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Un muy importante factor de supervivencia ligado íntima e imperiosamente al estado consciente de la humanidad, lo constituyen las creencias en seres superiores.

Esta natural inclinación de los hombres de todos los tiempos y de todas las razas hacia las creencias en algo superior, o por lo menos en algo protector, es a mi criterio lo que ha salvado al hombre de la angustia, la incertidumbre y el pánico frente a los embates inexorables y azarosos de la naturaleza tanto física exterior (cataclismos telúricos como terremotos, maremotos vulcanismo, tormentas eléctricas, tornados, inundaciones, sequías, etc.), como biológicas (accidentes, enfermedades somáticas, psicosis, guerras, plagas que azotan a los cultivos, epidemias, sometimientos y otras calamidades) y el significado tenebroso de la muerte, inaceptable como tránsito hacia la nada absoluta para un proceso viviente consciente, cuyo instinto de conservación va tan lejos que transciende ilusoriamente la realidad que consiste en la ausencia de manifestaciones psíquicas después de la muerte. Esto último ha sido superado mediante el concepto de la inmortalidad.