Coulomb

Charles-Augustin de Coulomb, ingeniero francés, estableció, en 1777, el principio conocido hoy como la Ley de Coulomb, que dice que:

La fuerza entre dos cargas eléctricas q1 y q2 es proporcional al producto de las cargas individuales e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que las separa. Esta fuerza, que se conoce como Fuerza Electrostática, matemáticamente se expresa así:

 F = \kappa \frac{q_1 q_2}{r^2} \,\!

La Ley de Coulomb tiene una elegante simetría con la Ley de la Gravitación Universal enunciada por Isaac Newton en 1685:

La fuerza que ejerce una partícula puntual con masa m1 sobre otra con masa m2 es directamente proporcional al producto de las masas, e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que las separa. Matemáticamente se expresa así:

F = G Mm/r2

Ambas leyes, pilares básicos de la electricidad y de la mecánica respectivamente, surgieron empíricamente, por observación y experimentación, y muchísimos desarrollos científicos usan de ellas directa o indirectamente.

Hoy, 250 años después de su enunciación, leo en la revista "La Recherche" de febrero de 2008 (pg. 10) que un equipo del Departamento de Física y Astronomía de la Brigham Young University en Utah ha diseñado un medio de probar la Ley de Coulomb, una de las fundamentales de la teoría electromagnética, con una precisión 10 000 veces superior a la de los medios precedentes (artículo en Physical Review Letters, aquí).

He aquí la belleza del método científico: una ley enunciada hace 250 años, comprobada experimentalmente innumerables veces (lo que ha permitido reafirmar su validez una y otra vez), una ley que sirve de base a la teoría electromagnética, la que a su vez es el sustento teórico de millones de aplicaciones prácticas que nos rodean, una ley de ese prestigio y utilidad práctica y teórica, sigue siendo sometida a nuevos intentos de demostrar su validez.

¿Cree alguien que algún científico se pondrá de pie para protestar indignado porque unos jovenes físicos hayan tenido la osadía de re-comprobar una ley ya probada?

¿Piensa alguien que habrá un cisma en el mundo científico que enfrente a los "coulombistas" de los "no-coulombistas", a partir del cual la ciencia se separe en dos bandos irreconciliables?

¿Supone alguien que algunas facultades universitarias emitirán comunicados oficiales pidiendo que no se ponga en duda una ley que tiene tanta antigüedad y que ha demostrado su utilidad práctica?

¿Se preocupa alguien de que si los resultados de la nueva prueba demostrasen que la Ley de Coulomb no se cumple con la precisión predicha, el prestigio de la ciencia se vería desdibujado?

Nada de eso. Todos esperamos que los resultados de las nuevas pruebas corroboren la validez de la Ley de Coulomb, que tales resultados sean un paso más en los muchos intentos de falsar ese enunciado, que el grado de certeza de su verosimilitud aumente un poco más.

Pero si se demuestra que la Ley de Coulomb no se cumple, habrá que buscar las razones, habrá que encontrar las variables que actúan a esos nuevos niveles de precisión y que son evidentemente intrascendentes a niveles de precisión menores, tendremos a un cúmulo de científicos que comenzarán a someter a nuevas pruebas a la Ley de Coulomb hasta que alguien encuentre una explicación que satisfaga provisionalmente (como siempre es) a todos. Eso hasta que a alguien se le ocurra un nuevo método de comprobarla una vez más.

En ese camino, propio de la ciencia, quién sabe si se abrirán nuevas puertas hacia descubrimientos insospechados, quién sabe si con la hipotética variable oculta de la Ley de Coulomb se encontrará la explicación de lo que es la Materia Oscura del universo o la fórmula que unifique la Mecánica Cuántica y la Relatividad. O quién sabe si no. Así es todo el tiempo, todo los días.

Mientras tanto sigo escuchando las voces de los que anteponen una realidad imaginada, un sueño que creen cierto, a la certeza del conocimiento adquirido científicamente, voces que gritan - y se solazan en su grito - que la ciencia se equivoca, que su falibilidad es una muestra de debilidad, que su debilidad le quita autoridad para hacer afirmaciones sobre la realidad, y que sin autoridad no puede enfrentarse a creencias tan "sólidas" como cualquiera de las exponentes del pensamiento mágico, desde el más elemental cristal de la suerte, hasta las religiones más antiguas y numerosas.

Y hasta a Dios, por supuesto.

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