El nuevo “otro”
El genial periódico satÃrico The Onion publicó el 7 de noviembre de 2001 una nota titulada: “Hombre local actúa como si todo el tiempo le hubiera interesado Afganistánâ€, burlándose de la voluntaria ignorancia occidental sobre los asuntos de Oriente Medio y la violencia que la zona ha soportado por milenios y que apenas vino a importarnos cuando nos salpicó a nosotros.
VenÃamos acostumbrados a una concepción impalpable del peligro, a intimidaciones mutuas sin consecuencias. Aunque los conflictos locales no dejaban de ser noticia, tampoco eran la agenda prioritaria de nadie. VivÃamos sintiéndonos sólo vagamente amenazados por algún extremista, allÃ, en alguna parte. Esa confiada indiferencia hace comprensible el salto a la indignación horrorizada y paranoica con que reaccionamos en 2001.
Esa respuesta ha tomado formas variadas: por un lado, los obsesionados por la corrección polÃtica están amordazados por su propia mal entendida tolerancia. Tras la tormenta de las caricaturas empezó una ola de autocensura que les quitó a las figuras públicas el derecho a opinar. El profesor de filosofÃa francés Robert Redeker tuvo que empezar a vivir a escondidas tras publicar en Le Figaro un artÃculo crÃtico sobre Mahoma; la Ópera de BerlÃn pospuso por meses una obra donde el profeta era decapitado; las festividades españolas de moros y cristianos omitieron las referencias a la Reconquista; y el Papa, a regañadientes, tuvo que disculparse por mentar a estas alturas a un emperador bizantino de quien nadie se acordaba.
Criticar al Islam se ha vuelto tan impopular que hasta los musulmanes moderados y liberales están perdiendo credibilidad en sus propios paÃses. ¿Por qué todos ahora tienen miedo de que los tachen de islamófobos? Porque temen las represalias. No quieren que los grupos extremistas los relacionen con el supuesto “choque de civilizaciones†que se avecina. En medio de la preocupación por la dificultad con que los inmigrantes musulmanes se integrarán a las sociedades modernas mientras no abandonen sus tradiciones, además de una “guerra contra el terror†que ya está perdida, la proliferación de estereotipos simplistas de las culturas árabe y musulmana, y la aparición en Europa de leyes contra el uso del velo tradicional, se está gestando, en un Occidente que creÃamos curado de prejuicios, una atmósfera de ridÃcula aversión a todo lo que remotamente huela a camello.
Seamos francos. Es cierto que algunas corrientes polÃticas de Oriente Medio apelan al Corán para propagar un extremismo totalitario. Es cierto que hay organizaciones terroristas que toman al pie de la letra unos valores fundamentalistas e intolerantes. Es cierto que Mahmoud Ahmadinejad quiere borrar a Israel a bombazos. La única respuesta apropiada es una defensa sólida de nuestra democracia laica. Pero no es cierto que el Islam sea la amenaza endemoniada que se nos quiere hacer creer. En la culta Al-Andalus, por ejemplo, convivÃan musulmanes, cristianos y judÃos sin mayores inconvenientes.
Ahora resulta que el Islam es enemigo de Occidente, que los musulmanes nos quieren quitar nuestras libertades fundamentales, que están preparando una guerra santa contra el imperio capitalista y que, si no hacemos algo pronto, nos invadirán con sus armas de destrucción masiva. Es el tipo de situación en la que tú sabes, yo sé y todos sabemos que tanto horror es mentira, aunque polÃticos como Bush vivan de creerlas, y de creer que las creemos. Pero ese discurso excluyente e islamófobo que se está difundiendo revive ecos de una época maldita. ¿O no suena familiar el etiquetar a un pueblo entero como el enemigo, la causa de nuestros males, una amenaza que hay que erradicar?
SÃ, remueve fibras profundas el mencionarlo, pero tenemos que admitir que la actitud de hostilidad contra el pueblo musulmán como un todo es sospechosamente similar a la propaganda que Hitler hizo tragar a los alemanes para crear un clima de odio que le permitiera ejecutar sus planes de exterminio. A nuestro alrededor, ante nuestros ojos, se está etiquetando a un nuevo “otro†cuya existencia no es tolerable. Y mientras los diplomáticos polÃticamente correctos ven vÃctimas en todas partes y se lanzan a defender causas coyunturales sacrificando valores más necesarios, las verdaderas vÃctimas, los palestinos, libaneses, iraquÃes, afganos, y también los israelÃes y nosotros mismos, estamos a merced de odios que deberÃan haber quedado sepultados.
VenÃamos acostumbrados a una concepción impalpable del peligro, a intimidaciones mutuas sin consecuencias. Aunque los conflictos locales no dejaban de ser noticia, tampoco eran la agenda prioritaria de nadie. VivÃamos sintiéndonos sólo vagamente amenazados por algún extremista, allÃ, en alguna parte. Esa confiada indiferencia hace comprensible el salto a la indignación horrorizada y paranoica con que reaccionamos en 2001.
Esa respuesta ha tomado formas variadas: por un lado, los obsesionados por la corrección polÃtica están amordazados por su propia mal entendida tolerancia. Tras la tormenta de las caricaturas empezó una ola de autocensura que les quitó a las figuras públicas el derecho a opinar. El profesor de filosofÃa francés Robert Redeker tuvo que empezar a vivir a escondidas tras publicar en Le Figaro un artÃculo crÃtico sobre Mahoma; la Ópera de BerlÃn pospuso por meses una obra donde el profeta era decapitado; las festividades españolas de moros y cristianos omitieron las referencias a la Reconquista; y el Papa, a regañadientes, tuvo que disculparse por mentar a estas alturas a un emperador bizantino de quien nadie se acordaba.
Criticar al Islam se ha vuelto tan impopular que hasta los musulmanes moderados y liberales están perdiendo credibilidad en sus propios paÃses. ¿Por qué todos ahora tienen miedo de que los tachen de islamófobos? Porque temen las represalias. No quieren que los grupos extremistas los relacionen con el supuesto “choque de civilizaciones†que se avecina. En medio de la preocupación por la dificultad con que los inmigrantes musulmanes se integrarán a las sociedades modernas mientras no abandonen sus tradiciones, además de una “guerra contra el terror†que ya está perdida, la proliferación de estereotipos simplistas de las culturas árabe y musulmana, y la aparición en Europa de leyes contra el uso del velo tradicional, se está gestando, en un Occidente que creÃamos curado de prejuicios, una atmósfera de ridÃcula aversión a todo lo que remotamente huela a camello.
Seamos francos. Es cierto que algunas corrientes polÃticas de Oriente Medio apelan al Corán para propagar un extremismo totalitario. Es cierto que hay organizaciones terroristas que toman al pie de la letra unos valores fundamentalistas e intolerantes. Es cierto que Mahmoud Ahmadinejad quiere borrar a Israel a bombazos. La única respuesta apropiada es una defensa sólida de nuestra democracia laica. Pero no es cierto que el Islam sea la amenaza endemoniada que se nos quiere hacer creer. En la culta Al-Andalus, por ejemplo, convivÃan musulmanes, cristianos y judÃos sin mayores inconvenientes.
Ahora resulta que el Islam es enemigo de Occidente, que los musulmanes nos quieren quitar nuestras libertades fundamentales, que están preparando una guerra santa contra el imperio capitalista y que, si no hacemos algo pronto, nos invadirán con sus armas de destrucción masiva. Es el tipo de situación en la que tú sabes, yo sé y todos sabemos que tanto horror es mentira, aunque polÃticos como Bush vivan de creerlas, y de creer que las creemos. Pero ese discurso excluyente e islamófobo que se está difundiendo revive ecos de una época maldita. ¿O no suena familiar el etiquetar a un pueblo entero como el enemigo, la causa de nuestros males, una amenaza que hay que erradicar?
SÃ, remueve fibras profundas el mencionarlo, pero tenemos que admitir que la actitud de hostilidad contra el pueblo musulmán como un todo es sospechosamente similar a la propaganda que Hitler hizo tragar a los alemanes para crear un clima de odio que le permitiera ejecutar sus planes de exterminio. A nuestro alrededor, ante nuestros ojos, se está etiquetando a un nuevo “otro†cuya existencia no es tolerable. Y mientras los diplomáticos polÃticamente correctos ven vÃctimas en todas partes y se lanzan a defender causas coyunturales sacrificando valores más necesarios, las verdaderas vÃctimas, los palestinos, libaneses, iraquÃes, afganos, y también los israelÃes y nosotros mismos, estamos a merced de odios que deberÃan haber quedado sepultados.





























