Nº 23: La evolución


La comprensión del proceso de evolución de las especies es uno de los principales avances científicos de la historia, un avance que explica (sí, explica, no solo describe) la diversidad de formas de vida presentes en la Tierra, su aparente “diseño” y nuestra propia naturaleza. Una teoría cuyas evidencias no han parado de acumularse desde su formulación gracias a los datos aportados por todas las disciplinas científicas implicadas (zoología, botánica, biología molecular, geología, física, química, genética, medicina y un largo etcétera). Una acumulación de evidencias que condujeron al Papa Juan Pablo II a hacer la siguiente declaración:

“nuevos conocimientos llevan a pensar que la teoría de la evolución es más que una hipótesis. En efecto, es notable que esta teoría se haya impuesto paulatinamente al espíritu de los investigadores, a causa de una serie de descubrimientos hechos en diversas disciplinas del saber. La convergencia, de ningún modo buscada o provocada, de los resultados de trabajos realizados independientemente unos de otros, constituye de suyo un argumento significativo en favor de esta teoría.”

Las inmensa mayoría de los científicos (y digo INMENSA con mayúsculas), incluidos aquellos que creen en algún dios, no cuestionan ya las bases en las que se apoya el proceso evolutivo. Solo alguien que anteponga una supuesta literalidad de textos mitológicos a las evidencias positivas, observables, medibles y demostrables de las que disponemos puede llegar a negar de forma rotunda la evolución de las especies. Una teoría que podrá ser mejorada, completada, pulida en sus detalles, pero que en sus planteamientos generales está sobradamente confirmada.

Nadie, ni siquiera un creacionista consumado, puede poner en duda la existencia de la herencia genética. Los caracteres de una generación pasan a la siguiente a través de la información contenida en el DNA. El código genético que codifica dicha información es compartido por todas las formas de vida conocidas, lo que sugiere un origen común para todas ellas. Cada sucesión de tres nucleótidos codifican el mismo aminoácido en todas las especies, con muy pequeñas variaciones en procariotas y en las mitocondrias, lo cual encaja perfectamente con la teoría endosimbionte de Lynn Margulis. El análisis de estas pequeñas variaciones del código conduce, de hecho, a un árbol filogenético consistente con los postulados de la evolución de las especies. Las existencia de mutaciones espontaneas en el código genético es un hecho demostrado, facilmente observable y medible.

El estudio detallado de las secuencias genéticas entre distintas especies ofrece resultados tan esclarecedores como el siguiente:

“La comparación entre las secuencias de ADN del ser humano y el chimpancé en el gen que codifica la hormona leptina revela sólo cinco diferencias en 250 nucleótidos. Donde las secuencias del ser humano y el chimpancé difieren se puede usar el nucleótido correspondiente del gorila (columnas sombreadas) para obtener el nucleótido que probablemente existía en el ancestro común de las personas, los chimpancés y los gorilas. En dos casos se corresponden los nucleótidos humanos y los del gorila, mientras que, en los otros tres, las secuencias del gorila y el chimpancé son idénticas. Es muy probable que el ancestro común del gorila, el chimpancé y el ser humano tuviera el nucleótido que coincide en dos de los tres organismos actuales, ya que esto habría requerido sólo un cambio en el ADN en vez de dos.” (Science, Evolution and Creationism, National Academy of Science)

Las investigaciones en biología evolutiva del desarrollo también apoyan el proceso de evolución de las especies. La identificación de grupos de genes que participan en la regulación del desarrollo embrionario ha sido de gran importancia en este sentido. Entre ellos podemos destacar la familia de genes homeobox. Estos genes están altamente conservados en especies tan dispares como la mosca o el hombre, todos ellos presentan una secuencia de 180 pares de bases que codifica para un dominio proteico (homeodominio) capaz de reconocer secuencias específicas del DNA y regular la expresión de otros genes implicados en la determinación del patrón embrionario (identidad de las distintas regiones del embrión). El modo en el que estos y otros genes regulan la transcripción génica explica la aparición de una gran diversidad morfológica a partir de pequeñas alteraciones en la secuencia de los genes. De hecho, pequeñas alteraciones en los niveles, localización o momento de expresión de estos genes reguladores conducen experimentalmente a alteraciones morfológicas sin necesidad de cambios en su secuencia.

Con respecto a la evolución morfológica y funcional de órganos complejos me remito a un post muy ilustrativo sobre la evolución del ojo.

El registro fósil es otra prueba contundente de la teoría de la evolución. La evolución puede prácticamente “verse y tocarse” si colocamos los fósiles de los que disponemos en una sucesión creciente con respecto a la antigüedad de los estratos de roca en los que fueron encontrados. Hasta el momento nadie ha encontrado un fósil de dinosaurio ni de ningún otro animal terrestre en un estrato del cámbrico, ni se han encontrado fósiles de vaca en un estrato del cretácico, y no, por mucho que algunos insistan, no se han encontrado rastros de homínidos junto a rastros de dinosaurios ¿acaso alguien podría remitirme a la publicación científica en la que se afirma tal cosa?.

Sin embargo si se han encontrado fósiles de las mismas especies primitivas de animales y plantas en regiones geográficas que hoy en día se encuentran incomunicadas entre sí. Esto nos lleva a la tectónica de placas y la paleobiogeografía, otro de los apoyos con los que cuenta la teoría de la evolución. Gracias al conocimiento de la tectónica de placas sabemos que las grandes masas continentales actuales estuvieron en contacto en el pasado. La separación de esas masas de tierra condujo al aislamiento de especies de animales y plantas que evolucionarán de forma separada del resto. De este modo se explica la distribución de familias de primates, aquellas que se encuentran en el continente americano son distintas de aquellas que han evolucionado en el continente eurasiático. También se explica de este modo la distribución geográfica de las aves no voladoras pertenecientes al mismo orden que el avestruz y la distribución de muchos otros grupos animales y vegetales.

Los cetáceos son otro buen ejemplo del funcionamiento de la evolución. Su origen a partir de ancestros terrestres se apoya entre otros factores en estudios de genética comparada pero también resulta evidente si observamos que son mamíferos (no peces), su sistema de reproducción, que necesitan salir a la superficie para respirar, la estructura ósea de sus extremidades similar a la de los mamíferos terrestres, su pelvis vestigial y la aparición de fósiles correspondientes a grupos intermedios como el Ambulocetus, entre otros.

Los peces pulmonados, la distribución de las razas humanas, la anemia falciforme, la genética de poblaciones, la formación del cromosoma 2 humano a partir de la fusión de dos cromosomas presentes en otros primates, … y así una larguísima lista de observaciones que apoyan la teoría de la evolución. A pesar de todo ello sigue habiendo gente que prefiere obviarlas y recurrir a textos escritos por tribus primitivas, plagados de incoherencias, de incitaciones al odio, llamamientos al asesinato, al genocidio y a la esclavitud, como fuente de conocimiento científico. Pero lo más triste de todo es que algunas de estas personas se llamen a si mismos científicos cuando su método de trabajo consiste en detectar los huecos del conocimiento actual y proceder a llenarlos por defecto con la obra de algún dios, una argumentación exenta de ser sujeta a ningún tipo de prueba o experimentación, deben ser científicos muy perezosos. Supongo que deberíamos haber hecho lo mismo cuando no sabíamos porque aparecen los tumores o que causa las epidemias… resignarnos a no saberlo nunca.

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