La guerra de los tacones y las burkas
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La guerra de los tacones y las burkas
DAVID JIMÉNEZ desde Peshawar
12 de noviembre de 2009.- Una mujer compra en un mercado de Peshawar enfundada en el burka que la cubre de los pies a la cabeza. Hay que pedir permiso a su marido antes de preguntarle el nombre o su parecer sobre el último atentado en la ciudad. Permiso denegado: él asegura poder hablar por ambos. En la ciudad de Karachi, la modelo pakistanàNadia Hussain viste ropa sugerente, fuma mientras la maquillan para un desfile y confirma su costumbre de hablar incluso cuando no le dan permiso. "Las cosas nunca habÃÂan ido tan mal en Pakistán", dice.
El mismo paÃÂs, dos mundos.
Pakistán suma a sus históricas divisiones étnicas y geográficas, latentes desde su fundación tras la participación de la India en 1947, una creciente brecha social. Las jóvenes de las clases altas de urbes como Lahore o la propia Karachi buscan lo último en moda occidental en los nuevos centros comerciales, quedan con los amigos en cafés y disfrutan de fiestas privadas en las que el Islam no parece obstáculo para tomarse una copa de más y bailar arrimada al novio. Un simple vuelo doméstico y se llega a Peshawar: muchas de jóvenes son casadas aquàantes de los 16, obligadas a llevar el burka y, en un número cada vez mayor, desplazadas de sus trabajos y obligadas a permanecer en casa. La semana pasada, en el distrito tribal de Bajaur, dos profesoras fueron ejecutadas en plena calle. ¿Su delito? Enseñar a niñas a hablar por sàmismas en una escuela local.
Las dos realidades de Pakistán: una mujer con burka es registrada por una policÃÂa y una modelo desfila en la primera semana de la moda de Karachi.| Efe/ AP
El pulso por el corazón de Pakistán se disputa en todas las esferas de la vida y va mucho más allá de la vestimenta. Se ha trasladado, con diferente intensidad, a la judicatura, la burocracia o el Ejército. Los moderados recuerdan que el padre de Pakistán, Mohamed Ali Jinnah, visionó una nación en la que Islam, democracia y modernidad se mezclarÃÂan y convivirÃÂan en armonÃÂa. Los más radicales del bando opuesto buscan un estado gobernado desde y por la religión. Para imponerlo, en las últimas seis semanas han provocado una media de una masacre terrorista cada tres dÃÂas. La primera semana de la moda de Karachi se ha celebrado bajo la protección de cientos de agentes después de que los radicales obligaran a cancelar el evento dos veces, amenazando a las participantes. "Ha sido un gesto de desafÃÂo a los talibanes", decÃÂa la directora, Tammy Haq, sobre la decisión de seguir adelante a pesar del riesgo. "Tenemos un terrible problema de militancia, pero eso no quiere decir que el paÃÂs se paraliza".
Lo más probable es que el desenlace de la guerra de las burkas y los tacones se decida en la más influyente institución del paÃÂs. Al Ejército pakistanàle gusta presentarse como un ejemplo de solidez y unidad en un paÃÂs fragmentado. La realidad es que existe una creciente brecha entre los generales más veteranos, muchos de ellos formados en EEUU y comprometidos con su papel de árbitros, y la nueva generación de mandos intermedios fuertemente influenciados por el Islam más conservador. Lo reflejaba recientemente en un artÃÂculo sobre la seguridad nuclear pakistanàel periodista Seymour M. Hersh, al comentar las diferencias sociales que se habÃÂa encontrado tras cinco años sin visitar Pakistán. "Los militares, polÃÂticos y periodistas solÃÂan servirme Johnnie Walker durante nuestras conversaciones, y después se servÃÂan a ellos mismos", cuenta el reportero en 'The New Yorker'. "Esta vez, incluso los oficiales retirados más veteranos ofrecÃÂan sólo zumo de naranja o té".
La anécdota, aunque representativa, difÃÂcilmente sirve para definir el rumbo que Pakistán tomará como nación. Más importante es que los talibanes han logrado golpear objetivos militares en las últimas semanas gracias a información que sólo podrÃÂan haber obtenido desde dentro del Ejército.Que en el futuro se vean más burkas o tacones en el paÃÂs dependerá probablemente de lo que ocurra en esas barracas militares, y no en los mercados de Peshawar o las pasarelas de Karachi.