Dos blasfemias para ti



Me encuentro en una situación incómoda escribiendo esta entrada. Por una parte me parece un atentado a la libertad de expresión la ley anti-blasfemia aprobada en Irlanda y quisiera protestar lanzando un par de blasfemias. Por otra parte, no me gusta, en general, usar blasfemias ni tacos de ningún tipo cuando hablo o escribo.

Me parece también exagerado penar de ninguna manera dar una bofetada ocasional a un niño especialmente desbocado. No por eso voy a dar una bofetada de manera gratuita a uno para defender mi postura.

No soy ningún tipo de puritano, ni mucho menos -nótese que he dicho “en general”. A veces sí blasfemo y suelto tacos, cuya expresividad es inigualable según en qué ocasiones, pero me molesta su abuso, que indica una pobreza de vocabulario y una falta de originalidad en la expresión. Esto es especialmente lamentable en algunos programas y series de televisión.

Lamentable y de mal gusto, sí, pero nunca el mal gusto ha sido considerado falta o delito en una sociedad abierta.

Hay quien dice que la blasfemia es equiparable al delito al honor, como si cagarse en dios (una idea) fuera equiparable a difundir calumnias sobre una persona o su familia. Hablar de la miseria del darwinismo, como hace por ahí algún indocumentado o señalar la supuesta inmoralidad de los ateos, como hacen los Papas y sus seguidores más papistas no solo es mal gusto sino ignorancia supina, pero no es nada punible legalmente, a pesar de que llamarme a mí inmoral sí sería una afrenta personal.

No me siento ofendido en mi honor si alguien se caga en el teorema de Tales (o en el mismo Tales) o si jura por el principio de incertidumbre. Tampoco moveré un dedo para que tales expresiones sean merecedoras de castigo, y sí, en cambio, moveré unos cuantos para que no lo sean.

Pero íbamos de blasfemias. La mía preferida es esta catalana:
“Me cago en Déu i en la creu i en el fuster que la féu i en el fill de puta que va plantar el pi.”
Hacer lo mismo con el santo prepucio, las barbas del profeta o la barriga del Buda debe ser igualmente permisible. Lo contrario es colaborar con la veracidad de la siguiente ley de los estultos:
“Cuanto más ridícula es la idea que se defiende, más ofendida se siente la persona cuando se ataca esa idea.”

Los comentarios han sido cerrados para esta nota