Abraham y un comienzo prometedor
La relación entre Teraj y su hijo Abram iba de mal en peor, particularmente después de que este último decide romperle todos los muñequitos que Teraj vendÃa.
Jehová, que estaba al tanto de la delicada situación familiar, se le aparece a Abram y lo anima diciéndole: “Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. Ante tan tentadora propuesta, Abram arma el bolsito, y junto a su mujer Sarai, su sobrino Lot, y algunas pertenencias (entre las que por supuesto se encontraban las personas que habÃan sido legÃtimamente adquiridas en Harán) emprenden un largo camino a la tierra que Jehová es iba a señalar con su dedo invisible. Mas de mil quinientos kilómetros a pié no son una distancia menor para un septuagenario, pero no parecen haber hecho un mal tiempo, dado que al llegar, la Tierra Prometida no estaba terminada y no habÃa mucho para comer aún. Entonces, Abram decide darse una vuelta por Egipto para hacer algo de tiempo mientras Jehová terminaba de acondicionar Canaán de manera de que su patriarca no pase hambre. Egipto no era un mal lugar para hacer turismo, dado que el diluvio universal habÃa sido particularmente benévolo con ellos, permitiendo que tan catastrófico suceso pasara casi inadvertido para los faraones que continuaban sucediéndose y levantando pirámides como si nada.
Iban en fila india llegando ya a Egipto. Abram, levanta la vista del suelo y se distrae con el movimiento de las caderas de Sarai. “Cualquier hombre matarÃa por un culo como el de mi esposa”, piensa orgulloso. Pero el orgullo es desplazado rápidamente por el miedo. Si habÃa que matar a alguien para poseer a SaraÃ, él era un candidato perfecto. Entonces, por las dudas de que Jehová no pueda acudir en su ayuda, decide ser precavido y cuenta a Sarai su plan:
“Querida: Estas requetebuena, y si los egipcios se enteran que soy tu marido me van a querer matar para ellos poder darte masita a gusto. Digamos que soy tu hermano asà salvo mi vida.”
Entraron entonces a Egipto, y tal como dijera Abram, Sarai causó furor. La noticia llegó hasta el Faraón, que no dudó en hacerla llevar a su casa para hacer vaya uno a saber que cosas. Y tan bien hizo Sarai vaya uno a saber que cosas, que el Faraón recompensó a Abram con ovejas, vacas, asnos, siervos, asnas y camellos y alguna que otra criada.
Pero a Jehová ya por esos tiempos no le causaba mucha gracia que una mujer haga vaya uno a saber que cosas con alguien que no sea su marido, y se decidió a poner fin a semejante asquerosidad. Y como cualquier persona con criterio podrá adivinar, Jehová no castigó a Sarai por hacer vaya uno a saber que cosas fuera de su matrimonio, ni a Abram por mentir, especular y enriquecerse a costa de la habilidad de su mujer para hacer vaya uno a saber que cosas al Faraón. El único castigado fue el mismÃsimo Faraón por confiar en el patriarca.
“Entonces el faraón llamó a Abram, y le dijo: «¿Qué es esto que has hecho conmigo? ¿Por qué no me declaraste que era tu mujer? ¿Por qué dijiste: “Es mi hermana”, poniéndome en ocasión de tomarla para mà por mujer? Ahora, pues, aquà está tu mujer; tómala y vete.” Y volvió Abram a la tierra que Jehová le habÃa regalado, habiendo hecho una buena diferencia económica gracias a las artes de Sarai. Y Abram, cansado que los amigos le hagan bromas por “cornudo”, se cambió la identidad y se llamó Abraham, y Sarai cansada de que todo el mundo le proponga hacer vaya uno a saber que cosas, se puso por nombre Sarah, y Jehová vió virtud en ellos y los bedijo y sobre ellos fundó tres religiones monoteÃstas que condenan la mentira, y hacer vaya uno a saber que cosas fuera del matrimonio, sobre todo a cambio de riqueza.





























