La generosidad de las ratas
© Jorge Laborda
Muy posiblemente, casi todos recordamos la parábola del buen samaritano, descrita en el evangelio de San Lucas. En ella, Jesús quiere ilustrarnos sobre el hecho de que la compasión y la generosidad deben ser ejercidas con todos, y no sólo con nuestros familiares o con quienes consideramos nuestros amigos o compañeros. Para educarnos sobre este aspecto Jesús cuenta la historia de un hombre que es atracado en el camino y abandonado malherido a su suerte. Un sacerdote y un Levita pasan de largo por el camino sin ayudarle, pero un samaritano, el buen samaritano, lo recoge, lo conduce hasta un mesón y le dice al mesonero que lo cuide hasta que sane y que él correrá con todos los gastos.
«Ama al prójimo como a ti mismo» (y alcanzarás la vida eterna) es la máxima que Jesús quiere enseñarnos, máxima absolutamente fabulosa para acabar con muchos de los problemas de la humanidad, pero de la que desconocemos si es o no posible que el ser humano pueda cumplir.
Y quiero aclarar que no estoy hablando de religión, o de moralidad, sino de biologÃa. Me explico. Si Jesús o cualquier otro lÃder social nos hubiera dado la máxima «aprended a volar como águilas» (y alcanzaréis la vida eterna), sólo unos cuantos locos se hubieran creÃdo que este objetivo era alcanzable. Los demás hubiéramos dicho que si Dios hubiera querido que el ser humano volara como un águila, le habrÃa dado alas. Es decir, no está en nuestra biologÃa y nuestra naturaleza volar como águilas. Es imposible, pues, cumplir esa máxima.
Lo que es evidente desde el punto de vista de nuestras cualidades fÃsicas, no lo es tanto desde el punto de vista de las cualidades intelectuales, emocionales, o morales que poseemos. Es decir, conocemos mejor nuestras limitaciones fÃsicas que nuestras limitaciones intelectuales. Muy pocos se creen grandes atletas, pero muchos se creen muy listos. Y también podemos quizá creer que podemos ser más generosos y buenos con el prójimo de lo que realmente podemos. Es decir, la pregunta es: ¿realmente está en nuestra naturaleza, en nuestra biologÃa, la capacidad de amar al prójimo como a nosotros mismos?
Seguramente cada uno tendrá su propia idea sobre la respuesta a esta pregunta. No obstante, no vendrÃa mal llevar a cabo algunos estudios para comprobar lo que la ciencia tiene que decir al respecto. ¿Es el ser humano capaz de ser generoso con quienes ni siquiera conoce? ¿Con sus propios enemigos? ¿Hasta qué punto está esta cualidad en la naturaleza humana?
Y bien, estudios para responder esta pregunta se han llevado a cabo. Las conclusiones de los mismos son positivas, aunque no han demostrado que seamos capaces de amar a los demás como a nosotros mismos. De hecho, hasta hace muy poco se creÃa que el ser humano era el único capaz de ejercer la llamada reciprocidad generalizada. Es ésta una cualidad que permite que ayudemos a los demás, indiscriminadamente, dependiendo de lo que el ambiente y el entorno en general nos ayude o favorezca. Como ejemplo, si por azar nos encontramos un billete de 50 euros en la calle, lo normal es que nos sintamos más generosos con los demás ese dÃa o, al menos, en los minutos que siguen al afortunado encuentro.
Además de este tipo de reciprocidad, el ser humano es también capaz de la reciprocidad directa (ayudar a quien te ayuda) y de la reciprocidad indirecta (ayudar a quien ayuda a otros). Es decir, somos capaces de evaluar la generosidad de los demás y de ejercer o no la nuestra dependiendo del resultado de esa evaluación. Pero es difÃcil que seamos generosos con los demás si el ambiente no nos es favorable y si nuestros congéneres más próximos no nos ayudan.
Otra buena forma de confirmar que en nuestra biologÃa está ser generosos y ayudar a los demás es averiguar si animales más primitivos que nosotros son también capaces de generosidad con otros de su especie. Si estos animales primitivos poseen en su naturaleza esta capacidad, es muy probable que animales más evolucionados (entre los que usted se encuentra) también la posean.
Por esta razón, dos investigadores de la Universidad suiza de Berna decidieron estudiar la generosidad de las ratas de laboratorio. Seguramente si un animal tan despreciable como la rata es generoso, un animal como el ser humano deberÃa serlo en mayor medida.
Para evaluar la generosidad de las ratas, los investigadores entrenaron a varios de estos animales para pulsar una palanca de modo que dispensara alimento para un congénere, pero no para ellas mismas. Encontraron que las ratas que recibieron comida caritativamente por este procedimiento eran un 20 por ciento más inclinadas a ayudar a un congénere desconocido que las ratas que no la habÃan recibido. Esto es un ejemplo de la llamada reciprocidad generalizada, que hemos mencionado antes y que, ante la sorpresa general, estos roedores también pueden ejercer. El ser humano deja, una vez más, de ser especial y único también en su generosidad, y comparte esta caracterÃstica con animales tan simpáticos como las ratas.
Pero no acaba aquà la generosidad de las ratas. Los investigadores también averiguaron que las ratas que habÃan sido ayudadas por un congénere conocido eran un 50 por ciento más inclinadas a ayudarle que si este congénere no les habÃa ayudado en primer lugar. Esto es un ejemplo de reciprocidad directa, de la que al parecer estos animales, como nosotros, también son capaces. Estos resultados se han publicado recientemente en la revista Plos Biology.
Estos estudios sugieren que ayudar a los semejantes ha sido posiblemente una caracterÃstica seleccionada a lo largo de la evolución de las especies, por su capacidad para contribuir a la supervivencia de las mismas. Es decir, aquellas especies, al menos de mamÃferos superiores, que han contado con organismos que cooperan, y no sólo que compiten entre sÃ, son las que han sobrevivido hasta nuestros dÃas. Evidentemente, la capacidad para ser generosos con todos, o solo con algunos, depende de habilidades intelectuales o cognitivas para discriminar cuándo debemos ser generosos y con quien, habilidades que también han tenido que desarrollarse a lo largo de la evolución.
Asà pues, el «ama al prójimo como a ti mismo» está en alguna medida en nuestros genes, en nuestra naturaleza. Los estudios con las ratas descritos aquà y otros realizados con seres humanos indican, además, que si ponemos en práctica esta máxima también inducimos a los demás, a su vez, a practicarla. No son solo buenas palabras. Existe una base cientÃfica, biológica y racional para ello. Puede, por tanto, funcionar. Puede, por tanto, que tan solo con ser un poco más generosos que las ratas y ayudar a quienes nos rodean, sean quienes sean, consigamos todos un mundo mejor.
Ver también: La ética prescinde de la religión y La insana fe religiosa.
Además: ¿Por qué tenemos los mismos genes que un ratón?
Muy posiblemente, casi todos recordamos la parábola del buen samaritano, descrita en el evangelio de San Lucas. En ella, Jesús quiere ilustrarnos sobre el hecho de que la compasión y la generosidad deben ser ejercidas con todos, y no sólo con nuestros familiares o con quienes consideramos nuestros amigos o compañeros. Para educarnos sobre este aspecto Jesús cuenta la historia de un hombre que es atracado en el camino y abandonado malherido a su suerte. Un sacerdote y un Levita pasan de largo por el camino sin ayudarle, pero un samaritano, el buen samaritano, lo recoge, lo conduce hasta un mesón y le dice al mesonero que lo cuide hasta que sane y que él correrá con todos los gastos.
«Ama al prójimo como a ti mismo» (y alcanzarás la vida eterna) es la máxima que Jesús quiere enseñarnos, máxima absolutamente fabulosa para acabar con muchos de los problemas de la humanidad, pero de la que desconocemos si es o no posible que el ser humano pueda cumplir.
Y quiero aclarar que no estoy hablando de religión, o de moralidad, sino de biologÃa. Me explico. Si Jesús o cualquier otro lÃder social nos hubiera dado la máxima «aprended a volar como águilas» (y alcanzaréis la vida eterna), sólo unos cuantos locos se hubieran creÃdo que este objetivo era alcanzable. Los demás hubiéramos dicho que si Dios hubiera querido que el ser humano volara como un águila, le habrÃa dado alas. Es decir, no está en nuestra biologÃa y nuestra naturaleza volar como águilas. Es imposible, pues, cumplir esa máxima.
Lo que es evidente desde el punto de vista de nuestras cualidades fÃsicas, no lo es tanto desde el punto de vista de las cualidades intelectuales, emocionales, o morales que poseemos. Es decir, conocemos mejor nuestras limitaciones fÃsicas que nuestras limitaciones intelectuales. Muy pocos se creen grandes atletas, pero muchos se creen muy listos. Y también podemos quizá creer que podemos ser más generosos y buenos con el prójimo de lo que realmente podemos. Es decir, la pregunta es: ¿realmente está en nuestra naturaleza, en nuestra biologÃa, la capacidad de amar al prójimo como a nosotros mismos?
Seguramente cada uno tendrá su propia idea sobre la respuesta a esta pregunta. No obstante, no vendrÃa mal llevar a cabo algunos estudios para comprobar lo que la ciencia tiene que decir al respecto. ¿Es el ser humano capaz de ser generoso con quienes ni siquiera conoce? ¿Con sus propios enemigos? ¿Hasta qué punto está esta cualidad en la naturaleza humana?
Y bien, estudios para responder esta pregunta se han llevado a cabo. Las conclusiones de los mismos son positivas, aunque no han demostrado que seamos capaces de amar a los demás como a nosotros mismos. De hecho, hasta hace muy poco se creÃa que el ser humano era el único capaz de ejercer la llamada reciprocidad generalizada. Es ésta una cualidad que permite que ayudemos a los demás, indiscriminadamente, dependiendo de lo que el ambiente y el entorno en general nos ayude o favorezca. Como ejemplo, si por azar nos encontramos un billete de 50 euros en la calle, lo normal es que nos sintamos más generosos con los demás ese dÃa o, al menos, en los minutos que siguen al afortunado encuentro.
Además de este tipo de reciprocidad, el ser humano es también capaz de la reciprocidad directa (ayudar a quien te ayuda) y de la reciprocidad indirecta (ayudar a quien ayuda a otros). Es decir, somos capaces de evaluar la generosidad de los demás y de ejercer o no la nuestra dependiendo del resultado de esa evaluación. Pero es difÃcil que seamos generosos con los demás si el ambiente no nos es favorable y si nuestros congéneres más próximos no nos ayudan.
Otra buena forma de confirmar que en nuestra biologÃa está ser generosos y ayudar a los demás es averiguar si animales más primitivos que nosotros son también capaces de generosidad con otros de su especie. Si estos animales primitivos poseen en su naturaleza esta capacidad, es muy probable que animales más evolucionados (entre los que usted se encuentra) también la posean.
Por esta razón, dos investigadores de la Universidad suiza de Berna decidieron estudiar la generosidad de las ratas de laboratorio. Seguramente si un animal tan despreciable como la rata es generoso, un animal como el ser humano deberÃa serlo en mayor medida.
Para evaluar la generosidad de las ratas, los investigadores entrenaron a varios de estos animales para pulsar una palanca de modo que dispensara alimento para un congénere, pero no para ellas mismas. Encontraron que las ratas que recibieron comida caritativamente por este procedimiento eran un 20 por ciento más inclinadas a ayudar a un congénere desconocido que las ratas que no la habÃan recibido. Esto es un ejemplo de la llamada reciprocidad generalizada, que hemos mencionado antes y que, ante la sorpresa general, estos roedores también pueden ejercer. El ser humano deja, una vez más, de ser especial y único también en su generosidad, y comparte esta caracterÃstica con animales tan simpáticos como las ratas.
Pero no acaba aquà la generosidad de las ratas. Los investigadores también averiguaron que las ratas que habÃan sido ayudadas por un congénere conocido eran un 50 por ciento más inclinadas a ayudarle que si este congénere no les habÃa ayudado en primer lugar. Esto es un ejemplo de reciprocidad directa, de la que al parecer estos animales, como nosotros, también son capaces. Estos resultados se han publicado recientemente en la revista Plos Biology.
Estos estudios sugieren que ayudar a los semejantes ha sido posiblemente una caracterÃstica seleccionada a lo largo de la evolución de las especies, por su capacidad para contribuir a la supervivencia de las mismas. Es decir, aquellas especies, al menos de mamÃferos superiores, que han contado con organismos que cooperan, y no sólo que compiten entre sÃ, son las que han sobrevivido hasta nuestros dÃas. Evidentemente, la capacidad para ser generosos con todos, o solo con algunos, depende de habilidades intelectuales o cognitivas para discriminar cuándo debemos ser generosos y con quien, habilidades que también han tenido que desarrollarse a lo largo de la evolución.
Asà pues, el «ama al prójimo como a ti mismo» está en alguna medida en nuestros genes, en nuestra naturaleza. Los estudios con las ratas descritos aquà y otros realizados con seres humanos indican, además, que si ponemos en práctica esta máxima también inducimos a los demás, a su vez, a practicarla. No son solo buenas palabras. Existe una base cientÃfica, biológica y racional para ello. Puede, por tanto, funcionar. Puede, por tanto, que tan solo con ser un poco más generosos que las ratas y ayudar a quienes nos rodean, sean quienes sean, consigamos todos un mundo mejor.
Ver también: La ética prescinde de la religión y La insana fe religiosa.
Además: ¿Por qué tenemos los mismos genes que un ratón?