El sinsentido de la espiritualidad cuántica

El principal logro de la Ilustración fue destronar el pensamiento mágico. Al abrir las puertas al análisis racional de la realidad, la superstición empezó a perder terreno y dio paso al cuerpo de conocimientos que maneja nuestra ciencia actual. Pero erradicar la superstición no es siempre una tarea lineal, progresiva. El pensamiento mágico tiene maneras de volver, de aprovechar el conocimiento existente para volver a instalarse, y entonces, disfrazado de conocimiento serio, se hace más difícil de combatir y desenmascarar.
La sólida certeza mecanicista heredada de los métodos de Newton y Descartes atravesó una profunda revisión con el desarrollo de la mecánica cuántica y sus desconcertantes respuestas marcadas por la incertidumbre. La religión, siempre un paso atrás, tuvo que volver a saltar: cuando la ciencia empezó a desmoronar sus mitos, aquélla intentó hacerse respetable y mostrar sus propias evidencias. Pero ya las evidencias han terminado de demostrar que somos simios pelados y la Tierra es millones de veces más vieja de lo que sueñan los fanáticos. Ahora que el método científico está sólidamente establecido, la religión ha dado la vuelta para meterse por la puerta de atrás, suscribiéndose a la nueva moda de tomar la jerga de la mecánica cuántica y explotarla para hacer parecer que respalda toda clase de barbaridades.
No podemos decir que no lo vimos venir. Este descaro lleva años. Un título tan descabellado como El Tao de la Física ya debería haber sido suficiente advertencia. Más recientemente, la inmerecida popularidad de despropósitos como El Secreto obliga a preguntarse por las facultades de juicio de los miles de fieles (y compradores) que se aglutinan en pos de su espejismo de infinita prosperidad.
Dejémoslo claro por fin: ni el universo reacciona ante nuestra mente, ni los pensamientos moldean la realidad. Lo único que puede concluirse de los fenómenos cuánticos es que la observación es una forma de interferencia irreversible que contribuye a producir el efecto observado. Lo que esto signifique aún se está debatiendo, pero lo claro es que no podemos producir ningún cambio en el mundo real simplemente con pensarlo muy fuerte. Así no funciona. Pero el pensamiento mágico es un vicio demasiado agradable. Renunciar a su falso consuelo implica aprender a vivir reconociendo que el universo es indiferente a nuestros deseos. Sólo nuestros actos tienen efectos reales. Lo demás es sueño.

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