Los científicos deberían hacer frente común contra la amenaza de la religión

© Sam Harris
Carta a la revista Nature
Traducida del inglés para Rebelión por Anahí Seri



Resultó realmente inquietante encontrarse con la justificación del Islam de Ziauddin Sardar en las páginas de su revista («Beyond the troubled relationship», «Más allá de una relación difícil», Nature 448). Aquí, como en otros lugares, el tratamiento de la religión por parte de Nature ha sido indefectiblemente diplomático, hasta el punto del oscurantismo.
En su comentario, Sardar parece aceptar tal cual, sin cuestionarla, la afirmación de que el Islam constituye una «visión del mundo intrínsecamente racional». Tal vez haya ocasiones en las que los intelectuales públicos deben proclamar que las enseñanzas del Islam están en perfecta armonía con el naturalismo científico. Pero no hagamos eso, por el momento, en la revista científica más prestigiosa del mundo.
De acuerdo con las enseñanzas básicas del Islam, no se puede cuestionar ni contradecir el Corán, puesto que es la palabra perfecta del creador del universo. Hablar de la compatibilidad entre ciencia e Islam en 2007 es como hablar de la compatibilidad entre ciencia y cristianismo en el año 1633, cuando a Galileo se le obligó, bajo amenaza de muerte, a renegar de su teoría sobre el movimiento de la Tierra.
Un editorial en el que se anuncia la publicación del libro de Francis Collins, The Language of God (El lenguaje de Dios), («Building bridges», «Construyendo puentes», Nature 442), representa otro ejemplo de mojigatería de elevada moral a la hora de enfrentarse a la incompatibilidad entre fe y razón. Nature alaba a Collins, un devoto cristiano, por ponerse «con personas creyentes a explorar cómo la ciencia, tanto en lo que respecto a su modo de pensamiento como a sus resultados, es coherente con sus creencias religiosas».
Pero así es como Collins describe cómo él, como científico, acabó convenciéndose de la divinidad de Jesucristo: «En un bello día, mientras caminaba por la montañas Cascade, la majestuosidad y la belleza de la creación de Dios me sobrecogieron. Giré una esquina y vi una catarata hermosa y congelada, inesperada, de una altura de más de cien metros, y supe que la búsqueda había acabado. La siguiente mañana, me arrodillé en la hierba cubierta de rocío cuando salía el sol, y me entregué a Jesucristo».
¿Qué tiene en común con la ciencia el «modo de pensamiento» del que hace gala Collins? El lenguaje de Dios debería haber provocado indignación entre los editores de Nature. En vez de ello, calificaron los esfuerzos de Collins como «conmovedores» y «loables», elogiándolo por construir «un puente entre la división social e intelectual que existe entre la mayoría de los universitarios de USA y lo que se llama el interior».
En una época en que se acusa a médicos e ingenieros musulmanes de intentar atrocidades ante la expectativa de una recompensa sobrenatural; en que la Iglesia Católica sigue predicando, en los pueblos asolados por el sida, que el uso del condón es un pecado; en que el Presidente de los Estados Unidos veta una y otra vez, por razones religiosas, la investigación médica más prometedora, mucho depende de que la comunidad científica presente un frente unido contra las fuerzas de la sinrazón.
Hay puentes y hay tablones endebles, y la tarea de revistas como Nature consiste en saber distinguir entre unos y otros.

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