La prueba del camello (Actualizado)

La idea de que los relatos del Antiguo Testamento reúnen leyendas, cuentos y poemas de índole fundamentalmente mítica y fantástica puede parecer evidente. No obstante, a pesar de que la filología ha hecho interpretaciones en ese sentido desde hace mucho, la arqueología ha estado a menudo manipulada por intereses religiosos y nacionalistas, que deberían ser ajenos a toda investigación científica. Afortunadamente, en los últimos años parecen haberse superado esas trabas y tenemos obras como The Bible Unearthed, de I. Finkelstein y N. A. Silberman, donde se recopila, para el lector no especialista, el estado actual de las investigaciones sobre la cuestión. Las pruebas arqueológicas datan la creación del texto, sobre materiales anteriores, a finales del s. VII a.C. El fin político de esta recopilación hay que buscarlo en las ambiciones nacionalistas y expansionistas del reinado de Josías.

Moisés sacando agua de la piedra, Gioachino Asserto
Moisés sacando agua de una piedra de un golpe de bastón (Éxodo 17, 6). Un camello espera pacientemente su turno en el ángulo superior derecho de la imagen. Óleo de Assereto Giochino, que se conserva en el Museo del Prado, Madrid

De entre el gran número de pruebas e indicios que se evocan en la obra de Finkelstein, queremos fijarnos hoy aquí en el relativo a los camellos. En los relatos sobre los patriarcas se mencionan camellos, mientras que en la época en la que se supone la acción no se había todavía domesticado en la región. Evidentemente, los creadores de la narración proyectaban la vida que ellos conocían en relatos de acciones supuestamente pretéritas. En particular, en la historia de José, se mencionan caravanas que llevaban «goma arábiga, bálsamo y mirra», lo que refleja una realidad de los ss.VIII a VII a. C, cuando, bajo la dominación asiria, pudo desarrollarse tal comercio.

Borges y María Kodama en Egipto
¡Oh, tiempo, tus pirámides!

Curiosamente, Borges había considerado la mención u omisión de camellos como criterio de la autenticidad de un texto, en su caso, del Corán. Su punto de vista es estético, no científico como el de Finkelstein, pero no deja de resultar una coincidencia llamativa; incluso precisa que un nacionalista sí hubiera incluido camellos en su redacción:
Gibbon observa que en el libro árabe por excelencia, en el Alcorán, no hay camellos; yo creo que si hubiera alguna duda sobre la autenticidad del Alcorán bastaría esta ausencia de camellos para probar que es árabe. Fue escrito por Mahoma, y Mahoma, como árabe no tenía porqué saber que los camellos eran especialmente árabes; eran para él parte de la realidad, no tenía por qué distinguirlos; en cambio, un falsario, un turista, un nacionalista árabe, lo primero que hubiera hecho es prodigar camellos, caravanas de camellos en cada página; pero Mahoma, como árabe, estaba tranquilo: sabía que podía ser árabe sin camellos. (de «El escritor argentino y la tradición», en Discusión, 1932).
Si la observación de Finkelstein nos da un indicio cronológico, la de Borges, aplicada a la Biblia, nos lo daría social: no fueron los nómadas quienes escribieron esos relatos, sino cortesanos de un rey nacionalista.


Actualización del 23 de mayo a las 17h00:

En respuesta a los comentarios, en particular a las objeciones de RnB (gracias) precisamos algunos de los puntos del post:

El Corán sí menciona a los camellos, por ejemplo en la sura 88, versículo 18: «¿Acaso no reparan en el camello, cómo ha sido creado?». Una búsqueda en una edición electrónica de este texto sagrado arroja 18 referencias a los camellos.
Esto plantea un problema ¿se equivoca Gibbon o se equivoca Borges citando a Gibbon o este miserable predicador citando a Borges? Esta última posibilidad podemos descartarla acudiendo al texto de Borges al que hacemos referencia (pueden encontrarlo aquí).
Gibbon, por su parte, habla de los orígenes del islam, de su profeta, del Corán y de los camellos en el capítulo L de su Decadencia y caída del Imperio Romano. En todo ese capítulo no encontramos tal idea, al contrario: dice que, en su ignorancia de árabe, ha compulsado ediciones inglesas, latinas y francesas de ese libro santo, por lo que parece improbable el error.
Borges era un gran conocedor de Gibbon ¿cómo podría haberse equivocado? El ensayo de Borges se critica a los autores argentinistas que se exceden al añadir color local, quizá Borges se inventó la cita para apoyar su argumentación. El comentario de Guely of Sweden, gran lector de Borges, confirma esta posibilidad (muchas gracias por intervenir).
Una cita de Gibbon pudo sugerir al autor argentino la superchería: en la nota 16 del capítulo mencionado, el historiador habla de los gustos gastronómicos del Profeta y dice: «el camello ni siquiera es mencionado». Gibbon no habla aquí del Corán, sino que cita la Vie de Mahomet, de Garnier. Ya dijimos que el criterio de Borges era estético, no científico.

En cuanto a la objeción relativa a la domesticación del camello, cito literalmente mi fuente, es decir, La Biblia desenterrada (traduzco de la versión francesa, ya que no dispongo de la original):

La historia de los patriarcas está llena de camellos; se cuentan por manadas. Cuando sus hermanos venden a José como esclavo (Gn 37, 25) las mercancías de la caravana son transportadas por camellos. Pero la arqueología revela que el dromedario no fue domesticado antes de finales del II milenio y que no empieza a usarse de manera general como bestia de carga en Cercano Oriente hasta mucho más tarde del año 1000 a.C. La historia de José nos da, a demás, otros detalles reveladores: la caravana de camellos en cuestión transporta «goma arábiga, bálsamo y laúdano». Esta descripción corresponde, de manera evidente, al comercio de estos mismos productos, que los mercadees árabes, bajo la vigilancia del Imperio Asirio, emprenden en los siglos VIII y VII a.C.
Por otra parte, las excavaciones del yacimiento de Tell Jenmeh, en la planicie litoral del sur de Israel —que era un gran almacén situado en la ruta principal de las caravanas que unían Arabia con el Mediterráneo— revelan un aumento espectacular de huesos de camello durante el curso del s. VII a.C. La mayor parte de estas osamentas proceden de animales adultos, que servían como animales de carga y que no eran de origen local, ya que, en caso contrario, se hubieran encontrado también individuos jóvenes. Fuentes sirias mencionan, precisamente en la misma época, el empleo regular del camello en caravanas mercantes. Por lo tanto, sólo a partir de esta época el camello formará «parte del paisaje» y será posible integrarlo en los detalles de un relato literario.

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