El futuro de la religión

© Gonzalo Puente Ojea
Fragmento de Vivir en la realidad (Siglo XXI, 2007)


Resumiría mis reflexiones sobre el futuro de la religión en dos proposiciones:

Proposición 1:

La inherente fragilidad de la religión –hoy muy visible– se debe al hecho de su falsedad ontológica y epistemológica desde la perspectiva de su valor veritativo. Esta falsedad ha ido quedando cada vez más al descubierto como consecuencia de los avances de las ciencias del cerebro, las cuales están mostrando con pruebas incuestionables las ficciones metafísicas de las que emergieron, y siguen nutriéndose, las creencias en almas y espíritus, con los tradicionales atributos de inmaterialidad, indestructibidad y supervivencia eterna personal en un más allá natural, que constituyen la conditio sine qua non de toda religiosidad y que fomentan una cultura del milagro que contradice los conocimientos seguros de las ciencias.

Proposición 2:

La capacidad de las iglesias, sectas y demás instituciones religiosas de conservar ese conjunto de falsas creencias, científicamente insostenibles, mediante la eficaz acción combinada de dos poderosos factores, es muy notable. Ello se debe a dos factores:

a) La fuerte organización institucional de dichas instancias confesionales, con frecuencia apoyadas directa o indirectamente por el poder político y el económico.

b) La connatural pulsión de supervivencia, tras el inevitable hecho de la muerte y después de una vida de frustraciones, que experimentan los seres humanos y que genera espontáneamente el anhelo y la esperanza de encontrar todavía la felicidad en un mundo nuevo y mejor, pulsión y deseo que explotan con suma habilidad las organizaciones religiosas.

¿Cuál será el resultado de esta dialéctica de contrarios que he bosquejado esquemáticamente, en el curso de lo que resta del siglo XXI y en los siguientes?

Valorados sólo en sí mismos estos contrarios, mi opinión personal se inclina del lado de la fuerza de la razón como máxima expresión de la dignidad natural del ser humano: la flecha del progreso de la razón corre desde la falsa racionalidad de las explicaciones animistas sobre el origen de la religión hasta la verdadera racionalidad de las explicaciones antropológicas radicales, en las que la conciencia humana se reasume a sí misma.

Los heterogéneos elementos que configuran las proposiciones 1 y 2 hacen altamente problemática cualquier predicción sobre el «futuro de la religión» en un plazo previsible.

Sin embargo, a juzgar por la acelerada paganización de los sectores más ilustrados de las sociedades material e intelectualmente avanzadas, pese a las inercias de los mitos religiosos, cabe conjeturar con estimables fundamentos que el futuro de la religión es el de su creciente crepúsculo, o declinación, a medio y largo plazo, en el curso del siglo XXI y en el siglo siguiente. Será un proceso arduo y agitado respecto del cual resultaría impropio, e incluso absurdo intentar imaginar una tabla cronológica de las etapas de la progresiva irreligiosidad de los seres humanos.

En este largo proceso, puede desempeñar un importante rol el sistema laicista de ideas, si los estados lo asumen como modelo rigurosamente democrático y radicalmente no discriminativo de organización política y social.

A estas alturas de la investigación científica, debe enfatizarse que la línea de disyunción excluyente entre las creencias religiosas y la increencia en cualquier postulado de orden religioso, o que lo implique, ya no debe situarse en la simple antinomia teísmo / ateísmo-agnosticismo, sino exactamente en la total oposición religiosidad / irreligiosidad, en el sentido en el que se enfrenta la cosmovisión científica. Es decir, la oposición entre un mundo espiritual divino o trascendente, no sometido a las leyes de la física y la cosmovisión que niega la existencia de un mundo sobrenatural de orden metafísico. En el ámbito de esta radical disyunción, cabe vaticinar el éxito resolutorio y progresivo de la ciencia sobre la religión.

Los actuales científicos valedores de la tesis de la conciliación y el encuentro de la ciencia con la religión siguen repitiendo hasta la saciedad los mismos vetustos argumentos conocidos, lo cual revela con evidencia la lectura subjetivista, arbitrista y gratuita de los datos científicos pertinentes que subyacen a las pretensiones veritativas de esa tendencia.



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El artículo de George Johnson, «Scientists on Religion» en la revista Scientific American de octubre del 2006 que glosa sucintamente algunos ensayos en un sentido y en el otro (en pro de la conciliación de ciencia y religión o bien de la incompatibilidad de ambas, destaca el libro publicado en dicho año por Richard Dawkins, titulado The God Delusion (“El engaño de Dios”), del cual el comentarista señala certeramente que el autor le basta con «limitarse a someter las doctrinas teológicas al mismo género de escrutinio que debe resistir cualquier teoría científica». Precisamente es este axioma epistemológico fundamental lo que permite demostrar los errores en que incurren reiteradamente los científicos apologetas de los credos religiosos, fautores de esa pretendida conciliación.

Para terminar, señalemos que en el número de febrero de 2007 de la misma revista Scientific American, y en la sección «Correspondencia», se hace un balance informal pero sumamente significativo del debate de 2006 en torno a ciencia y religión, respecto del cual la mayor parte de los lectores subscriben el juicio emitido por Michael Brower, de Chicago, y que me parece elocuente y concluyente: «Minimizar el conflicto entre ciencia y religión es eludir el punto de la pregunta (misses the point). Si las leyes científicas son correctas, Dios es un extraño (remote) y tiene que ser eliminado (removed). Los norteamericanos religiosos creen en un Dios que se entromete en los asuntos humanos. La ciencia desafía el núcleo duro de sus creencias. No ayuda a su causa patinar sobre los hechos».


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