La moral de los ateos

Más de alguna vez, tuve que escuchar de boca de creyentes la ingrata idea de que los ateos somos, por definición, inmorales. Pero esta palabra, que intenta ser ofensiva y es usada por quienes se solazan con su propia ignorancia, no me produce ningún sentimiento en particular, porque si la moral son las buenas costumbres, en este caso religiosas, que un grupo social debe cumplir a rajatabla, y lo inmoral son los actos que van en contra de esas costumbres establecidas, a pesar de no romper la legalidad, entonces, en mayor o menor medida, toda persona es o ha sido inmoral.

Al aceptar como propia y sin peros una escala de valores sobre lo bueno, inevitablemente partimos del supuesto de que sólo nosotros tenemos los fundamentos para discernir qué es moral, y a la sazón, el otro, al no compartir nuestra escala o parte de ella, sí o sí estará en contra y pasará a ser un ser moralmente corrupto; y a la vez, nosotros seremos moralmente corruptos respecto de la escala de valores de la otra persona.

Pero grafiquémoslo mejor con un ejemplo: Supongamos que yo valido como buenas las reglas A, B y C, y me cruzo con una persona que valida como buenas B y C, pero no A. Si soy de los que cree que el que no sigue mis reglas es inmoral, seguramente consideraré moralmente reprobable a la persona que me cruce, porque le está faltando A. Y cuidado aquí, porque si la persona que me crucé también considera que todos los que no creen como él son inmorales, entonces yo lo seré porque me sobra A. De esta manera, ya nos podemos dar una idea de que lo inmoral se reducen exclusivamente a la escala con que se juzga y los ojos con los que se mira. A la escala con que se juzga porque al final es uno quien acepta válida su propia moral; a los ojos con los que se mira, porque uno define si la otra persona es un inmoral o no, a pesar de no tener los mismos valores.

El problema de la moral con lo religioso reside en la percepción que tiene el creyente sobre lo divino. Como el creyente entiende que las reglas morales que debe seguir, tanto él como todos los demás, fueron creadas e impartidas por Dios, concebirá al ateo como un inmoral, porque al negar a Dios, el ateo estará negando también sus reglas divinas. Y me disculparán los creyentes, pero esto es un error del tamaño de un camión con acoplado.

La moral es una escala de valores relativa que puede variar entre sociedades, religiones, grupos familiares y personas. Es decir, que lo que aquí es moral, más allá puede no serlo, y viceversa. Y suele ser transmitida desde la niñez por el grupo social en el que vivimos, enseñándola como una verdad absoluta que no merece la menor incertidumbre porque la imagen de autoridad que respetamos, como nuestros padres o maestros, así lo ha establecido y por algo será. Esta es la forma habitual en que se absorben las reglas morales, y muchas personas pasan por la vida con este bagaje de reglas en la mente sin jamás detenerse a razonarlas. Pero otras muchas personas, luego de este aprendizaje heterónomo de la moral, van un paso más allá, a una etapa autónoma, en la que reflexionan sobre lo aprendido para finalmente adoptarlo o rechazarlo, en parte o en su totalidad, pero basados en la racionalización de esos mismo conceptos morales, y no ya en el aprendizaje por coerción.

Hoy por hoy dudo mucho que exista algo conocido como moral atea porque, existiendo, instauraría la idea de que todos los ateos, sin importar de donde venimos, tendremos exactamente la misma escala de valoración moral, y eso es bastante improbable, puesto que al ser relativa la moral y al estar relacionada con la cultura, dos ateos provenientes de sociedades diferentes es posible que tengan distintas valoraciones de ciertas reglas morales entre si, y también, es muy probable que dos personas pertenecientes a una misma comunidad, siendo uno creyente y el otro ateo, tengan puntos en común respeto de esos mismos conceptos morales. En lo que sí hay diferencia entre el creyente y el ateo, es que el creyente adopta las reglas morales de su comunidad sin razonarlas, por miedo a un castigo divino o porque le satisface la idea de que las reglas de conducta hayan sido creadas por su dios. El ateo, en cambio, es factible que adopte esas mismas reglas pero racionalizándolas, incorporándolas a su bagaje a conciencia, porque como Dios no existe no hay miedo de castigo por no acatarlas, pero no por eso dejarán de tener poca importancia. Es decir, si un creyente y un ateo consideran que matar es reprobable, el creyente tal vez considere infame tal acto porque contraviene las normas morales que su dios ha establecido, y el ateo considerará tal acto igualmente infame porque le quita la posibilidad a otro ser humano de desarrollar todo su potencial en la vida, de prosperar personalmente y ayudar a la prosperidad de su sociedad.

En definitiva, si un ateo es moralmente reprobable para la sociedad a la que pertenece, lo será por sus falta de criterio o desinterés al analizar y aceptar o rechazar tales reglas, pero no porque no crea en Dios. La moral de los ateos no necesariamente debe ser contraria a la moral de los creyentes, pero si, como decía antes, debe nacer de un examen sistemático de cada regla y no de la aceptación sin dudas, con o sin atrición. Y para terminar de raíz con la idea arbitraria de la inmoralidad, una persona puede tener una escala de valores distinta a otra persona, o sea, una moral distinta, pero nunca se puede afirmar que el otro es inmoral sin caer uno en la estupidez de creerse dueño de la verdad. Y como sabemos, la verdad no tiene dueños.

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