Un «bus ateo», sí, pero ateo protestante

© Atilana Guerrero Sánchez
Publicado en El Catoblepas


«Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta la vida»,
Unión de Ateos y Librepensadores et alii



Desde Barcelona, pasando por Málaga, tras la llegada a Madrid de la campaña de los «buses ateos» en el mes de febrero, se puede decir que, a pesar de lo que sus promotores hayan querido interpretar, el efecto que pretendían de «hacer visible la existencia de millones de ciudadanos ateos» en palabras de Albert Riba, presidente de la Unión de Ateos y Librepensadores (UAL), no se ha cumplido. Y tal es el caso sencillamente porque dicho objetivo es imposible.
Su imposibilidad se debe a que los ateos, como grupo de ciudadanos, no constituyen una totalidad armónica englobable bajo una misma doctrina que consistiera en negar la existencia de Dios, como indoctamente se supone por su definición más vulgar.
Por el contrario, el ateísmo es un género con muchas especies, las cuales se definen unas frente a otras con tanta o más discrepancia entre sí que la que mantienen esos diversos ateísmos con el teísmo del que proceden. Y si esto ya es válido para el territorio nacional, en el que la mayoría de los ateos son ateos católicos, más aún se podrá decir de una campaña que, como hemos sabido, no es más que una copia de la que nació en Reino Unido como respuesta al anuncio de publicidad protestante que circuló en los autobuses londinenses con una cita bíblica: «Cuando el Hijo del Hombre venga a la Tierra ¿encontrará fe? (Lucas 18:8).»
Al parecer, fue la periodista Ariane Sherine quien indignada por el mensaje tuvo la idea de responder de la forma en que ya es de todos conocida por haber llegado a España ocupando los laterales de algunos autobuses.
Sin restar mérito al éxito conseguido a juzgar por la respuesta de los «ateos» británicos para sufragar el espacio publicitario, sin embargo, lo que venimos a discutir son los supuestos ideológicos mismos del humanismo ateo que tiene detrás esta campaña.
Del error de este ateísmo simplista –univocista–, en principio, creemos que ya es suficientemente sospechoso el que la primera disensión pública de un ateo provenga del mismo coordinador de la Federación Internacional de Ateos con sede en España. En efecto, Francisco Miñarro, entre cuyos «coordinados» figuran las asociaciones responsables de la campaña (ver en la página web http://busateo.org), publicó una crítica que, a pesar de su ingenuo anticlericalismo, al menos acierta al denunciar la copia del absurdo «probably» británico que convierte la propaganda más que en atea, en agnóstica.
Desde el ateísmo esencial total definido por Gustavo Bueno en La fe del ateo –resulta insólito, por cierto, que este libro no figure en la bibliografía de la Fida–, nuestro análisis pretende dar cuenta del sentido del lema con que estos ateos españoles han colado en España una mercancía ideológica tan defectuosa {1}.
Para presentar en pocas palabras nuestra perspectiva, el ateísmo esencial propio del Materialismo Filosófico no se «conforma», por así decir, con negar la existencia del Dios monoteísta, puesto que, sabida la diferencia entre la esencia y la existencia de un ente, quien dice «Dios no existe» está presuponiendo la esencia de eso cuya existencia dice negar. Sin embargo, hablamos de un ateísmo esencial, frente al ateísmo existencial, cuando no se admite siquiera la esencia de Dios, es decir su misma Idea como tal. La Idea de Dios de la Teología Natural, para el ateísmo esencial, es una construcción conceptual tan preñada de contradicciones que no es siquiera posible «pensarla» en sentido estricto. Es una «paraidea», o una pseudoidea, como «decaedro regular» o «nación de naciones». Por último, a este ateísmo esencial le llamamos total frente al ateísmo esencial parcial, que «todavía» retira algún o algunos de los atributos que parezcan ajenos al constitutivo formal divino, por ejemplo, la providencia, conservando la existencia –llamado «ateísmo cortés» o deísmo por Voltaire– por intentar corregir las contradicciones conceptuales de tal Idea. Pero la cuestión es que la Idea de Dios, la Idea de un ser inteligente de naturaleza incorpórea, como construcción racional es incorregible.
Otra cosa es la involucración de dicha Idea con la teología dogmática de las religiones terciarias –llamadas así por provenir de las primarias y secundarias en el curso histórico–, que como formaciones culturales han dado lugar a instituciones humanas tan positivas, en el sentido de «reales», como las procesiones de Semana Santa o los atentados suicidas.

* * *


Seguramente lo primero que habrá sorprendido al viandante español al toparse con el «bus ateo» habrá sido la diferencia entre el contenido del mensaje publicitario acostumbrado, prosaicos productos del «consumo de bienes y servicios», y este otro en el que el producto protagonista parece ser un «consejo espiritual».
Y es verdad que no estamos habituados a la publicidad religiosa o irreligiosa, al menos en la forma en que se homologan los yogures y las citas bíblicas. Pero si esto es así, algo ha tenido que ver el catolicismo que durante siglos se cuidó de que la ortodoxia, más que con la lectura, salvo cuando esta se hacía en voz alta, penetrara en el pueblo analfabeto gracias sobre todo a las artes plásticas.
Los protestantes, en cambio, al rechazar la «visibilidad» de la revelación divina, tuvieron su canal publicitario en los usos que permitía la entonces reciente invención de la imprenta, y la Biblia de Lutero se convirtió en la mercancía por antonomasia. Pero tampoco renunciaron al poder de la imagen en las masas populares; eso sí, a través de la reproducción de hojas volantes, pasquines ilustrados o grabados que sirvieron para difundir el mensaje anticatólico{2}.
De manera que, a poco que nos remontemos unos siglos en la historia europea, esta especie de publicidad de tema religioso, no sólo no es novedosa, sino que se puede decir que fue la que inauguró los nuevos mass media que nacerían con la imprenta.
De hecho, no consideramos una casualidad que el inicio de la campaña tuviera lugar en un país protestante, ni que la única respuesta en España a la campaña atea haya sido de un grupo llamado «evangelista», que con su «autobús cristiano» comete, por cierto, la misma falacia univocista que los ateos vulgares al denominarse por el género –cristiano–, anulando la especie –protestante, dicho desde Trento, a su pesar–. Su respuesta, «Dios sí existe. Disfruta de la vida en Cristo», circulará por las calles de la capital hasta finales de marzo.
Pero, ¿por qué es determinante, según nuestro análisis, el origen protestante de semejante campaña?
Gustavo Bueno presenta en La fe del ateo diversos criterios para clasificar las formas de ateísmo, y restringiéndonos al ateísmo monoteísta, se pueden distinguir distintos ateísmos según cuál sea el teísmo monista que niegan; católico, mahometano, judío... En efecto, todo teísta católico, pongamos por caso, es ateo del resto de religiones monoteístas y politeístas, en la medida en que dichas religiones, desde su punto de vista, proclaman falsos dioses. Ateos se les llamó a los cristianos por parte de los paganos, como de Sócrates decía Voltaire que era el ateo que creía en un solo Dios. Pero además, y esto es a lo que nos referimos, el ateísmo generado en el mismo seno de la sociedad política ligada secularmente a un monoteísmo en particular, conserva, de algún modo, como el hijo respecto al padre, un «aire de familia», un poso histórico que deja en sus formulaciones actuales una especie de acento particular que nos remite a dicho origen. Este proceso se puede tomar a una escala histórica, filogenética podríamos llamar, o personal u ontogenética, lo cual nos permite afirmar que la mayoría de los ateos españoles, por la educación recibida, son ateos católicos, como seguramente el ateísmo de la periodista a quien se le ocurrió el eslogan de marras será un ateísmo anglicano.
Pues bien, el «acento» de este ateísmo del autobús urbano creemos que se puede percibir en el concepto de la «felicidad canalla» que su eslogan destila, concepto que nos sirvió para analizar el Primer Concilio Ateo de Toledo en una crónica de esta revista, y cuya relación con el protestantismo trataremos de demostrar.
Peca, y peca fuerte...
Como es bien sabido, el protestantismo es una doctrina teológica que tiene entre sus principios fundamentales la oposición al reconocimiento de la autoridad tanto del Papa, a quien no reconoce ser vicario de Cristo en la Tierra, como de cualesquiera «especialistas» eclesiásticos para interpretar la revelación de Dios contenida en la Biblia. De ahí su concepto del libre examen según el cual todo el mundo puede interpretarla sin necesidad de un mediador, suprimiendo así cualquier diferencia entre el estado eclesiástico, propio de aquellos que son letrados, y el laico, el de los legos.
Este igualitarismo de la «comunidad cristiana», encarecido como una virtud desde la ideología del fundamentalismo democrático de nuestros días, que tiende a absorber a cualquier grupo humano bajo el modelo de la sociedad política, en el fondo, lejos de significar una «democratización» de la Iglesia, lo que viene a proclamar es el estado de absoluta incapacidad de cualquier hombre para saber nada respecto a los medios con los que alcanzar la salvación. Para el protestante, todos los hombres son iguales, pero en virtud de su naturaleza corrupta, incapaz de obrar el bien por una concupiscencia invencible, desde el Papa hasta el último campesino. Su salvación queda, pues, a expensas de la gracia de Dios que recae sobre unos elegidos por criterios insondables.
La «psicología» del protestante, no en vano, sin ninguna medida que pueda públicamente servir como patrón del alejamiento o acercamiento a Dios, de cuyo juicio nada sabemos excepto lo que la Biblia pueda sugerirnos, implica necesariamente la angustia y el temor ante la amenaza del infierno.
Y ¿qué tiene que ver todo esto con la doctrina de la felicidad canalla? Veamos.
La felicidad canalla es un concepto formulado por Gustavo Bueno en su libro El mito de la felicidad que tomamos aquí –no sin cierta violencia en cuanto lo desconectamos del conjunto de doctrinas de la felicidad explicadas en dicha obra– a propósito de la evaluación del «síndrome teórico-práctico» que creemos se manifiesta en esta singular campaña ideológica del «bus ateo».
Su base teórica parte de una concepción de la felicidad («¡disfruta de la vida!») que resulta de despojar al concepto teológico cristiano de felicidad de su contenido objetivo, conservando sin embargo el sentido subjetivo que se suele entender hoy como la definición standard de felicidad (goce, disfrute, placer, etc). Digamos que por el contenido objetivo de la felicidad se entiende el objeto mismo que se disfruta (un helado o la Capilla Sixtina), mientras que su contenido subjetivo es el hecho mismo del placer psicológico, al margen del objeto que lo produzca.
La razón por la que se le llama canalla, en el sentido etimológico de canis (en latín, perro), se debe a que esta ideología aprovecha los «restos» de lo que fue la «comida espiritual» durante alrededor de mil años –aquellos durante los cuales la Iglesia Católica mantuvo su hegemonía ideológica–, de la misma manera que el perro ha acompañado al hombre «fielmente» en su historia, viviendo, se puede decir, de los despojos que aquel cazaba.
Veamos grosso modo esta Idea de la Felicidad clásica de modo sumario para entender, entonces, porqué de ella se deriva este otro concepto tan en boga.
La Idea de Felicidad, procedente de la Filosofía antigua, se formuló en el sistema de Aristóteles en un sentido canónico. Sin embargo, tal sentido se transforma al pasar a formar parte, como sillar, del edificio de la Metafísica tradicional cristiana construido modélicamente en el sistema de Santo Tomás. Entre una y otra Idea media precisamente la relación que esta última guarda con el cristianismo que la convertirá en una nueva Idea cuya transformación de la aristotélica resulta revolucionaria. Básicamente la distinción clásica ya presente en Aristóteles, esta que hemos dicho entre el sentido objetivo y subjetivo de la Felicidad, en Santo Tomás va a recibir un contenido absolutamente nuevo al introducir a Dios mismo como objeto de la felicidad humana, de la verdadera felicidad eterna. Y no es que en Aristóteles no estuviera presente la relación entre Dios y la Felicidad eterna, sino que eran dos formas de decir lo mismo: Dios era el Acto Puro, Motor inmóvil del Universo cuya actividad era la contemplación de sí mismo, la verdadera actividad feliz vedada al hombre, al cual ni siquiera conoce.
Como dice Bueno, en el sistema tomista, a diferencia del aristotélico, Dios «rompe a hablar» y en particular le hablará al hombre para «compartir» con él ese estado de felicidad.
No es secundario saber que esta nueva Idea de Felicidad forma parte del ámbito histórico de la Iglesia Triunfante, y con él se ofrece una Idea «eufórica» de Felicidad absolutamente opuesta a la que nació en la sociedad pagana, más bien escéptica («sólo si el hombre fuera como Dios sería feliz, pero como no lo es...). Esta felicidad tomista, digamos, cuyo contenido objetivo es Dios mismo, no sólo podrá gozarse tras la muerte, en la «otra vida», sino que cuenta con «anticipos» muy valiosos durante la «vida terrena» gracias a que la Segunda Persona de la Trinidad ha venido al mundo en carne mortal a anunciarnos nuestra participación actual en la naturaleza divina.
Dicha Idea «eufórica» de Felicidad, insistimos, se ajusta a una situación histórica en la que una vez replegado el Islam, a la Iglesia Católica apoyada en los Estados sólo le quedaba la tarea de mostrar a la Humanidad el camino recto hacia dicho fin a través de los Sacramentos.
Pero ese ámbito medieval en el que la Iglesia Católica había ofrecido el camino seguro para la salvación del Hombre, tiene su fin con el descubrimiento de América, y con él, como reacción de insubordinación al Imperio Hispánico católico dominante, de la llamada Reforma protestante.
Y mientras en España se revaloriza a Santo Tomás, desarrollando hasta sus últimas consecuencias la «cercanía» de Dios al Hombre, los protestantes presentan, con su desafección hacia la Iglesia y su doctrina «eufórica», una doctrina «depresiva», precisamente en el momento en el que, con América, España rompe el equilibrio inestable europeo y la Iglesia se presenta cada vez más acusadamente desbordada por el Imperio ascendente (ningún Estado protestante, pese a su ideología, pudo encarcelar al Papa como hizo Carlos V en el Saco de Roma)
Con Lutero entonces lo que se produce, en contra de los tópicos establecidos, más que la inauguración de la Edad Moderna, en el sentido meliorativo que tiene esta expresión (la afirmación metafísica del Hombre y su libertad individual) es una reacción «medievalizante»{3}, en la que un Dios voluntarista no ofrece más que incertidumbre respecto a la salvación, es decir, esa Felicidad cuyo contenido objetivo era Dios mismo. La pregunta protestante, entonces, es obvia: ¿qué más da si pecamos o no?
En su famosa carta a Melanchton, Lutero afirma con su particular estilo algo parecido:

«Peca y peca fuerte, pero confía y alégrate más fuertemente en Cristo... En tanto estemos aquí abajo, es necesario que el pecado exista... Nos ha sido suficiente el haber reconocido al Cordero que lleva los pecados del mundo; entonces el pecado no nos podrá desligar de El, así forniquemos mil veces por día...»

Don’t worry, be happy... Para todos aquellos Estados de Europa que «protestaron» ante la Iglesia Católica y renunciaron a su «seguridad salvadora», Dios, en su alejamiento respecto al hombre, llegará a perderse de vista hasta un punto límite que desemboca en ateísmo. Pero en un ateísmo por privación que conserva esa actitud pasiva del hombre como criatura sometida a un designio inescrutable. Ese Deus Absconditus seguirá ocupando un lugar en los sistemas filosóficos ateos como es notorio en el grito desesperado de Nietzsche. Y es que si Dios ha muerto, será porque ha vivido, es decir, cuenta con una esencia.
Ahora creemos que se podrá entender cómo esa «felicidad canalla» está atada, como el perro al hombre, a la Idea de Felicidad clásica tomista de la que tan sólo quedan las «migajas» de la felicidad subjetiva. Y puesto que Dios no existe, su esencia, la de ser el dispensador de la felicidad humana, se conserva en todos cuantos efectos terrenales le sirvan de sucedáneos.
Este razonamiento canalla presente en el eslogan ateo, si conserva desde luego ese poso protestante que decimos, se encuentra sobre todo, más que en el «disfruta la vida», en el «deja de preocuparte», porque no sabemos de qué habríamos de preocuparnos salvo que se presupusiera la condenación eterna, o una tristeza previa que conllevara la vida en la que no se sabe si Dios te ha elegido para formar parte de su Reino.
Por último, la pseudoconclusión «disfruta la vida», con ese uso del imperativo, de nuevo invoca una obligación desde la eternidad. Disfrutar la vida, consumirla, apurarla, como se suele decir, no tiene sentido si no se supone un sujeto que la sobreviva, porque si no, ¿cómo podría el sujeto mismo disponerse a autoconsumirse? Este imperativo tan utilizado del «¡Disfruta la vida!» tendría el mismo significado que el de «¡Muérete!».
Nos hemos dejado para terminar el «probablemente» porque, a pesar de que parece deberse a una cuestión jurídico-religiosa del Reino Unido, según la cual está prohibido afirmar taxativamente la inexistencia de Dios, si semejante traslado del «probably» no les ha chirriado a estos «ateos y librepensadores» españoles será por alguna razón. No creemos que su papanatismo llegue al extremo de tener que copiar el eslogan sin estar de acuerdo con él, sobre todo porque semejante prohibición no existe en la católica España.
Y es que creemos que la «cortesía» de la que este ateísmo existencial hace gala al aceptar que acaso Dios exista, puesto que tan probable es una cosa como la otra, redunda en nuestra argumentación que liga dicho ateísmo al teísmo protestante. Pues, ¿acaso no sería una especie de libre examen este relativismo en el que lo importante es eliminar el monopolio de la Iglesia, es decir, que el «mercado» religioso abunde en la plétora de mercancías en competencia, sean estas teístas o ateas?
La prueba de semejante inconsistencia doctrinal está presente, además de en el nombre de la asociación, en los Objetivos que la Unión de Ateos y Librepensadores presentan en su página web.
En primer lugar en el nombre, porque los ateos no pueden aceptar la libertad de pensamiento, la cual, suponemos, se podrá ejercer igualmente por quienes son teístas, siempre y cuando «elijan libremente» serlo, por usar las incomprensibles categorías formalistas de las que extraen su propio ateísmo. Y en segundo lugar, porque entre sus objetivos, aparte de la consabida difusión del ateísmo genérico, está la defensa de la «laicidad». Objetivos, sin duda, incompatibles, en la medida en que si con la laicidad se trata de promover la neutralidad del Estado respecto a cualquier creencia religiosa, ¿cómo puede un ateo que se proclama –de forma indocta, todo hay que decirlo– contra la religión en general, aceptar la tolerancia hacia cualesquiera creencias?
Un ateo esencial católico siempre agradecerá a la Iglesia, por el contrario, que en la batalla contra las supersticiones y las diversas creencias religiosas, esta le allane el camino, quedando frente a frente con un rival, al menos, digno. Con lo que no podrá estar en contra de la privilegiada situación de la Iglesia en España para dar cabida a cuantas religiones «libre y democráticamente» la gente practique.
Por último, recomendamos la lectura del Manifiesto Internacional para un Humanismo Ateo que firman diversas asociaciones suponemos del mismo tenor que la UAL para comprobar cómo los ateos existenciales no renuncian a seguir encontrando la esencia de Dios. Sirva como botón de muestra este fragmento que apoya lo que hemos venido diciendo a lo largo del artículo:

«El Paraíso, si es que existe, debería realizarse sobre la Tierra y no en un reino etéreo más allá de la muerte. Es aquí y ahora que debemos ser seres humanos y vivos. Como librepensadores y ateos creemos que la humanidad ya no necesita religiones anticuadas, primitivas, peligrosas y degradantes.»


Notas

{1} Véase también «Autobuses teopublicitarios», debate nº 55 de Teatro crítico, 14 de enero de 2009, en el que los profesores Tomás García López y David Alvargonzález Rodríguez tratan de este asunto desde nuestra misma perspectiva.

{2} Véase el interesantísimo libro de André Chastel, El saco de Roma, 1527 (Espasa, Madrid 1997) en el que se hace el análisis detallado de algunos de los panfletos protestantes más populares.

{3} Esta tesis, por otro lado, es una clásica interpretación de la Reforma ya en Troeltsch (El significado del protestantismo para el mundo moderno, Munich 1906). Sin embargo, tampoco usamos el término «medievalizante» sino en su sentido vulgar que vuelve a ser de nuevo otro de los tópicos a rebatir, puesto que ya hemos establecido que Santo Tomás no tiene nada de «medievalizante» en ese sentido oscurantista. En verdad, la Reforma –que tampoco es tal sino desde el punto de vista propagandístico protestante– es la recuperación de corrientes teológicas medievales que siempre estuvieron presentes en el agustinismo, pero que fueron contrarrestadas desde la corriente «vencedora» del tomismo.
Un espacio para dudar. Ateos, agnósticos, escépticos. Reflexión, ensayo, debate. Arte y literatura. Humanismo secular.

Los comentarios han sido cerrados para esta nota