La perspectiva cristocéntrica
Leà hace pocos dÃas una serie de ensayos publicados en la revista Skeptic. Si recuerdo bien los nombres, era un intercambio de argumentos entre el creyente Mark McFall y el ateo Warren Till, y comentado más tarde por el archiateo Richard Carrier. Trataba sobre los vÃnculos entre el mito de Cristo y la larguÃsima tradición religiosa de cultos solares que conmemoraban la muerte y resurrección de sus dioses en el mundo antiguo, que abarca desde el titular de los derechos de autor de este mito (Osiris) hasta el principal competidor de Jesús en su carrera por la popularidad en las provincias romanas (Mitra), pasando por los sospechosos de siempre (Attis, Tammuz, Adonis, Dionisos, Heracles). Pero el núcleo del ensayo de Till estaba dedicado al caso de Osiris, y lograba una muy buena presentación de sus paralelos con Jesús. Lo que me mueve a comentar todo esto aquà es la peculiar respuesta de McFall.
McFall dedicó casi todos sus comentarios a negar que el regreso a la vida de Osiris tuviera algún parecido con la resurrección de Jesús, pero más tarde pasó a desacreditar las bases mismas del mito de Osiris. Tomando la narración de los evangelios como estándar de comparación, McFall se quejó de que ninguna versión de los textos egipcios mencionara apariciones de Osiris post-post-mórtem, ni conversaciones con sus fieles, ni referencias a personajes históricos, ni teologÃa de expiación, ni anuncios previos que hubieran predicho que Osiris morirÃa y volverÃa a la vida. En resumen: como el relato de Osiris no está contado con los mismos ingredientes de estilo y contexto que tiene el de Jesús, entonces no hay parentesco. Eso es casi como decir que El Profesor Chiflado no es una copia de Jekill y Hyde porque el protagonista es negro.
En su reseña Carrier corrigió ese argumento: los elementos centrales del mito están preservados y claramente identificables. Pero no mencionó un problema que a mà me parece mucho más grave: el fuerte sesgo cristocéntrico en que McFall sustentó su ensayo. Para McFall, el mito de Osiris no es falso porque carezca de coherencia o verosimilitud; es falso simplemente porque no es como Jesús.
Este problema aqueja a muchos académicos occidentales que se dedican al estudio de otras religiones. Sin darse cuenta, dan por sentado que las forma de culto propias del cristianismo que conocen son el modelo válido y correcto de religión, de modo que no analizan los cultos extranjeros o extintos con base en sus propios orÃgenes sociales e históricos, sino apenas en comparación con el estándar cristiano. Los posmodernos consideran esta actitud como una manifestación más de lo que ellos llaman chovinismo eurocéntrico; yo me conformo con señalar que es un serio sesgo cognitivo que en este caso deriva más de la naturaleza misma del meme monoteÃsta que de la conducta aprendida por el hombre blanco.
La perspectiva cristocéntrica pasa por alto varios hechos evidentes, en especial que el culto monoteÃsta sin antropomorfismo es una etapa muy tardÃa en el desarrollo de las religiones, sobre todo en su actual forma paulina y trinitaria. Los creyentes se rehúsan a considerar que su modo particular de culto no es necesariamente la forma más lógica o natural de experiencia sacra y que los devotos de otras fes no tienen por qué seguir sus métodos.
Hace unos años, cuando le explicaba los principios del budismo a un conocido, me contestó que no le gustaba porque no incluÃa la figura de un mediador entre Dios y la humanidad. Intenté hacerle ver que en la cosmovisión budista esa figura ni siquiera era necesaria, pero él no se movió de su postura. Estaba demasiado encerrado en las categorÃas que le habÃan enseñado como para concebir el mundo de otra manera.
¿Asà cómo se puede debatir?
McFall dedicó casi todos sus comentarios a negar que el regreso a la vida de Osiris tuviera algún parecido con la resurrección de Jesús, pero más tarde pasó a desacreditar las bases mismas del mito de Osiris. Tomando la narración de los evangelios como estándar de comparación, McFall se quejó de que ninguna versión de los textos egipcios mencionara apariciones de Osiris post-post-mórtem, ni conversaciones con sus fieles, ni referencias a personajes históricos, ni teologÃa de expiación, ni anuncios previos que hubieran predicho que Osiris morirÃa y volverÃa a la vida. En resumen: como el relato de Osiris no está contado con los mismos ingredientes de estilo y contexto que tiene el de Jesús, entonces no hay parentesco. Eso es casi como decir que El Profesor Chiflado no es una copia de Jekill y Hyde porque el protagonista es negro.
En su reseña Carrier corrigió ese argumento: los elementos centrales del mito están preservados y claramente identificables. Pero no mencionó un problema que a mà me parece mucho más grave: el fuerte sesgo cristocéntrico en que McFall sustentó su ensayo. Para McFall, el mito de Osiris no es falso porque carezca de coherencia o verosimilitud; es falso simplemente porque no es como Jesús.
Este problema aqueja a muchos académicos occidentales que se dedican al estudio de otras religiones. Sin darse cuenta, dan por sentado que las forma de culto propias del cristianismo que conocen son el modelo válido y correcto de religión, de modo que no analizan los cultos extranjeros o extintos con base en sus propios orÃgenes sociales e históricos, sino apenas en comparación con el estándar cristiano. Los posmodernos consideran esta actitud como una manifestación más de lo que ellos llaman chovinismo eurocéntrico; yo me conformo con señalar que es un serio sesgo cognitivo que en este caso deriva más de la naturaleza misma del meme monoteÃsta que de la conducta aprendida por el hombre blanco.
La perspectiva cristocéntrica pasa por alto varios hechos evidentes, en especial que el culto monoteÃsta sin antropomorfismo es una etapa muy tardÃa en el desarrollo de las religiones, sobre todo en su actual forma paulina y trinitaria. Los creyentes se rehúsan a considerar que su modo particular de culto no es necesariamente la forma más lógica o natural de experiencia sacra y que los devotos de otras fes no tienen por qué seguir sus métodos.
Hace unos años, cuando le explicaba los principios del budismo a un conocido, me contestó que no le gustaba porque no incluÃa la figura de un mediador entre Dios y la humanidad. Intenté hacerle ver que en la cosmovisión budista esa figura ni siquiera era necesaria, pero él no se movió de su postura. Estaba demasiado encerrado en las categorÃas que le habÃan enseñado como para concebir el mundo de otra manera.
¿Asà cómo se puede debatir?





























