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¿Dios creó al hombre o el hombre creó a Dios? CientÃficos de Oxford investigan la estructura cerebral que aloja la creencia religiosa - Y Einstein aviva el debate desde la tumba
© Mónica Salomone
Publicado en El PaÃs
Si usted cree en Dios o, en general, en alguna forma de ente mÃstico, sepa que la inmensa mayorÃa de la humanidad está en su mismo bando. Si por el contrario no es creyente, es usted, en términos estadÃsticos, un raro. Si la demostración de la existencia de Dios se basara en el número de fieles, la cosa estarÃa clara. No es asÃ, aunque en lo que respecta a este artÃculo eso es, en realidad, lo de menos. Creyentes y no creyentes están divididos por la misma pregunta: ¿Cómo pueden ellos no creer/creer (táchese lo que no corresponda)? Este texto pretende resumir las respuestas que la ciencia da a ambas preguntas.
Los fÃsicos están pletóricos este año porque gracias al acelerador de partÃculas LHC, que pronto empezará a funcionar cerca de Ginebra, podrán por fin buscar una partÃcula fundamental que explica el origen de la masa, y a la que llaman la partÃcula de Dios. Los matemáticos, por su parte, tienen desde hace más de dos siglos una fórmula que relaciona cinco números esenciales en las matemáticas –entre ellos el famoso pi–, y a la que algunos, no todos, se refieren como la fórmula de Dios. Pero, apodos aparte, lo cierto es que la ciencia no se ocupa de Dios. O no de demostrar su existencia o inexistencia. Las opiniones de Einstein –expresadas en una carta recientemente subastada– valen en este terreno tanto como las de cualquiera. Sà que se pregunta la ciencia, en cambio, por qué existe la religión.
No es ni mucho menos un tema de investigación nuevo, pero ahora hay más herramientas y datos para abordarlo, y desde perspectivas más variadas. A sociólogos, antropólogos o filósofos, que tradicionalmente han estudiado el fenómeno de la religión o la religiosidad, se unen ahora biólogos, paleoantropólogos, psicólogos y neurocientÃficos. Incluso hay quienes usan un nuevo término: neuroteologÃa, o neurociencia de la espiritualidad. Prueba del auge del área es que un grupo de la Universidad de Oxford acaba de recibir 2,5 millones de euros de una fundación privada para investigar durante tres años «cómo las estructuras de la mente humana determinan la expresión religiosa», explica uno de los directores del proyecto, el psicólogo evolucionista Justin Barrett, del Centro para la AntropologÃa y la Mente de la Universidad de Oxford.
Meter mano cientÃficamente a la pregunta «por qué somos religiosos los humanos» no es fácil. Una muestra: experimentos recientes identifican estructuras cerebrales relacionadas con la experiencia religiosa. ¿Significa eso que la evolución ha favorecido un cerebro pro-religión porque es un valor positivo? ¿O es más bien el subproducto de un cerebro inteligente? Sacar conclusiones es difÃcil, e imposible en lo que se refiere a si Dios es o no «real». Que la religión tenga sus circuitos neurales significa que Dios es un mero producto del cerebro, dicen unos. No: es que Dios ha preparado mi cerebro para poder comunicarse conmigo, responden otros. Por tanto, «no vamos a buscar pruebas de la existencia o inexistencia de Dios», dice Barrett.
¿Desde cuándo es el hombre religioso? Eudald Carbonell, de la Universidad Rovira i Virgili y co-director de la excavación de Atapuerca, recuerda que «las creencias no fosilizan», pero sà pueden hacerlo los ritos de los enterramientos, por ejemplo. AsÃ, se cree que hace unos 200.000 años Homo heidelbergensis, antepasado de los neandertales y que ya mostraba «atisbos de un cierto concepto tribal», ya habrÃa tratado a sus muertos de forma distinta. De lo que no hay duda es de que desde la aparición de Homo sapiens el fenómeno religioso es un continuo. «La religión forma parte de la cultura de los seres humanos. Es un universal, está en todas las culturas conocidas», afirma Eloy Gómez Pellón, antropólogo de la Universidad de Cantabria y profesor del Instituto de Ciencia de las Religiones de la Universidad Complutense de Madrid.
¿Por qué esto es asÃ? Para Carbonell hay un hecho claro: «La religión, lo mismo que la cultura y la biologÃa, es producto de la selección natural». Lo que significa que la religión –o la capacidad para desarrollarla–, lo mismo que el habla, por ejemplo, serÃa un carácter que da una ventaja a la especie humana, y por eso ha sido favorecido por la evolución. ¿Qué ventaja? «Eso ya es filosofÃa pura», responde Carbonell. Está dicho, las creencias no fosilizan.
Asà que hagamos filosofÃa. O expongamos hipótesis: «Un aspecto importante aquà es la sociabilidad», dice Carbonell. «Cuando un homÃnido aumenta su sociabilidad interacciona de forma distinta con el medio, y empieza a preguntarse por qué es diferente de otros animales, qué pasa después de la muerte... Y no tiene respuestas empÃricas. La religión vendrÃa a tapar ese hueco».
Esa visión cuadra con la antropológica. La religión, según Gómez Pellón, da los valores que contribuyen a estructurar una comunidad en torno a principios comunes. Por cierto, ¿y si fueran esos valores, y no la religión en sÃ, lo que ha sido seleccionado? Curiosamente, señala Gómez Pellón, «los valores básicos coinciden en todas las religiones: solidaridad, templanza, humildad...». Tal vez no sea mensurable el valor biológico de la humildad, pero sà hay muchos modelos que estudian el altruismo y sus posibles ventajas evolutivas en diversas especies, incluida la humana.
También coinciden Carbonell y Gómez Pellón al señalar el papel «calmante» de la religión. «La religión ayuda a controlar la ansiedad de no saber», dice el antropólogo. «Cuanto más se sabe, más se sabe que no se sabe. Y eso genera ansiedad. Además, el ser humano vive poco. ¿Qué pasa después? Esa pregunta está en todas las culturas, y la religión ayuda a convivir con ella, nos da seguridad». Lo constatan quienes tratan a diario con personas próximas a situaciones extremas. «Es verdad que en la aceptación del proceso de morir las creencias pueden ayudar», señala Xavier Gómez-Batiste, cirujano oncólogo y Jefe del Servicio de Cuidados Paliativos del Hospital Universitario de Bellvitge.
Por si fueran pocas ventajas, otros estudios sugieren que las personas religiosas se deprimen menos, tienen más autoestima e incluso «viven más», dice Barrett. «El compromiso religioso favorece el bienestar psicológico, emocional y fÃsico. Hay evidencias de que la religión ayuda a confiar en los demás y a mantener comunidades más duraderas». La religión parece útil. Eso explica que el ser humano «sea naturalmente receptivo ante las creencias y actividades religiosas», prosigue.
Naturalmente receptivos. ¿Significa eso que estamos orgánicamente predispuestos a ser religiosos? ¿Lo está nuestro cerebro? En los últimos años varios grupos han recurrido a técnicas de imagen para estudiar el cerebro en vivo en «actitud religiosa», por asà decir. «Son experimentos difÃciles de diseñar porque la experiencia religiosa es muy variada», advierte Javier Cudeiro, jefe del grupo de Neurociencia y Control Motor de la Universidad de Coruña. Los resultados no suelen considerarse concluyentes. Pero sà se acepta que hay áreas implicadas en la experiencia religiosa.
En uno de los trabajos se pedÃa a voluntarios –un grupo de creyentes y otro de no creyentes– que recitaran textos mientras se les sometÃa a un escáner cerebral. Al recitar un determinado salmo, en los cerebros de creyentes y no creyentes se activaban estructuras distintas. No es sorprendente. «Se da por hecho», explica Cudeiro; lo mismo que hay áreas implicadas en el cálculo o en el habla.
La pregunta es si esas estructuras fueron seleccionadas a lo largo de la evolución expresamente para la religión. Cudeiro no lo cree. «La experiencia religiosa se relaciona con cambios en la estructura del cerebro, y neuroquÃmicos, que llevan a la aparición de la autoconciencia, el lenguaje... cambios que permiten procesos cognitivos complejos; no son para una función especÃfica». O sea que la religión bien podrÃa ser, como dice Carbonell, un efecto secundario de la inteligencia.
Otros estudios de neuroteologÃa han estudiado el cerebro de monjas mientras evocaban la sensación de unión con Dios, y de monjes meditando. Uno de los autores de estos trabajos, Mario Beauregard, de la Universidad de Montreal, aspira incluso a poder generar en no creyentes la misma sensación mÃstica de los creyentes, a la que se atribuyen tantos efectos beneficiosos: «Si supiéramos cómo alterar [con fármacos o estimulación eléctrica] estas funciones del cerebro, podrÃamos ayudar a la gente a alcanzar los estados espirituales usando un dispositivo que estimule el cerebro», ha declarado Beauregard a la revista Scientific American.