Al alcance de una lágrima

En estas últimas semanas he estado pensando en el problema de la obsesión católica con el sufrimiento y todavía me resulta complicado entender algunas posturas. Esta columna no pretende ser un ensayo totalmente elaborado, sino sólo un intento de ordenar mis reflexiones desconectadas:
En el centro del problema está la enfermiza idea de que el sufrimiento tiene valor. No sólo en el dogma de la redención, sino en la actitud usual de la Iglesia hacia el dolor cotidiano, existe la presuposición de que sufrir es un acto noble, virtuoso. La costumbre, por ejemplo, de ofrecer las penurias como sacrificio personal a Dios ya no se practica tanto, pero en algunas familias fuertemente tradicionalistas sigue siendo considerada como un acto "bonito". En vez de buscar maneras de aliviar el sufrimiento, la actitud católica es que nuestros padecimientos tienen valor de cambio. El otro lado de esta misma moneda es la costumbre de someterse uno mismo a situaciones incómodas (visitar monumentos de difícil acceso, renunciar a pasatiempos agradables) en pago por favores recibidos. Algo parecido dijo Jesús en el Sermón del Monte sobre las recompensas que esperan a los que sufren, pero eso se relaciona más con la literatura de consolación típica del Antiguo Testamento: cálmate, has padecido, pero Dios te recompensará. El enfoque católico es un poco más sofisticado: ¿quieres favores de Dios? Pues sufre.
La insistencia en esos pequeños actos de privación (ayuno, abstinencia, sacrificio) me recuerda esa escena en Shrek 2 donde el hada madrina ofrece sus servicios a cambio de una lágrima. Hay que ser realmente sádico para exigir esa clase de pagos.

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