Ideas y pseudoideas

© Gustavo Bueno
Dos fragmentos de La fe del ateo (2007)




La llamada «Idea de Dios», en su sentido ontológico, sería en realidad una pseudoidea, o una «paraidea» (a la manera como el llamado concepto de «decaedro regular» es en realidad un pseudoconcepto o un paraconcepto, es decir, para decirlo gramaticalmente, un término contrasentido).
Desde la perspectiva del ateísmo esencial, en la que por supuesto nosotros nos situamos, las preguntas habituales: «¿Existe Dios o no existe?», o bien: «¿Cómo puede usted demostrar que Dios no existe?», quedan dinamitadas en su mismo planteamiento, y con ello su condición capciosa. En efecto, cuando la pregunta se formula atendiendo a la existencia («¿Existe Dios?») se está muchas veces presuponiendo su esencia -o si se quiere, el sujeto gramatical, y no el predicado- (si la existencia se toma como predicado gramatical en la proposición: «Dios es existente»). Y, esto supuesto, es obvio que no es posible la inexistencia de Dios, sobre todo teniendo en cuenta que su existencia es su misma esencia; y dicho esto sin detenernos en sus consecuencias, principalmente en ésta: que quien niega la esencia de Dios está negando también la existencia, precisamente en virtud del mismo argumento ontológico que los teístas utilizan.
Cuando nos referimos a sujetos gramaticales (distintos de Dios), por ejemplo, a un planeta desconocido o a una bolsa de petróleo que suponemos enterrada en un determinado valle, o al monstruo del lago Ness, la pregunta por la existencia presupone obviamente la esencia, es decir, el concepto de planeta, de bolsa de petróleo o de monstruo lacustre. En estos casos, y cuando la prueba de la inexistencia no pueda llevarse a cabo de modo contundente, siempre quedará la duda de su existencia posible, siempre que esa esencia no sea contradictoria, como contradictorio es, por ejemplo, el «concepto de decaedro regular». Yo puedo afirmar con toda seguridad que el «decaedro regular» no ha existido nunca, ni existe, ni puede existir (porque es contradictorio, al no cumplir la fórmula de Euler). Precisamente porque no es una esencia, porque no existe el «concepto de decaedro regular», sino sólo el nombre de un mosaico de conceptos e imágenes geométricas agrupadas en una totalidad imposible.
El ateísmo esencial sostiene que la idea de Dios es una pseudoidea, o una paraidea, una idea compleja inconsistente, del estilo del concepto de decaedro regular. Y por ello se resiste a aceptar las preguntas antedichas. Porque lo que el ateo esencial está negando no es la existencia de Dios, sino la idea de Dios de la Teología natural (que por supuesto no puede confundirse con la esencia o la existencia de una divinidad óntica finita, como pueda serlo Zeus, Odín, Apolo, o acaso el monstruo del lago Ness).
La llamada idea de Dios, propia de la teología natural metafísica y preambular es una idea límite (o una confluencia de ideas límite) que conduce a una paraidea de tipo general, pero que adquiere una interesantísima condición especial de idea aureolar cuando se involucra con la teología dogmática de las religiones terciarias, y singularmente con la teología dogmática del cristianismo trinitario. Las ideas aureolares no son propiamente ideas ya constituidas o per-fectas, sino ideas in-fectas («ideas haciéndose», en devenir), porque requieren suponer dados, como integrantes de su unicidad, ciertos elementos o componentes situados en su futuro, pero de tal forma que estas ideas no podrían constituirse como tales, dado que estos elementos o componentes de referencia, dados en el futuro (relativo a la propia idea), se supone que forman parte esencial del constitutivo de la idea misma que está haciéndose en el presente, a la que acompañan como aureola (a la manera como acompaña la aureola a la cabeza del santo, que dejaría de serlo, en la pintura, en el momento en el cual esa aureola fuese borrada).

(...)

La idea de Dios no es, desde luego, según lo que venimos diciendo, una idea unívoca, sino más bien análoga, por no decir equívoca, puesto que unas veces tiene que ver con el Dios de los filósofos, con la idea metafísica y abstracta de Dios, y otras veces con los dioses o númenes concretos y «personiformes» de las religiones primitivas.
No entramos aquí en las cuestiones de prioridad de unos o de otros. Nos limitamos a constatar que la idea de Dios no es unívoca, y que antes que una idea es el nombre de dos ideas, o de dos familias de ideas muy diferentes, a saber, la idea metafísica de Dios y la idea positiva de Dios.
Y ocurre que estas dos familias de ideas requieren un tratamiento muy diferente, en sí mismo y en sus relaciones con la religión. Y nos apresuraremos a constatar, ante todo, que los debates que dominaron desde la época de la Ilustración hasta nuestros días, los debates entre los teístas, ateos y agnósticos, eran debates que giraban en torno a la idea metafísica de Dios (Voltaire, Rousseau, Kant) antes que en torno a su idea positiva. Eran debates característicos de les philosophes, de los filósofos de la Ilustración y de sus precursores del siglo anterior (Leibniz, Espinosa, Wolff, Newton...).
Sin embargo es esta idea del Dios de los filósofos, precisamente en cuanto idea metafísica, la que no puede ser considerada como una idea vinculada por sí misma a la religión (y otra cosa es que la religión pueda vincularse a ella). En efecto, para que la idea metafísica de Dios pudiera tener algo que ver con la religión, debería contener la idea de una persona, de una voluntad, de una inteligencia... Pero la idea de una persona capaz de apetitos y de conocimiento es una idea necesariamente asociada a sujetos corpóreos, dotados de conducta volitiva o cognitiva, a sujetos finitos que se enfrentan a otros sujetos y a cosas impersonales. Ésta es la razón de fondo por la cual una persona o sujeto infinito con voluntad omnipotente y con conocimiento omnisciente es una contradicción del mismo calibre que la que contiene la expresión «decaedro regular», de la que hemos hablado antes, o la expresión «círculo cuadrado». Por ello puede decirse que la idea de Dios -la idea metafísica de Dios, la idea de Dios de la filosofía metafísica de la Ilustración (cuyo racionalismo se definía sobre todo por su oposición a las religiones positivas, calificadas por los ilustrados como supersticiones)- es, como hemos dicho, una pseudoidea, una paraidea, y no existe como idea por estar constituida por atributos esenciales contradictorios.
Un espacio para dudar. Ateos, agnósticos, escépticos. Reflexión, ensayo, debate. Arte y literatura. Humanismo secular.

Los comentarios han sido cerrados para esta nota