La Teoría de los Juegos. La Historia Más Lúdica Jamás Contada. Y parte 17.

La fuerza del equilibrio




Llevo ya demasiadas partes de esta Historia Más Lúdica Jamás Contada y hay que darle fin. A las otras historias les di un orden bastante cronológico, pero esta se me ha desordenado un poco y se han mezclado los órdenes temporales con los ejemplos más o menos interesantes. Es lo que pasa cuando uno tiene demasiadas cosas en la cabeza.

En cualquier caso, seguirá habiendo entradas sobre juegos, su teoría y su metodología, pero quisiera acabar la serie que debería contener las ideas suficientes para que cualquiera se haga una composición de lugar adecuada de esta ciencia. El final será una pequeña reflexión sobre la fuerza del equilibrio.

Yo me saqué el carné de conducir pocos meses antes de irme a hacer el doctorado a los EEUU, en donde me compré un coche y empecé a conducir. Allí se conduce más despacio y con más respeto que en España y es difícil encontrar coches mal aparcados. La razón de esto es doble. Por una parte, la gente es más respetuosa con las normas de circulación (y las normas en general). Por la otra, es más fácil ser pillado in fraganti y pagar por la falta o delito.

A partir de aquí podemos especular si la gente es más civilizada por temor a las multas o el legislador ha sido capaz de imponer un sistema de multas porque la gente es más civilizada. Téngase en cuenta también que cuando la mayoría de la gente cumple las normas es más fácil castigar al que no lo hace. El caso es que la situación es un equilibrio al que se adaptan gentes de todo el mundo que viven en los EEUU.

Cuando volví a España (a Madrid, más concretamente), era respetuoso con las normas de circulación, pero poco a poco, el equilibrio español me iba llevando por su camino. Si quería no conducir muy rápido, tenía que ir por el carril derecho de las autopistas, pero entonces era una desesperación de vehículos demasiado lentos. Si quería evitarlos yendo por el carril de la izquierda, siempre había una recua de coches detrás presionando para que fuera más rápido.

En lo tocante a aparcar, pasaba algo parecido. Yo, buen ciudadano, buscaba un sitio legal, pero en el tiempo que empleaba para encontrarlo veía decenas de coches impunemente mal aparcados. Al final, uno sucumbía ante el mal ejemplo. Pero como no estaba acostumbrado a este equilibrio, no controlaba la situación. Al parecer, algunas infracciones están más toleradas que otras, y un mal aparcamiento en un tipo de circunstancias sale impune mientras otro mal aparcamiento en otras circunstancias no. Aprender cuáles eran los tolerados y cuáles no me costó un par de multas bien merecidas. Afortunadamente, la situación ha mejorado bastante y ahora no se me queda cara de tonto cuando respeto las normas.

Algo parecido nos pasa cuando vamos a un país todavía con menor educación vial que el nuestro. La primera impresión es que todo es caos y que todo está permitido. Los nativos, sin embargo entienden que hay unas cuantas reglas que, contra toda apariencia, se respetan. Estas reglas pueden tener la forma de “el vehículo más grande tiene preferencia, a no ser que el otro esté ya tan estropeado que una abolladura más no le importe demasiado”.

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