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Viernes, 29 de Agosto de 2008

Costumbres argentinas

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En estos días el CONICET publicó un estudio sobre las costumbres religiosas en nuestro país. Según dicen ellos, y según sabemos nosotros, es el primer estudio a nivel nacional más o menos serio al respecto. El trabajo busca dar una idea de las tendencias y comportamientos religiosos de los argentinos, incluso segmentando por ubicación geográfica, nivel educativo, sexo, edades, etc. lo cual no es poca cosa si tenemos en cuenta que no había estadísticas confiables sobre estos temas de un organismo estatal, aún cuando los resultados no arrojan mayores sorpresas.

Lunes, 18 de Agosto de 2008

La guardería del Santo Oficio

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Que la Inquisición tiene mala prensa no es un gran descubrimiento. Ya hasta los católicos utilizan el nombre de su Santo Oficio cuando tienen que denunciar alguna persecución de la que dicen ser víctimas, como si se olvidaran que ellos fueron los que la hicieron tristemente famosa, y no justamente por estar del lado del perseguido.

Existe sin embargo un intento de diversos intelectuales de hacer ver a la Inquisición como algo no tan malo para la época. Sus argumentos suelen apoyarse en dos supuestos: Que mucho de lo que se dice son exageraciones, y que no podemos juzgar hechos de hace 600 años con la moral actual. Así, relativizan las cifras, le quitan un poco de sangre, y terminan diciendo que después de todo, secuestros, torturas, matanzas y ejecuciones eran algo cotidiano y nada mal visto en aquellos tiempos, incluso entre los administradores de la ética inmutable.

Viernes, 15 de Agosto de 2008

Diccionario Teológico

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agnóstico. (Del gr. ignoto).

  1. adj. Indeciso

ateo,a. (Del lat. atheus).

  1. adj. Persona confundida, sin moral alguna, que no advierte que nada puede existir sin causa y que necesitan ser creadas por un Dios que existe sin causa.
  2. adj. Persona con la razón suficiente para ser escéptica de las religiones ajenas, y sin la fe suficiente para creer en mi propia religión.
Viernes, 13 de Junio de 2008

Dios y el amor universal

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El origen de la ética y de la moral es, en primer lugar, instintivo. Los humanos tenemos un cierto grado de empatía a través del cual nos colocamos en la situación del otro y podemos entender el dolor o la felicidad que experimentan los demás. Gracias a ese instinto y a la propia necesidad de organización, los humanos creamos leyes que protegen al individuo y a la propia sociedad.

Junto a ese instinto se halla otro -el amor- que se confunde demasiadas veces con la empatía citada, al meterlo en el mismo saco de los sentimientos que están compuestos de afecto hacia los demás. Pero, ese sentimiento tan maravilloso, sólo es aplicable a aquella situación específica que obliga al ser humano a enamorarse -a través de unos mecanismos físico-químicos- de otro humano con la finalidad de procrear. El amor es pura química y no tiene más trascendencia que la que quieran darle los poetas y las religiones y, aunque ha sido extrapolado convirtiéndolo en un ideal utópico -el amor universal-, no deja de ser un simple instinto que, juntamente con el instinto materno-paternal y el sexo, constituye la artimaña a través de la cual nos manipula la naturaleza para sus “fines”.

Viernes, 23 de Mayo de 2008

Un mundo sin Dios

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Alguien me invitó a hacer el ejercicio de imaginar como sería un mundo en el que sepamos que no hay dioses. Obviamente cualquier respuesta es puramente especulativa, porque no tenemos la posibilidad de ensayar universos con y sin dioses, de manera de verificar la diferencia. Pero pensé que la falta de un diseño premeditado, de un plan, de un ser todopoderoso que nos cuide, debería percibirse de alguna manera.

Concluí que un mundo sin dioses sería indiferente al dolor. La alegría, la tristeza, el goce o el sufrimiento de cualquier ser importarían solo a él, o como mucho a los que lo rodean, pero no afectarían a un universo sin inteligencia y por lo tanto indiferente a estas cuestiones. No habría nadie a quién pedir nada. Y los pedidos hechos a la nada no tendrían efecto. Orarle a cualquier dios o no hacerlo sería lo mismo porque no habría ningún dios escuchando. Sufrirían tanto ateos, como budistas, como judíos, como cristianos, como musulmanes, porque no habría nadie con poder para repartir o evitar el sufrimiento. Naceríamos, creceríamos, nos enfermaríamos y curaríamos, triunfaríamos y fracasaríamos, conoceríamos dichas y desgracias, nos enamoraríamos o no, tendríamos hijos o no, y finalmente moriríamos independientemente del dios que adoremos.

Un enfermo grave tendría más posibilidades de curarse acudiendo al médico que rezando a la nada. La esperanza de vida y la calidad de vida de los pacientes mejoraría porque la medicina avanza, y no porque Dios aprende a curar los padecimientos. Tendrían más posibilidad de curarse los que tienen mejor acceso a la salud, sin importar en que dios crean.

Las catástrofes sucederían sin más. Terremotos, tsunamis, huracanes, volcanes y otras calamidades ocurrirían sin pensar en las consecuencias para los seres vivos afectados. Serían parte de la naturaleza, y lo mejor que podríamos hacer sería aprender progresivamente a predecirlos para evitarlos. De nuevo el conocimiento sería la única forma de minimizar las pérdidas.

No habría normas claras y universales. La moral sería una construcción humana, relativa y subjetiva. El bien sería diferente según el punto de vista de distintos individuos y de distintos grupos, y cuanto mucho cada uno creería que el suyo es el “Bien Absoluto” frente al “Bien Absoluto” de otros. Violar las leyes tendría, en el mejor de los casos, un castigo humano.

No habría un dios al que ofender, y quienes crean que su dios fue ofendido tendrían que ocuparse ellos mismos de limpiar su nombre. La guerras santas, inquisiciones, cruzadas, yihad, etc. serían la única respuesta posible ante la inacción de un dios que no se defiende porque no existe.

El mundo estaría librado a si mismo y no se percibiría un plan divino. No habría una inteligencia creadora ocupándose de cada detalle, y los procesos naturales no mostrarían necesariamente misericordia con los seres vivos. No existirían los seres perfectos, y algunos incluso podrían tener defectos tales que hagan imposible su subsistencia. Podrían morir individuos o especies completas no adaptadas a determinado cambio, no preparadas para enfrentar determinada situación. La muerte sería un “método” más para una naturaleza insensible.

No habría pueblos elegidos, ni especies elegidas. No habría una creación de la que seamos el centro, ni punto privilegiado. Nada impediría que las condiciones que favorecieron la vida en nuestro planeta, lo hagan en otros, porque no tendríamos nada de especiales.

Resumiendo… un mundo sin dioses sería asombrosamente parecido a este.

Lunes, 12 de Mayo de 2008

La verdadera creación

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Corría el año 4004 adC, octubre 23, domingo, 9:00 am, quizás 9:05 ((Según James Ussher. Otros intelectuales ubican este momento en algún equinoccio pero del siglo siguiente. Preguntar como puede haber equinoccios sin planetas ni soles es herejía.)). No había misa, ni perro trayendo el periódico, ni universo. Solo un dios omnipresente, omnipotente, y omnisabelotodo, decidido a romper con la monotonía de la soledad. Y si Dios decide crearse un universo, no hay nada ni nadie que pueda impedírselo (en realidad estrictamente no hay “nada” ni “nadie” para hacer nada).

Entonces, su capacidad creadora se puso de manifiesto, y de la nada materializó una esfera, llamada Tierra, flotando en un montón de espacio vacío. La Tierra estaba vacía y desordenada, lo que supone un problema. Frustrado por no poder culpar a nadie del desorden, puso manos a la obra y se dedicó a ordenar la nada, y para facilitar su tarea, tuvo una brillante idea. Literalmente brillante. Dijo “Sea la luz”, y por obra y gracia del reconocimiento de voz, la luz fue. Puso la luz de un lado, y la llamó día, y a lo otro lo llamó noche, y vio que le había quedado lindo, y se dijo “Me voy a dormir porque mañana es lunes y me espera una semana de locos”. Y fue la mañana y la tarde del 23 de octubre.

Y amaneció el lunes, y mientras desayunaba cayó en la cuenta de que había demasiada agua junta, y se dijo “Divide y reinarás”, y separó las aguas, un poco por arriba del firmamento, y otro poco por abajo. A las primeras les puso por nombre “Cielo” porque le parecía cariñoso. Y vio que le había quedado lindo, y se dijo “Por ser lunes es suficiente. Si Dios quiere, mañana sigo”. Y fue la mañana y la tarde del 24 de octubre.