Osetia no es Kosovo



vladimir putin


Christopher Hitchens

Mientras que probablemente es por completo cierto que la acción de Moscú en los enclaves georgianos de Osetia y Abjasia ha sido en realidad una venganza por la independencia de Kosovo —el catorce de febrero Vladimir Putin dijo públicamente que el reconocimiento occidental de la independencia de Kosovo sería respondido con la intensificación del apoyo ruso a los rebeldes osetios— es extremadamente importante mantener en mente que esta observación no nos autoriza a ser mentalmente perezosos y establecer equivalencias entre los dos dramas.

Uno se permite mencionar algunas de las diferencias más significativas.


  1. Rusia nunca hubo expresado interés alguno por los micronacionalismos osetio o abjasio mientras Georgia era parte de la Unión Soviética. Es entonces imposible evitar la sospecha de que estas humildes gentes están siendo tratadas como «minorías estratégicas» para negar la independencia de la más grande república georgiana y para avisar a todas aquellas en la zona con poblaciones pro-rusas de lo que podría ocurrirles si hiciesen algo parecido. Un caso parecido al del imperialismo turco con Chipre, Tracia e Iraq, donde las minorías locales pueden ser encendidas y apagadas como una bombilla según sean las necesidades de la superpotencia más próxima.

  2. Kosovo, que fue legalmente parte de Yugoslavia pero nunca lo hubo sido de Serbia, nunca fue considerada como parte del plan de intervención de potencia alguna —los Estados Unidos, de hecho, manejaron durante posiblemente demasiado tiempo la pretensión de que Yugoslavia podía mantenerse como federación— y también por largo tiempo sus reclamaciones nacionalistas fueron por medios de resistencia pasiva y no violentos. La intervención de la OTAN ocurrió sólo cuando las fuerzas serbias comenzaron a practicar la deportación en masa y la limpieza étnica. Lo que sea que pueda decirse de la imprudente política georgiana contra el secesionismo dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas, no merec una comparación con el comportamiento criminal y fuera de la ley del régimen de Slobodan Milosevic. En cualquier caso, es poco sabio por parte de Moscú establecer la analogía, dado que apoyó a Milosevic en su día, y desde entonces ha excusado su comportamiento basándose en deplorables razones relacionadas con la solidaridad entre cristianos ortodoxos —motivos que históricamente han sido incluso disimulados por la propaganda rusa—. También han armado y han incitado el comportamiento de las fuerzas más alejadas del pacifismo en Osetia y Abjasia.

  3. ¿Recuerda alguien al embajador ruso en las Naciones Unidas pedir el apoyo del Consejo de Seguridad a su plan para enviar fuerzas de infantería, aéreas y marítimas, a un territorio, antes parte de la unión, y que ahora es miembro de la ONU? Seguramente no. Todos los días busco en los editoriales de prensa para ver quién es el primero que utiliza la palabra «unilateral» en la misma frase que la palabra «Rusia». Hasta ahora sin éxito. La resolución 1441, que avisaba a Saddam Hussein de serias consecuencias por su política, fue el fruto de años de diplomacia frustrada, y aprobada sin voto alguno en contra.

  4. Las seis antiguas repúblicas que componían Yugoslavia, las cuales ejercitaron acuerdos que precedían a su constitución para secesionarse de Belgrado, forman parte de las Naciones Unidas. Como Georgial. 21 de 27 estados de la Unión Europea han reconocido al gobierno de Kosovo como una entidad de jure, no sólo de facto. Se estima que la población kosovar es de 1,8 millones de habitantes, lo que la hace mayor que la de algunos miembros de la UE. ¿Alguien piensa en serio que Rusia busca servir de apoyo a reivindicaciones nacionalistas de poblaciones diminutas como las de Osetia o Abjasia? Por el contrario, se quiere a toda esta gente reasimilada en el imperio ruso. Cualquier comparación con Kosovo habría requerido que la pretensión real fuese su absorción por parte de Albania, algo que nadie ha propuesto. Ni la aprobación del establecimiento unilateral de fuerzas armadas albanesas en suelo kosovar.

  5. Habiendo sido, y siguiendo siendo una tarea descorazonadoramente difícil, todo el énfasis puesto por occidente en su política para los Balcanes ha sido gastado intentando desactivar las divisiones étnicas. Subsidiando ciudades y comunidades enteras predispuestas a la reconciliación y animando a, por ejemplo, serbios y albanos a cooperar en Kosovo. Puede que uno encuentre o no romanticismo en esta política pero, en cualquier caso, notará que no hay comparación posible con el comportamiento ruso en el Cáucaso —y de hecho en los Balcanes— el cual está explícitamente basado en sectarismo, nacionalismo y —peor aún— confesionalismo.

  6. Los fans de las equivalencias morales podrían o podrían no haber notado esto, pero la obviamente meditada y coordinada intervención militar rusa en Georgia sucede en el mismo mes que las amenazas explícitas a la soberanía de Polonia y Ucrania, y coincide tambén con la obstrucción rusa a cualquier acción de las Naciones Unidas en Zimbabwe. Aquellos que describen el comportamiento del primer ministro Vladimir Putin y al presidente Dmitry Medvedev como la obvia reacción de alguien que se ve rodeado, podrían aún derramar algo de tinta geopolítica explicándonos en qué forma Kosovo, o la represión de la gente de Zimbabwe, pueden servir para Rusia como estrategia de fuga.


Por si le interesa a alguien, estoy de acuerdo con los críticos que dicen que la administración Bush se ha ganado lo peor de ambos mundos dándole a Georgia la impresión de que tendrían el apoyo de los Estados Unidos, y quitándose de enmedio a la hora de la verdad. Los de Clinton cometieron exactamente el mismo fallo con la agresión serbia hace más de una década, dándole esperanzas a los bosnios y después quedándose mirando hasta que su aniquilación hizo insostenible la situación. Increiblemente, aún después de los acuerdos de Dayton, los mismos errores se repitieron en el caso de Kosovo. Cuanto más se aplaza el momento de la verdad, peores son las cosas que ocurren entonces. Pero esto, en realidad, sirve como argumento convincente de que nunca hubo un diseño imperiarl deliberado. ¿Se puede decir lo mismo del plan de Putin para recuperar la hegemonía rusa en la periferia de su imperio? Sería bueno que Washington tuviese una respuesta consistente a todo esto, pero no me apostaría la casa de nadie a favor de esta idea. Al presidente Bush no le ha importado dejarnos la desagradable impresión de estar manteniendo una frívola farsa respecto a este tema en las últimas dos semanas.

Visto en Slate Magazine.

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