Irak, en la peligrosa «línea del gatillo»


Irak, en la peligrosa «línea del gatillo»

Un guarda armado, a las puertas de la iglesia de St. Josph, en Erbil

La catacumba del siglo XXI

DANIEL IRIARTE | ERBIL/KIRKUK (IRAK)

«Soy de Kirkuk», dice Butros, un refugiado cristiano en la iglesia de Saint Joseph, en Erbil. «¿Kurdo?», le pregunta el reportero. «¡No hay kurdos cristianos!», espeta, molesto. No es cierto, pero la historia ejemplifica la complejidad del entramado étnico del norte de Irak. Aquí, no importa quién es uno, sino a qué comunidad pertenece. Ya sea ésta una raza, una religión o un grupo lingüístico, pero hay que ser parte de algo. Y no sirven las combinaciones.

En ningún sitio es esto tan evidente como en los llamados «territorios en disputa», las zonas adyacentes a las provincias kurdas del norte, que se disputan el Gobierno regional Kurdo y el central de Bagdad. Aquí se mezclan poblaciones kurdas y árabes, y minorías yezidíes, turcomanas -que hablan una lengua emparentada con el turco- y cristianas. El conflicto ha alcanzado tal intensidad que los asesores militares estadounidenses llaman a esta franja «la línea del gatillo».

Los hidrocarburos no son ajenos a este enfrentamiento. La mitad del petróleo iraquí se encuentra en el norte del país, especialmente en las zonas disputadas. Solo Kirkuk produce un millón de barriles de crudo al día. En 2003, al hilo de la invasión estadounidense, las tropas kurdas se desplegaron hacia el sur, haciéndose con el control de esta ciudad y llegando hasta Mosul. El artículo 140 de la Constitución iraquí de 2005 establece la realización de un referéndum que determine el futuro de estos territorios, pero el desacuerdo sobre los porcentajes demográficos lo ha mantenido paralizado.

Estructura tribal

Mientras tanto, la violencia sectaria castiga a las minorías, especialmente cristianas y turcomanas. «Este es un país con una estructura tribal, pero los cristianos no tienen una tribu que les proteja», explica el padre Sabri Al-Maqdacy, de Saint Joseph. Tampoco los turcomanos: «No están armados, por lo que son víctimas fáciles», dice Abdulkadir Bezirgan, presidente del Movimiento Turcomano de Reforma.

Bezirgan asegura que las minorías tienen todos sus derechos garantizados en el Kurdistán. Sin embargo, el pasado martes, la ONG Human Rights Watch emitió un informe en el que critica la pasividad de las autoridades kurdas a la hora de proteger a estas comunidades. La rivalidad entre los peshmergas (las tropas kurdas) y el Ejército nacional iraquí, que casi llegaron a un enfrentamiento armado a principios de año, hace que en las zonas en disputa cada uno cuide solamente de los suyos.

En Kirkuk, la tensión en la calle es palpable. El reportero de ABC trabaja escoltado por media docena de agentes de policía armados. Todos, excepto uno, son kurdos. Ante la sugerencia de entrar en un mercado a preguntar a la gente, se niegan en redondo. «Es demasiado peligroso», se disculpa el oficial al cargo. «Este es un mercado árabe», añade, a modo de explicación. En su lugar, nos dirigimos a un zoco de población mixta.

Kirkuk, ¿kurda o iraquí?

«¡Kirkuk dentro del Kurdistán!», grita Ahmad, un joven tendero kurdo, con una sonrisa. En cambio, Akil, otro kurdo, dice:«Kirkuk debería quedarse dentro de Irak, porque si no, vamos camino de la secesión. Un estado federal no resolverá nuestros problemas: al final habrá tres Irak». No hay muchos transeúntes que se identifiquen como árabes. Uno de ellos, Ismail, comenta: «Me da igual si Kirkuk depende del Kurdistán o de Bagdad, lo que queremos es vivir en paz».

El zoco está animado. Se nos arremolina un creciente grupo de curiosos. No parecen amenazadores. Los policías empiezan a ponerse nerviosos. «Tenemos que irnos», dice el oficial. La escolta inicia la retirada. Les seguimos a buen paso. Sólo cuando el coche patrulla se pone en marcha, los agentes respiran aliviados. Desde julio, las bombas han acabado con la vida de más de 150 personas en esta ciudad. Todos eran miembros de alguna minoría.

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