La negación de San Pedro
Por cierto, ¿qué hace Dios de ese mar de anatemas
Que asciende dÃa a dÃa hasta sus serafines?
Como un déspota ahÃto de viandas y de vinos,
Al dulce son de nuestras blasfemias se adormece.
Las quejas de los mártires y de los torturados
Son una sinfonÃa embriagante sin duda,
Ya que, pese a la sangre que cuesta su deleite,
¡Los cielos no parecen todavÃa saciados!
-¡Acuérdate, Jesús, de aquel Huerto de Olivos!
Con suma sencillez oraste de rodillas
A quien allá en su cielo reÃa de los clavos
Que unos viles verdugos hincaban en tus carnes,
Cuando viste escupir en tu divinidad
A la chusma del cuerpo de guardia y de cocina,
Y cuando tú sentiste penetrar las espinas
En tu cabeza donde habitaban los hombres,
Cuando aquel peso horrible de tu cuerpo quebrado
Estiraba tus brazos tensados, y tu sangre
Y tu sudor corrÃan por tu pálida frente,
Cuando fuiste mostrado como blanco ante todos,
¿Recordabas los dÃas tan brillantes y hermosos
En que a cumplir la eterna promesa tú viniste,
Cuando a lomos de mansa borrica recorrÃas
Los caminos sembrados de flores y ramos,
Cuando, henchido tu pecho de esperanza y valor,
Azotabas con fuerza a viles mercaderes,
Cuando fuiste maestro? ¿No caló en tu costado
El arrepentimiento más hondo que la lanza?
- En cuanto a mÃ, es seguro que saldré satisfecho
De un mundo en que la acción no es hermana del sueño;
¡Ojalá mate a hierro y que a hierro perezca!
San Pedro renegó de Jesús... ¡hizo bien!
-Charles Baudelaire, Las flores del mal (Primera parte de 'Rebelión')
Que asciende dÃa a dÃa hasta sus serafines?
Como un déspota ahÃto de viandas y de vinos,
Al dulce son de nuestras blasfemias se adormece.
Las quejas de los mártires y de los torturados
Son una sinfonÃa embriagante sin duda,
Ya que, pese a la sangre que cuesta su deleite,
¡Los cielos no parecen todavÃa saciados!
-¡Acuérdate, Jesús, de aquel Huerto de Olivos!
Con suma sencillez oraste de rodillas
A quien allá en su cielo reÃa de los clavos
Que unos viles verdugos hincaban en tus carnes,
Cuando viste escupir en tu divinidad
A la chusma del cuerpo de guardia y de cocina,
Y cuando tú sentiste penetrar las espinas
En tu cabeza donde habitaban los hombres,
Cuando aquel peso horrible de tu cuerpo quebrado
Estiraba tus brazos tensados, y tu sangre
Y tu sudor corrÃan por tu pálida frente,
Cuando fuiste mostrado como blanco ante todos,
¿Recordabas los dÃas tan brillantes y hermosos
En que a cumplir la eterna promesa tú viniste,
Cuando a lomos de mansa borrica recorrÃas
Los caminos sembrados de flores y ramos,
Cuando, henchido tu pecho de esperanza y valor,
Azotabas con fuerza a viles mercaderes,
Cuando fuiste maestro? ¿No caló en tu costado
El arrepentimiento más hondo que la lanza?
- En cuanto a mÃ, es seguro que saldré satisfecho
De un mundo en que la acción no es hermana del sueño;
¡Ojalá mate a hierro y que a hierro perezca!
San Pedro renegó de Jesús... ¡hizo bien!
-Charles Baudelaire, Las flores del mal (Primera parte de 'Rebelión')





























