema de conocimiento; constituyen un kit completo: valores, código ético, rituales, sentido de la vida, consuelo espiritual frente a la muerte y otras desgracias, cohesión social e incluso una vía de relacionarse con los demás. No es extraño que este kit haya tenido tanto éxito en el pasado. Y lo sigue teniendo, aunque el fenómeno religioso tiende a languidecer en Europa Occidental, eso no ocurre en el resto del planeta.

Para avanzar hacia una sociedad civil y tolerante hay que convencer a los creyentes de que las creencias religiosas constituyen una forma “especial” de conocimiento. Normalmente no creemos en cosas a través de un acto de fe, sino que exigimos algún tipo de evidencia. Por tanto, es totalmente razonable pedir que las creencias se queden en el ámbito privado y no se utilicen en debates que atañen a todo el mundo.

Me explico. Los creyentes tienen derecho a creer que el alma existe pero no a argumentar que la investigación con células madre o embriones debe prohibirse porque equivale a asesinar a seres humanos. Si alguien creyera (literalmente) en Santa Claus podría exigir que los aviones no volaran el 24 de diciembre, no vayan a chocar con su trineo ¿no? Evidentemente, la existencia del alma no se apoya en bases más firmes que la de Santa Claus.

La cosa es que ateos y creyentes de religiones diversas disfruten de sus vidas en paz ¿va a contribuir a ello la campaña de los autobuses?


Los comentarios han sido cerrados para esta nota