El poder de los mercados


Oí decir hace años a Juan Urrutia, profesor mío entonces, que solía encontrarse siempre a contracorriente, a la derecha le tenía que explicar que los mercados no son la panacea y a la izquierda que los mercados tienen algunas buenas propiedades. Lo recuerdo a menudo porque me ocurre lo mismo. Con la crisis actual arrecian las críticas a los mercados, así que toca defenderlos en lo que son defendibles.

Una de las constantes cuando hablo de economía es la insistencia en realizar un buen diagnóstico para poder buscar soluciones (aquí una de mis últimas discusiones, en el blog de Hugo). Decir "me duele aquí" está bien y es necesario, pero echarle la culpa de ello al sistema nervioso no siempre es la mejor opción. En nuestras sociedades tenemos muchos agentes y colectivos que, sin duda, están más alerta que otros a la hora de indicarnos qué cosas "duelen" en el sistema: desigualdad, falta de oportunidades, discriminación, poca participación, dobles raseros,... Será inteligente saber oír estas denuncias. Otra cosa es realizar diagnósticos y todavía otra cosa distinta es proponer soluciones.

Hace unos pocos días pudimos leer en El País un artículo del sociólogo Enrique Gil Calvo sobre "el poder de los mercados". Este artículo cae en la falacia de acusar al mecanismo de mercado por las malas decisiones de los agentes en él involucrados. De esto hablé aquí en su día.

Pero no es en este aspecto en que voy a insistir ahora. Me limitaré a señalar un error de bulto que el lector no avisado puede confundir con argumentos de verdad.

Dice Gil Calvo que antes se financiaban las políticas públicas con impuestos mientras que ahora se financian con deuda pública, y que de ahí derivan nuestros males. Lo primero es cierto solo a medias y dependiendo de cómo quiera uno interpretar las cosas. Lo segundo está lejos de ser cierto.

Si bien es cierto que la deuda (pedir prestado) es una manera de financiarse, no es menos cierto que, al final, la deuda debe pagarse, y eso se hará, al final, con los impuestos recaudados. Según Gil Calvo la financiación con deuda es más injusta, y pone como ejemplo los casos de Alemania y Grecia, donde el más rico no tiene problemas y el más pobre los tiene en abundancia. Que la causa principal de esta situación pueda ser la mala gestión pública en este último país es algo ajeno a su análisis. Gil Calvo se olvida, además, que antes del euro, los problemas de financiación de Grecia se habrían resuelto con devaluación e inflación, una manera de financiar la cosa pública injusta donde las haya.

Gil Calvo, con todo, anota algo de interés, cual es la percepción que pueda tener gran parte de la ciudadanía de toda esta situación, que los estados acaban rindiendo cuentas a sus acreedores, a los mercados, en lugar de a sus ciudadanos, y que puede ayudar a explicar algunas de las dinámicas sociales observadas últimamente. Pero explicar dinámicas sociales no es diagnosticar problemas de fondo y, desde luego, no es proponer soluciones. Hay revoluciones que sirvieron para callar descontentos, pero que distaron mucho de ofrecer soluciones.

Les pasa a los estados lo que le pasaría a cualquiera, que acaban en manos de los acreedores cuando deben más de la cuenta, pero los ciudadanos deberíamos castigar a los gobernantes que endeudan al país por encima de sus posibilidades en lugar de querer cargarnos a los mercados, que permiten que afloren y se conozcan las malas gestiones para poder corregirlas y pedir responsabilidades. El permitir esto último con más facilidad que otros mecanismos constituye el verdadero poder de los mercados. Esto no quiere decir que no se pueda o deba hacer nada con relación a ellos. Para empezar, es posible mejorar la regulación bancaria e introducir más competencia en los mecanismos internacionales de compensación (junto al Banco Mundial y al FMI).

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