De Prada corazón Palin si de aborto se trata



A Juan Manuel de Prada le gusta Sarah Palin, tal y como escribió en su columna para el ABC del pasado 6 de septiembre. No en su feminidad, entiéndase. Gustarle a alguien como mujer esa especie de eslabón perdido entre Esperanza Aguirre y Ana Obregón sería desde luego como para hacérselo mirar. No. A Juan Manuel de Prada le gusta por supuesto Sarah Palin como token creacionista y antiabortista. Como azote del progre, como le gusta escribir despectivamente.

No tengo claro que Juan Manuel de Prada sepa alguno de los argumentos de los defensores del derecho al aborto. No tengo claro que, de entre los suyos propios, tenga ni siquiera claros cualesquiera argumentos que no vengan de una sesgada lectura de la Biblia. Pasa con Juan Manuel de Prada lo mismo que en realidad pasa con muchos otros escritores a lo ancho del espectro ideológico. Y es que, puedes ser un magnífico escritor, con un estilo impecable, e incluso un sentido del humor en ocasiones fino y atrevido, pero, por lo demás, sobre casi cualquier cosa sobre la que es posible tener una opinión, ser un completo ignorante.

Nótese que escribo derecho al aborto y no simplemente aborto. Les sorprenda o no descubrirlo a los comentaristas conservadores, no existen como tal los defensores del aborto. Como acto quirúrjico, no hay más defensores del aborto que defensores de la lobotomía o defensores de quitarse el frenillo cuando la propia nariz no resulta atractiva. El defensor del derecho al aborto simplemente sugiere que, en efecto, cualquier cosa que una mujer decida hacer con su cuerpo es prerrogativa suya. Sugiere también que una operación que a lo largo de la historia ha venido llevándose a cabo en sucias cocinas o cuartos trasteros con instrumental que haría palidecer aterrorizado a cualquier cocinero de la escuela vasco-navarra; ha de llevarse a cabo en centros sanitarios con todas las garantías posibles. Por supuesto, de nuevo, sugiere que ninguna mujer debería ser interrogada por la Guardia Civil como parte de proceso judicial alguno por haber tenido que ser operada —«Â¿cuándo vio usted por última vez su frenillo?»— El defensor del derecho al aborto sabe perfectamente que discutir hasta dónde ha de llegar dicho derecho resulta un importante dilema ético que la sociedad debe discutir, escuchando a todos y tomando la decisión más favorable también para todos.

A cualquier comentarista conservador puede sorprenderle esta última frase pero, ¡sí! ¡A los progres nos encantan los debates éticos! Lo único que pide cualquier humanista es que un debate ético sea tal, y no se vea contaminado por argumentos sacados de libros arcanos presuntamente redactados por el creador del universo —si el Antiguo Testamento ha sido en efecto escrito por Dios, sorprende desde luego que el propio Juan Manuel de Prada sea bastante mejor escritor—.

Me considero un humanista, me considero un defensor del derecho al aborto, incluso me doy por aludido por la etiqueta de progre. Y aún así, la decisión de Palin de dar a luz a un hijo con síndrome de Down me parece encomiable. Desprovista de mérito, por supuesto, dado que para tener un hijo con síndrome de Down sólo son necesarias dos cosas; tener un hijo y que padezca la malformación. En comparación es mucho más meritorio acertar a partir de cuatro números en el sorteo de los EuroMillones. La decisión familiar de que la hija de diecisiete años embarazada tenga a su retoño también me parece encomiable. Y de nuevo, por supuesto, desprovista de mérito. Me permito no citar lo que es necesario para quedarse embarazada, dado que me gustaría que este artículo sobrepase cualesquiera filtros antispam que hubiese establecidos ahí fuera.

Estar a favor del derecho al aborto no te convierte en un «raspavientres».

En realidad, el veredicto más acertado sobre Sarah Palin ya hubo sido redactado por Sam Harris, el más deliciosamente macarra de los autores del nuevo humanismo: «Â¿Está Palin remotamente cualificada para ser presidente de los Estados Unidos? No (...) McCain ha dejado de lado cualquier preocupación sobre la cualificación de los miembros de su gobierno para satisfacer el voto femenino y el de los cristianos más conservadores (...) Los americanos suelen desear realmente que gente mediocre sea promocionada a puestos de gran autoridad. Nadie quiere que le opere un neurocirujano mediocre. Ni siquiera que un carpintero mediocre le arregle la casa. Pero cuando llega el momento de investir a un hombre o a una mujer con más poder y más responsabilidad que cualquier otra persona ha mantenido a lo largo de la historia humana, a los americanos les gusta que sea un tipo normal, alguien como ellos mismos (...) Es uno de los puntos en los que el narcisismo es indistinguible del masoquismo. Lo diré claramente; si quieres que alguien como tú sea presidente, o incluso vicepresidente, de los Estados Unidos, te mereces que el resultado sea la sociedad más disfuncional posible. Te mereces ser pobre, que el medio ambiente haya sido destruído, que tus niños reciban una educación de cuarto grado, y sufrir que tu país se implique y pierda todas las guerras, las necesarias y las innecesarias.»

Y ahora, hablemos sobre ampliar el derecho al aborto. Mejorar los derechos es un deber de cualquier sociedad. También éste.

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