Alberto Magno, desplazado y seducido

La Facultad de Ciencias de Granada celebrará diversos actos con motivo de la festividad del Patrón del centro, San Alberto Magno, durante los próximos días 13 y 14 de noviembre. De entre ellos, destaca la misa en la Capilla del Colegio Mayor Santa María (c/ San Jerónimo nº 33), anunciada en su web para el viernes 14, a las 10 horas. Actuará además el Coro de la Capilla Musical de Granada.

Al día siguiente, sábado, a las 19 horas, y en el Aula Magna de la Facultad de Ciencias de Granada -la misma-, el cómico Leo Bassi, con motivo del Día del Laicismo y la Libertad de Conciencia, presentará su polémico espectáculo "La Revelación".

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Cabe imaginar un duelo imaginario, un tropiezo cósmico del tiempo. Una alucinación compartida. El Doctor Universalis, preso del aristotelismo reencontrado, se asombra de la desvergüenza laicista. Este a quien llamaron "cabecilla del oscurantismo medieval", el pantagruélico Alberto, el Magno, pasmado en el tránsito, cree haber viajado a los infiernos de Venecia, hasta aquel recodo -Dante lo vio- donde un payaso reclama para sí, y para todos, el derecho a la burla y a la crítica.

Los buenos católicos no dudarán de la astuta estrategia simbólica a la que se han dado los demonios de Granada Laica. Incluso se habla, entre bastidores, de cierto soborno compinchado que el agradecido decano devolvería en forma de veto o de renuncia a la santa misa. Echar al santo para colar al payaso. Todo un programa denunciado, con insistencia, por el inquisidor Ratzinger, Alias "Papa de Roma". Europa pierde sus raíces, se adentra en el abismo relativista, el del libertinaje y el ateísmo. Regresa al sueño pagano, a las heréticas opiniones de Helvetius, d'Holbach y Lammetrie. La Razón se vuelve orgullosa. La fe se desvanece.

Y, sin embargo, el Magno se rehace pronto. Comprende que, al fin y al cabo, toda la filosofía griega, hasta la más ignorada, se intenta explicar el mundo a partir de la experiencia del hombre. Que "Dios" -recuerda- no es sino piadosa suplantación, ignorancia hecha sujeto. Y Alberto, apegado durante tantas noches a su inacabable biblioteca, cansado de lidiar con el dogma y con sus consecuencias, huele el foro, se rasca la entrepierna, se frota los ojos. Bassi, bailando en una nube roja, reclama máxima atención a los dioses y les exige justicia. Ha divisado al peripatético entre el público . Y canta de él una historia, en voz muy baja:

"Dos años antes de morir, un hombre perdió la memoria, y sus conocimientos se le borraron como se borra lo escrito con tiza. Entonces declaró a sus estudiantes que había defendido siempre en todos los puntos la doctrina de la Iglesia católica, pero que no podía hacerse responsable de lo que expresase a partir de aquel momento".

Un eco llegó desde Ratisbona. Oriente llamaba a la puerta. La memoria perdida fue la de Alberto.

Ratzinger había agasajado, días antes, al científico Hawking, el de los agujeros negros y la silla de ruedas. Le quería más sujeto al Concilio de Nicea y al Credo cristiano. Declamaba que la ciencia provenía de "Dios", que el ser no era el Ser, y que nada de absoluto tenían las ensoñaciones perversas de Darwin. Que el alma llegaba al cuerpo por derroche divino, que se insuflaba como lluvia espermática en el seno de hembra.

Alberto fue también jardinero. Le agradaban las metáforas que olían a tierra. Ésta, por el contrario, destilaba una fetidez incorpórea, muy del gusto alemán. Del gusto idealista alemán, por supuesto.

¿La Tierra Prometida? Bassi imitaba los gestos de los habitantes de Jericó. ¡Cuarenta años para esto! Pasad de largo, desgraciados...

Averroes desembarcó en Occidente por mediación de Alberto. Ni Cristo tuvo tanto éxito. Al menos en París. A los predicadores les llamó "bestias brutas que blasfeman lo que ignoran" (tanquam bruta animalia blasphemantes in iis quae ignorant). No es ese el lenguaje de un enemigo de la razón. Contra Avicena, declaró que "no hay prueba física de lo que no existe". Contra Platón, que el alma no es forma, sino función. Dos años. Y, en ellos, el Magno, incapaz de recordar la doctrina christiana, dejó errar libremente su pensamiento, imaginando que era desplazado del claustro por un payaso racionalista y amante de un tal Voltaire, habitante de su futuro.

Tal pensamiento le sedujo.

Los cristofascistas y alucinados pretenderán, acaso, convertir en tragedia su regocijo. Bruta animalia.

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