Una sociedad sin Dios

Paul Bloom

Una sociedad sin Dios. Muchos americanos dudan sobre la moralidad de los ateos. De acuerdo con una encuesta realizada por Gallup en 2007, la mayoría de los americanos afirman que nunca votarían por un por otra parte cualificado ateo como presidente, lo que significa que un no creyente necesitaría un trabajo mucho más duro para ser elegido que un musulmán, un homosexual o un judío. Muchos irían más lejos y se mostrarían de acuerdo con la comentarista conservadora Laura Schlessinger cuando afirma que la moralidad precisa de creencia en un Dios, ya que de otra forma lo único que hay son deseos egoistas. En The Ten Commandments, malévolamente cita a Dostoyevsky; «cuando no hay Dios, todo está permitido». El punto de vista opuesto, mantenido por una cualificada minoría de secularistas como Richard Dawkins, Daniel Dennett, Sam Harris y Christopher Hitchens es el de que es la creencia en un Dios la que nos hace peores. Tal y como lo expone Hitchens, «la religión lo envenena todo».

Los argumentos sobre el mérito de la religión son a menudo combatidos con referencias a la historia, comparándose pecados de teístas y ateos. Veo tus Cruzadas, y con Stalin, dos más. Una aproximación más prometedora es la de observar investigaciones empíricas que intentan determinar con precisión el efecto de la religión en cómo se comporta la gente.

En una reseña publicada en Science el mes pasado, los psicólogos Ara Norenzayan y Arim Shariff comentan varios experimentos que parecen apoyarse en la tesis de Schlessinger. En uno de estos estudios facilitaron a la mitad de los participantes un juego de palabras de temática espiritual, incluyendo las palabras divino y Dios y a la otra mitad un juego similar con palabrería laica. Luego dieron a cada participante 10 dólares y les dijeron que podían conservarlos o compartir su recompensa con otro sujeto anónimo. Al final, el grupo espiritual acabó con más del doble de dinero que al inicio. Norenzayan y Shariff sugieren que el resultado demuestra un imperativo evolucionario hacia la preocupación por la propia reputación. Si crees en Dios, crees que siempre alguien está mirando. El argumento se ve reafirmado por otra investigación que demuestra que todo individuo es más generoso y está menos dispuesto a engañar cuando hay más gente alrededor. Sorprendentemente, incluso cuando simplemente hay posters con ojos cerca.

Puede entonces que los religiosos se comporten mejor simplemente porque piensan que nunca están solos. En tal caso, podría esperarse encontrar la misma influencia positiva de la religión fuera del laboratorio. Y, de hecho, hay evidencias dentro de América de una correlación entre religión y lo que en un sentido amplio podríamos llamar bondad. Arthur Brooks apunta a que los ateos participan en la caridad menos a menudo que sus opuestos religiosos. Donan menos sangre, por ejemplo, y dan menos limosna a los mendigos por la calle. Dado que donar a la caridad hace que uno se sienta feliz, Brooks especula con que ésta podría ser un motivo por el que los ateos se sienten miserables. En un estudio de 2004, dos veces más religiosos afirman llevar vidas felices, mientras que dos veces más seculares afirman sentir que su vida es un fracaso.

Dado que los Estados Unidos son un país más religioso que otros occidentales, esta investigación sugiere que el anfitrión del programa de debates de la Fox Sean Hannity tenía razón al afirmar que los Estados Unidos son «el mejor país que Dios jamás ha concedido a los humanos en la tierra». En general, podría esperarse entonces que la gente en países laicos es menos atenta los unos con los otros que los americanos.

Es en este punto donde el razonamiento de que «necesitamos a Dios para ser buenos» se debilita. Los países que hay que considerar no son aquellos del tipo Corea del Norte o China, donde se reprime salvajemente la religión, sino aquellos donde la gente elige el ateísmo libremente. En su nuevo libro Society Without God Phil Zuckerman se fija en daneses y suecos, probablemente las poblaciones más laicas del planeta. No van a la iglesia, no rezan en la intimidad de sus hogares, no creen en Dios, en el cielo ni en el infierno. Y sin embargo, siguiendo cualquier estándar razonable, son gente realmente atenta los unos con los otros. Son estados del bienestar con sistemas sanitarios públicos realmente caros. Tienen un fuerte compromiso con la igualdad social. E incluso sin creer en un Dios permanentemente pendiente de ellos, asesinan y violan con mucha menos frecuencia que los americanos.

Dinamarca y Suecia no son excepciones. En 2005, un estudio de Gregory Paul sobre 18 democracias resultó en que las sociedades más ateas tendían a tener índices de suicidios y asesinatos menores, y una relativamente baja incidencia de abortos y embarazos adolescentes.

Éste es el rompecabezas. Si sólo te fijas en los Estados Unidos, la religión parece en efecto hacerte mejor persona. Y sin embargo las sociedades ateas se comportan mucho mejor en muchos sentidos que las devotas.

El primer paso para resolver el dilema sería desempaquetar las distintas componentes de la religión. En mi propio trabajo argumento que todos los humanos, incluso cuando niños, tácitamente mantienen creencias sobrenaturales, notablemente el punto de vista dual de que mente y cuerpo son entes distintos. Gran parte de los americanos que se describen a sí mismos como ateos, creen no obstante que sus almas de alguna forma sobrevivirán a la muerte de sus cuerpos. Otros aspectos de la religión cambian entre culturas y entre individuos dentro de la misma cultura. Son hechos factuales, como la idea de que existe un Dios que realiza milagros, y creencias morales, como la de que el aborto es un asesinato. Hay prácticas religiosas, como los sacramentos o el simple uso de velas de Sabbath. Y luego está la comunidad que la religión trae consigo. La de la gente que pertenece a tu iglesia, sinagoga o mezquita.

El efecto positivo de la religión en el mundo real, en mi opinión, está enlazado con el componente comunitario más que con la creencia en la vigilancia permanente por parte de un ser superior. El ser humano es social, y somos más felices y nos sentimos mejores cuando estamos conectados a los demás. Es la moral tal y como la define el trabajo del sociólogo Robert Putman para American Life. En Bowling Alone, argumenta que la asociación voluntaria con otros es esencial para una existencia plena y productiva. Nos hace «más listos, más saludables, más seguros, más ricos, y más capaces de gobernar una democracia justa y estable».

Daneses y suecos, además de ateos, forman fuertes comunidades. De hecho Zuckerman apunta a que la mayor parte de daneses y suecos se identifican como cristianos. Se casan en iglesias y las donan sus bienes, bautizan a sus hijos, y se sienten comprometidos con su comunidad religiosa. Simplemente, no creen en Dios. Zuckerman sugiere que los cristianos escandinavos son a su manera como los judíos americanos, quienes en la práctica se comportan como seculares, tienen fuertes sentimientos comunitarios, y tienden a comportarse bien en sociedad.

Los ateos americanos, por el contrario, son a menudo apartados de la vida en comunidad. Los estudios que Brooks cita en Gross National Hapiness y que determinan que los religiosos son más felices y generosos que los seculares, no definen sin embargo a religiosos y seculares en términos de creencia. Los definen en términos de presencia en actos religiosos. No es complicado ver cómo ser apartado de la comunidad dominante en América puede tener un efecto corrosivo en tu moralidad. Lo explica P.Z. Myers, biólogo y ateo prominente «cualquier individuo disperso que es excluido de su comunidad y no recibe sus beneficios, no se sentirá obligado a contribuir con esa comunidad que le excluye».

El lamentable estado de los ateos americanos, entonces, puede no tener nada que ver con su ausencia de creencias. Puede ser, por el contrario, el resultado de su condición forastera dentro de un país tan religioso donde muchos de sus mejores ciudadanos, incluyendo algunos tan influyentes como Schlessinger, les consideran inmorales y poco patriotas. La religión podría no envenenar todo, pero se merece al menos parte de culpa por esto.

Visto en Slate Magazine vía RichardDawkins.net.

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