El chacal ontológico de Michel Onfray
En su Tratado de ateologÃa, Michel Onfray nos narra sus conversaciones con un chófer musulmán llamado Abdurahmán:
“Luego de unos instantes de silencio, me explica que, no obstante, antes de entrar en el ParaÃso tendrá que rendir cuentas de su vida como hombre de fe, y que es probable que no le alcance toda su existencia para expiar una culpa que bien podrÃa costarle la paz y la eternidad… ¿Un delito? ¿Un asesinato? ¿Un pecado mortal, como dicen los cristianos? SÃ, de algún modo: un chacal que un dÃa aplastó con las ruedas de su vehÃculo… Abdú iba muy rápido, no respetaba los lÃmites de velocidad en las carreteras del desierto – donde se puede distinguir el resplandor de un faro a kilómetros de distancia -, y no lo vio venir. El animal salió de entre las sombras y dos segundos depués agonizaba bajo el chasis del auto.
Respetuoso de las normas del código de circulación, no deberÃa haber cometido tal sacrilegio: matar a un animal sin necesidad de alimentarse de él. Además de que el Corán no estipula tal cosa, me parece…, no podemos sentirnos responsables de todo lo que nos ocurre. Abdurahmán piensa que sÃ: Alá se manifiesta en las minucias, y esta anécdota demuestra la obligación de someterse a la ley, a las reglas y al orden, porque cualquier transgresión, aunque sea mÃnima, nos acerca al infierno; incluso nos lleva directamente a él…
Durante mucho tiempo, el chacal lo atormentó por las noches. Le impidió dormir en más de una ocasión, y lo vio a menudo en sueños, prohibiéndole la entrada al ParaÃso”
Onfray se siente perplejo y contrariado ante esta creencia. La nimiedad de haber atropellado accidentalmente a un chacal atormenta a un buen hombre durante toda su vida. La creencia absurda de que ese hecho tenga algo que ver con el resto de tu existencia (y con la de ultratumba) no deja de parecerle a Onfray algo curioso.
A mà me invade la misma sensación cuando paseo por las calles de Ciudad Real. Cuando camino por la calle RuÃz Morote y veo ante mà la bonita Iglesia de San Pedro me entra esa misma perplejidad. Cuando veo a la gente salir de misa de ocho me pregunto qué pasará por sus cabezas, me pregunto cuántos chacales ontológicos estarán asentados en su mente ¿Cuántas promesas, esperanzas, pactos, culpabilidades, tormentos… depositados en sus respectivos chacales? Curioso a la vez que lamentable.






























