Las religiones como materia obligatoria


© Daniel C. Dennett
Traducción de Mirta Rosenberg


En Romper el hechizo argumento a favor de la educación obligatoria sobre las religiones del mundo en todas las escuelas estadounidenses, públicas y privadas, y en la educación a domicilio. En el año y medio transcurrido desde la aparición de mi libro en los Estados Unidos [N. de E.: en la Argentina acaba de ser publicado por Katz] me ha encantado ver que algunos líderes religiosos y formadores de opinión recibían mi propuesta con entusiasmo, aunque otros, por supuesto, aborrecían la idea. Los incomodó particularmente descubrir que les resultaba difícil encontrar argumentos en contra. Esto es lo que propuse:
«Tal vez sea posible confiar en la gente de cualquier parte y, por lo tanto, permitirle que haga sus propias elecciones bien fundadas. ¡Elecciones bien fundadas! ¡Qué idea sorprendente y revolucionaria! Tal vez se pueda confiar en las elecciones de las personas, no necesariamente en las elecciones que nosotros les recomendemos, sino en las que tienen mayor probabilidad de satisfacer los objetivos que ellos se han planteado. Pero, ¿qué les enseñamos hasta que adquieran suficiente información y madurez como para poder elegir por sí mismos? Les enseñamos todo sobre las religiones del mundo, de manera práctica, bien informada en los aspectos históricos y biológicos, de la misma manera que les enseñamos biografía, historia y aritmética. Tengamos más educación sobre religiones en nuestras escuelas, no menos. Deberíamos enseñarles a nuestros hijos credos y costumbres, prohibiciones y rituales, los textos y la música, y cuando nos dediquemos a la historia de la religión, deberíamos incluir tanto lo positivo (el papel de las iglesias en el movimiento de derechos civiles de la década del 60, el florecimiento de las artes y las ciencias en el período temprano del islam, y el papel desempeñado por los musulmanes negros, que llevaron esperanza, honor y dignidad a las vidas destruidas de muchos internos de nuestras cárceles, por ejemplo) como lo negativo (la Inquisición, el antisemitismo a lo largo de los siglos, el papel de la iglesia católica en la proliferación del sida en Asia por medio de su oposición a los preservativos). Y a medida que descubrimos más y más cosas sobre las bases biológicas y psicológicas de las prácticas y costumbres religiosas, deberíamos agregar esos conocimientos a los programas, del mismo modo en que actualizamos nuestros conocimientos en los campos de la ciencia, la salud y los acontecimientos de actualidad. Todo esto debería formar parte del programa obligatorio de las escuelas públicas, las privadas y la educación a domicilio.
«(...) Es solo una idea y tal vez haya otras mejores para tener en cuenta, pero esta seguramente resultará atractiva para los amantes de la libertad en todas partes: la idea de que los devotos de todos los credos deberían enfrentar el desafío que implica asegurarse de que su credo sea suficientemente digno, atractivo, plausible y significativo como para resistir las tentaciones de sus competidores. Si uno tiene que engañar a sus hijos o vendarles los ojos para asegurarse de que confirmarán su fe cuando sean adultos, esa fe debería desaparecer».


Mucha gente coincide conmigo en que se trata en realidad de una medida de salud pública: al abrir la mente de los jóvenes, y darles una reserva compartida de conocimiento sobre todas las religiones, estamos protegiendo la mente de esos jóvenes de las formas tóxicas de la religión que surgen en todas las tradiciones. Pero hay que responder a una cantidad de objeciones.
En primer lugar, la gente quiere saber de qué manera se establecerá el programa de enseñanza. ¿Quién «dictaminaría» qué hechos incluir y cuáles omitir? La gente piensa que, sin duda, eso desencadenaría una tormenta política. No es así, respondo. Si pudiéramos idear un proceso político que no solo fuera transparente y justo, sino que además fuera visto indudablemente como transparente y justo, podríamos alcanzar un consenso estable acerca de qué incluir en el programa y qué no, y esos contenidos se adaptarían, con el tiempo, a medida que aprendamos más cosas sobre las religiones, ya que el proceso político se mantendría y se corregiría a sí mismo. Todas las religiones, mayores y menores, estarían invitadas a participar, así como representantes de la minoría no religiosa (cuyo número supera a muchos de las principales religiones en los Estados Unidos). Hay al menos 749 millones de ateos en el mundo de hoy, el doble de ateos que de budistas, 40 veces más ateos que judíos y 50 veces más ateos que mormones, según un estudio reciente realizado por Phil Zuckerman (2006).
Se invitaría a todos los principales grupos religiosos y no religiosos a que trazaran perfiles de sus tradiciones, incluyendo todo el material sobre ellos que quisieran que los demás conocieran, dentro de límites preestablecidos de extensión. Ninguna religión tiene mayoría en el mundo y, en un primer momento -siempre de acuerdo con los cambios y ajustes del proceso político-, el tiempo y el espacio que ocupe cada una en el programa debería ser proporcional al número de adherentes que tuviera en el mundo.
Estos perfiles podrían cuestionarse por inexactos en lo referido a los hechos y otros representantes (expertos y otras partes interesadas) tendrían la oportunidad de proponer hechos importantes si estos hubieran sido excluidos de los perfiles. Estos desacuerdos sobre los hechos se resolverían mediante algo semejante a un juicio legal y ese proceso pasaría por diversas instancias, sin duda, antes de que se aprobaran las versiones acordadas. Sabemos cómo hacerlo. Existen muchas maneras de probar y lograr equilibrios que impidan que las religiones censuren verdades vergonzosas pero innegables, y que impidan también que se confabulen para vilipendiar a las religiones minoritarias. Para que todo esto ocurra hará falta voluntad política, pero, ¿quién no ve, hoy en día, la importancia de que estos temas sean sometidos a la luz de una indagación racional? (Adviértase que la verdad o la falsedad de una doctrina religiosa no sería un tema incluido en el programa, ya que en la comunidad mundial no existe acuerdo respecto de que algún punto de las doctrinas religiosas pueda considerarse como un hecho comprobado.)
Otra objeción que se expresa con frecuencia es que resulta muy poco realista esperar que maestros y educadores domiciliarios puedan enseñar de manera eficaz este programa, ya que muchos seguramente lo encontrarán antiético respecto de su visión del mundo. Coincido, y sin duda una proporción significativa de los docentes cumpliría su tarea a desgano, pero creo que no importa. Me basta con que los maestros les digan a sus estudiantes: «Este programa obligatorio es una basura, obra de Satanás, una miserable concesión política que nos impone un Estado poco comprensivo». Pero será mejor que agreguen: «Sin embargo, ustedes tendrán que rendir examen y, si no lo aprueban, su promoción estará en peligro». La sola exposición, por tendenciosa que sea, de que la mayoría de las personas cree en esos hechos religiosos debería conseguir que muchos niños quedaran inoculados contra los virus tóxicos de algunas religiones. La credibilidad de los maestros, además, sería cuestionada si despotricaran contra el programa de enseñanza, por lo que cuanto mejor lo planifiquemos tanto más difícil resultará denigrarlo. Algunas series televisivas sobre el nuevo programa de enseñanza, y amplios sitios web, también servirían para contrarrestar los efectos de los que intenten desacreditarlo.
Tal vez el cuestionamiento más serio que se haya planteado es que el currículum escolar ya está atestado. ¿Qué eliminar para hacerle lugar a este nuevo programa? Es otro difícil tema político, pero la ignorancia generalizada sobre las religiones –especialmente debido al poder emocional que esa ignorancia implica– es una situación peligrosa que no debe persistir, y esa convicción ayudará a los educadores a decidir cuál es la mejor manera de priorizar los contenidos para poner en marcha el programa.
Finalmente, me ha hecho gracia escuchar que algunos opositores alegan que esta propuesta es «fascista» o «totalitaria», cuando en realidad es renovadora y libertaria: uno puede enseñarle a sus hijos lo que se le antoje sobre religión, sin ninguna interferencia del Estado, siempre y cuando les enseñe también estos hechos . ¿Qué mayor libertad podría desearse? ¿La libertad de mentirles a nuestros hijos? ¿La libertad de mantenerlos en la ignorancia? Nadie es dueño de sus hijos, como si fueran esclavos, ni nadie tiene derecho a incapacitarlos manteniéndolos en la ignorancia. Tenemos la obligación de permitirles acceder al conocimiento del que disponemos, como parte normal del hecho de crecer en una sociedad libre.
Además, este conocimiento enriquecerá sus mentes de infinitas maneras, ya que les permitirá familiarizarse con parte de la música, el arte y la literatura más grandes que el mundo tiene para ofrecer, y les dará, respecto de sus propias vidas, la perspectiva que solo se puede alcanzar cuando uno compara su vida con la de otros.
El Reino Unido ha tenido desde hace años educación obligatoria sobre las religiones del mundo, y ha funcionado bien, a pesar de algunas tensiones y controversias. No sé si alguna otra nación ha instrumentado esa política, pero creo que en el siglo XXI todas las naciones deberían adoptar alguna versión para instrumentar esta instrucción. Es de esperar que las naciones musulmanas se resistan particularmente a esta reforma educativa, pero si nosotros, que vivimos en naciones no musulmanas, no somos capaces de establecerla, no estaremos en la mejor posición para criticar a esos Estados teocráticos por su estrechez de miras. Cuando hayamos dado un buen ejemplo, los otros tendrán que imitarnos.

Vía: ADN Cultura.

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