ABORTO Y MORAL
I
Toda la polémica al respecto de este tema nace de premisas preestablecidas pero que no cuentan con respaldo real de los hechos. Los argumentos a favor o en contra se fundan en supuestos y en apreciaciones personales. ¿Cuándo comienza la vida? La discusión a este respecto nos sumerge en un mundo surrealista y fantástico donde se exponen las más variadas opiniones, en las cuales destacan las de la Iglesia Católica, las que, según la institución, son las única aceptables; todos los demás carecemos de derecho de opinar al respecto, pues si no estamos de acuerdo con ellos, somos “asesinosâ€, “enemigos de la vidaâ€, “destructores de la familia y la sociedadâ€, etc. Claro que esto no extraña a nadie. Asà ha actuado la Iglesia durante toda su existencia. Repito; ¿cuándo comienza la vida? La pregunta es falaz. La vida no comienza en ningún momento especÃfico; simplemente está presente en todo organismo por el solo hecho de existir, es una “lÃnea continuaâ€, un hilo que no puede cortarse ni dimensionarse. Ahora bien, la disyuntiva aquà es referida a la vida humana especÃficamente. ¿Es en la fecundación, en la formación del embrión, del feto, cuando podemos considerar “humano†dicho organismo? Me parece completamente ocioso discutir sobre este punto. Porque si nos ponemos extremistas al respecto, podemos decir que incluso los espermatozoides son organismos vivos pues transportan el código de una vida humana, por lo tanto, como en el coito se derraman millones de estos organismos y solo uno, por lo general, logra su objetivo, pereciendo todos los demás, cada vez que copulamos somos responsable de un auténtico genocidio espermático. Y ni que hablar de los onanistas... El enfoque del problema es equivocado y absurdo. Nada sacamos con tratar de dilucidar un asunto que no tiene solución pues, finalmente, es cuestión de opiniones. Y en materia legal, cuando el problema cae en éste ámbito, la solución a dicho problema queda al arbitrio de los individuos. Esto, obviamente, es impensable parta la religión que, a pesar de sus propias creencias, niega a los individuos todo arbitrio considerando que lo que ellas establecen es “ley divina†y, por tanto, incuestionable. El aborto representa, sin duda, un problema de orden social, pero no moral. En otras oportunidades he expuesto mis ideas sobre la moral, considerándolas únicamente como ciertos códigos necesarios para la buena organización de una sociedad de acuerdo a circunstancias especÃficas. Las religiones, en cambio, establecen códigos rajatabla, eternos por ser de carácter “divinoâ€, lo que es un atentado a la vida misma, pues se opone al cambio esencial intrÃnseco a la existencia. La decisión del aborto debe, por lo antes dicho, ser decisión de los gestores. Considero perfectamente legÃtimo que una mujer violada se niegue a llevar adelante un embarazo forzado. También es legÃtimo cuando la vida de la madre esté en riesgo vital o cuando la criatura muestre señales de daños orgánicos que le significarán una vida miserable. En mi opinión me parece mucho más benigno detener el embarazo de un feto con malformaciones impeditivas, que permitirle el nacimiento hacia una vida que le ha de resultar frustrante. Donde el problema adquiere otro carácter es cuando el aborto es utilizado como recurso anticonceptivo, es decir, sin una justificación social, sino simplemente como un medio de evitar una obligación, a consecuencia de haber actuado con irresponsabilidad previa, en especial cuando existen múltiples y eficaces medios anticoncepcionales. Esto puede traer por consecuencia una mayor falta de responsabilidad de parte de los individuos. Pero aunque la ley lo prohÃba no significa que no se hará: muy por el contrario, los hechos demuestran que las prohibiciones no hacen más que generar los medios más inadecuados y perniciosos, con más graves consecuencias aún que la libertad al respecto, que lo permite, en último término, con cierta regimentación. Finalmente, todos estos alardes “pro-vida†de la Iglesia no son sino una cursilerÃa reprochable, especialmente por la hipocresÃa implÃcita en ello. Porque durante siglos esa misma Iglesia justificó el asesinato de cientos de miles de personas por el hecho de pensar distinto. Ahora, haciendo alardes histéricos, intentan hacernos creer que tiene una preocupación auténtica que en los doce o trece siglos anteriores no demostró en lo más mÃnimo. Y a ello hay que agregar un hecho importante: todas las doctrinas creadas por la Iglesia para justificar el homicidio y la tortura “en defensa de la fe†siguen vigentes; nunca han sido derogados oficialmente. Jamás la Iglesia ha renegado oficialmente de su pasado; cuando mucho ha hecho algunas manifestaciones impúdicas de perdón, pero sin acompañarla de hechos o disposiciones claras y evidentes de renegar, en forma total y definitiva, de cualquier medio que atente contra la vida y la libertad de los individuos. ¿Por qué deberÃamos creer en las palabras de una Iglesia que, en el pasado, ha demostrado no tener casi ninguna validez? ¿Cuántas veces no modificó sus criterios porque asà le convenÃa, cometiendo o permitiendo se cometieran crÃmenes imperdonables? La lista de casos es larga y cualquiera que tenga algún conocimiento de la historia del catolicismo -y de las religiones en general- las conoce de sobra. Por estas razones considero que la Iglesia Católica -y las religiones en general-, carecen de calidad moral e intelectual para imponer sus criterios como si fueran la única verdad aceptable. Y estos temas, en realidad, parecen ser recursos mediáticos para mantener una presencia que, dÃa con dÃa, resulta menos convincente y se toma poco en cuenta.
II
El proyecto presentado por parlamentarios de la izquierda que persigue legalizar el aborto en Chile representa un avance sustancial en el establecimiento de los más básicos derechos a la libertad de decisión, no solo de las mujeres, sino de la sociedad en su conjunto. Ello, porque enfrenta con claridad los tres aspectos esenciales que conforman la base de la problemática de este asunto, sin duda trágico, pero necesario de resolver de una vez por todas.El primero se refiere a las ociosas discrepancias entre "moralistas" y "cientÃficos" respecto del momento en que se gestarÃa la vida. Y decimos "ociosa", ya que, al no haber argumentos sólidos ni concretos por ninguna de las partes, el asunto no pasa de ser "materia de opinión" y, al entrar en dicha categorÃa, la ley no puede hacer prevalecer una opinión sobre las demás, pues aquello constituye un "abuso de poder" y una flagrante violación de los Derechos Humanos y de la Libertad Individual. Derecho tienen todos a sustentar una opinión al respecto y ser consecuente con ella, pero no pueden buscar imponer sus criterios a toda una sociedad cuando parte importante de ella discrepa de dichos criterios. Por lo demás, no es función de las leyes hacer prevalecer opiniones ni intentar modificar las costumbres; tal como lo estableciera Montesquieu hace ya varios siglos, la función de la ley es "sancionar la tradición", es decir, darle un ordenamiento juridico a las acciones sociales para evitar los abusos y las desviaciones indeseables y perjudiciales. Y esto tiene directa relación con el segundo punto a analizar, y es la realidad del problema del aborto en Chile: más de 160.000 al año, con el trágico antecedente que, un alto porcentaje de las mujeres que se lo practica en forma clandestina, un 12% que equivale a casi 20.000, muere a consecuencia de esta práctica. Esto hace que la posición intransigente de algunos, por motivos doctrinales en la mayorÃa de los casos, que se opone a legislar sobre esta materia y no quiere ver una realidad trágica y palpable, y prefieriendo mantener una "ilusión ideal" bajo la cual esconder una realidad mortal, se convierta en cómplice de una verdadera "masacre", lo que resulta inaceptable. El actual proyecto de ley, que aún no ingresa a discusión, busca compatibilizar todas las opiniones, a la vez que intenta dar una solución al drama que implica esta realidad incuestionable. Por ello es que establece el derecho de las mujeres al aborto dentro del lÃmite de las primeras 12 semanas de embarazo, salvo en los casos que éste implique un riesgo a la salud de la mujer, o cuando sea consecuencia de una violación, en cuya ciscunstancia el aborto podrÃa practicarse en cualquier momento. Contrariamente a la sensación que quieren dar los intolerantes en este aspecto, que las mujeres que abortan son criminales y están felicies de tomar tal decisión, no cabe la menor duda que llegar a tal situación constituye un drama personal y humano de magnitud. Ninguna mujer ha de sentirse feliz de tomar tal determinación y si lo hace es debido a la evaluación personal y privada, a la cual tiene pleno derecho, respecto de su futuro como madre y de la criatura. Y tal decisión no puede ser cuestionada en forma tan liviana y despreciable como se ha planteado hasta ahora, con la intención de estigmatizar a quienes, enfrentadas a tan importante disyuntiva, optan por lo que consideran más adecuado.La importancia que tiene el apoyar esta iniciativa va, incluso, más allá de la iniciativa misma, pues establecerÃa, de una vez por todas, el precedente necesario en toda sociedad democratica, de otorgar las libertades adecuadas a los individuos en lo que se refiere a su vida personal e Ãntima, erradicando de una vez por todas los intentos de grupos ideológicos que quieren establecer sus criterios doctrinales a como dé lugar, y aún a costa de la tragedia de muchos, convencidos que su "verdad" es la única que tiene derecho a existir.Una sociedad que no tiene amplitud de criterio carece de moral.
Toda la polémica al respecto de este tema nace de premisas preestablecidas pero que no cuentan con respaldo real de los hechos. Los argumentos a favor o en contra se fundan en supuestos y en apreciaciones personales. ¿Cuándo comienza la vida? La discusión a este respecto nos sumerge en un mundo surrealista y fantástico donde se exponen las más variadas opiniones, en las cuales destacan las de la Iglesia Católica, las que, según la institución, son las única aceptables; todos los demás carecemos de derecho de opinar al respecto, pues si no estamos de acuerdo con ellos, somos “asesinosâ€, “enemigos de la vidaâ€, “destructores de la familia y la sociedadâ€, etc. Claro que esto no extraña a nadie. Asà ha actuado la Iglesia durante toda su existencia. Repito; ¿cuándo comienza la vida? La pregunta es falaz. La vida no comienza en ningún momento especÃfico; simplemente está presente en todo organismo por el solo hecho de existir, es una “lÃnea continuaâ€, un hilo que no puede cortarse ni dimensionarse. Ahora bien, la disyuntiva aquà es referida a la vida humana especÃficamente. ¿Es en la fecundación, en la formación del embrión, del feto, cuando podemos considerar “humano†dicho organismo? Me parece completamente ocioso discutir sobre este punto. Porque si nos ponemos extremistas al respecto, podemos decir que incluso los espermatozoides son organismos vivos pues transportan el código de una vida humana, por lo tanto, como en el coito se derraman millones de estos organismos y solo uno, por lo general, logra su objetivo, pereciendo todos los demás, cada vez que copulamos somos responsable de un auténtico genocidio espermático. Y ni que hablar de los onanistas... El enfoque del problema es equivocado y absurdo. Nada sacamos con tratar de dilucidar un asunto que no tiene solución pues, finalmente, es cuestión de opiniones. Y en materia legal, cuando el problema cae en éste ámbito, la solución a dicho problema queda al arbitrio de los individuos. Esto, obviamente, es impensable parta la religión que, a pesar de sus propias creencias, niega a los individuos todo arbitrio considerando que lo que ellas establecen es “ley divina†y, por tanto, incuestionable. El aborto representa, sin duda, un problema de orden social, pero no moral. En otras oportunidades he expuesto mis ideas sobre la moral, considerándolas únicamente como ciertos códigos necesarios para la buena organización de una sociedad de acuerdo a circunstancias especÃficas. Las religiones, en cambio, establecen códigos rajatabla, eternos por ser de carácter “divinoâ€, lo que es un atentado a la vida misma, pues se opone al cambio esencial intrÃnseco a la existencia. La decisión del aborto debe, por lo antes dicho, ser decisión de los gestores. Considero perfectamente legÃtimo que una mujer violada se niegue a llevar adelante un embarazo forzado. También es legÃtimo cuando la vida de la madre esté en riesgo vital o cuando la criatura muestre señales de daños orgánicos que le significarán una vida miserable. En mi opinión me parece mucho más benigno detener el embarazo de un feto con malformaciones impeditivas, que permitirle el nacimiento hacia una vida que le ha de resultar frustrante. Donde el problema adquiere otro carácter es cuando el aborto es utilizado como recurso anticonceptivo, es decir, sin una justificación social, sino simplemente como un medio de evitar una obligación, a consecuencia de haber actuado con irresponsabilidad previa, en especial cuando existen múltiples y eficaces medios anticoncepcionales. Esto puede traer por consecuencia una mayor falta de responsabilidad de parte de los individuos. Pero aunque la ley lo prohÃba no significa que no se hará: muy por el contrario, los hechos demuestran que las prohibiciones no hacen más que generar los medios más inadecuados y perniciosos, con más graves consecuencias aún que la libertad al respecto, que lo permite, en último término, con cierta regimentación. Finalmente, todos estos alardes “pro-vida†de la Iglesia no son sino una cursilerÃa reprochable, especialmente por la hipocresÃa implÃcita en ello. Porque durante siglos esa misma Iglesia justificó el asesinato de cientos de miles de personas por el hecho de pensar distinto. Ahora, haciendo alardes histéricos, intentan hacernos creer que tiene una preocupación auténtica que en los doce o trece siglos anteriores no demostró en lo más mÃnimo. Y a ello hay que agregar un hecho importante: todas las doctrinas creadas por la Iglesia para justificar el homicidio y la tortura “en defensa de la fe†siguen vigentes; nunca han sido derogados oficialmente. Jamás la Iglesia ha renegado oficialmente de su pasado; cuando mucho ha hecho algunas manifestaciones impúdicas de perdón, pero sin acompañarla de hechos o disposiciones claras y evidentes de renegar, en forma total y definitiva, de cualquier medio que atente contra la vida y la libertad de los individuos. ¿Por qué deberÃamos creer en las palabras de una Iglesia que, en el pasado, ha demostrado no tener casi ninguna validez? ¿Cuántas veces no modificó sus criterios porque asà le convenÃa, cometiendo o permitiendo se cometieran crÃmenes imperdonables? La lista de casos es larga y cualquiera que tenga algún conocimiento de la historia del catolicismo -y de las religiones en general- las conoce de sobra. Por estas razones considero que la Iglesia Católica -y las religiones en general-, carecen de calidad moral e intelectual para imponer sus criterios como si fueran la única verdad aceptable. Y estos temas, en realidad, parecen ser recursos mediáticos para mantener una presencia que, dÃa con dÃa, resulta menos convincente y se toma poco en cuenta.
II
El proyecto presentado por parlamentarios de la izquierda que persigue legalizar el aborto en Chile representa un avance sustancial en el establecimiento de los más básicos derechos a la libertad de decisión, no solo de las mujeres, sino de la sociedad en su conjunto. Ello, porque enfrenta con claridad los tres aspectos esenciales que conforman la base de la problemática de este asunto, sin duda trágico, pero necesario de resolver de una vez por todas.El primero se refiere a las ociosas discrepancias entre "moralistas" y "cientÃficos" respecto del momento en que se gestarÃa la vida. Y decimos "ociosa", ya que, al no haber argumentos sólidos ni concretos por ninguna de las partes, el asunto no pasa de ser "materia de opinión" y, al entrar en dicha categorÃa, la ley no puede hacer prevalecer una opinión sobre las demás, pues aquello constituye un "abuso de poder" y una flagrante violación de los Derechos Humanos y de la Libertad Individual. Derecho tienen todos a sustentar una opinión al respecto y ser consecuente con ella, pero no pueden buscar imponer sus criterios a toda una sociedad cuando parte importante de ella discrepa de dichos criterios. Por lo demás, no es función de las leyes hacer prevalecer opiniones ni intentar modificar las costumbres; tal como lo estableciera Montesquieu hace ya varios siglos, la función de la ley es "sancionar la tradición", es decir, darle un ordenamiento juridico a las acciones sociales para evitar los abusos y las desviaciones indeseables y perjudiciales. Y esto tiene directa relación con el segundo punto a analizar, y es la realidad del problema del aborto en Chile: más de 160.000 al año, con el trágico antecedente que, un alto porcentaje de las mujeres que se lo practica en forma clandestina, un 12% que equivale a casi 20.000, muere a consecuencia de esta práctica. Esto hace que la posición intransigente de algunos, por motivos doctrinales en la mayorÃa de los casos, que se opone a legislar sobre esta materia y no quiere ver una realidad trágica y palpable, y prefieriendo mantener una "ilusión ideal" bajo la cual esconder una realidad mortal, se convierta en cómplice de una verdadera "masacre", lo que resulta inaceptable. El actual proyecto de ley, que aún no ingresa a discusión, busca compatibilizar todas las opiniones, a la vez que intenta dar una solución al drama que implica esta realidad incuestionable. Por ello es que establece el derecho de las mujeres al aborto dentro del lÃmite de las primeras 12 semanas de embarazo, salvo en los casos que éste implique un riesgo a la salud de la mujer, o cuando sea consecuencia de una violación, en cuya ciscunstancia el aborto podrÃa practicarse en cualquier momento. Contrariamente a la sensación que quieren dar los intolerantes en este aspecto, que las mujeres que abortan son criminales y están felicies de tomar tal decisión, no cabe la menor duda que llegar a tal situación constituye un drama personal y humano de magnitud. Ninguna mujer ha de sentirse feliz de tomar tal determinación y si lo hace es debido a la evaluación personal y privada, a la cual tiene pleno derecho, respecto de su futuro como madre y de la criatura. Y tal decisión no puede ser cuestionada en forma tan liviana y despreciable como se ha planteado hasta ahora, con la intención de estigmatizar a quienes, enfrentadas a tan importante disyuntiva, optan por lo que consideran más adecuado.La importancia que tiene el apoyar esta iniciativa va, incluso, más allá de la iniciativa misma, pues establecerÃa, de una vez por todas, el precedente necesario en toda sociedad democratica, de otorgar las libertades adecuadas a los individuos en lo que se refiere a su vida personal e Ãntima, erradicando de una vez por todas los intentos de grupos ideológicos que quieren establecer sus criterios doctrinales a como dé lugar, y aún a costa de la tragedia de muchos, convencidos que su "verdad" es la única que tiene derecho a existir.Una sociedad que no tiene amplitud de criterio carece de moral.