El pastor bautista

Cuando me ofrecí para traducir los archivos de Biblical Errancy al español, el autor de la página, Dennis McKinsey, me agregó a una lista de correo que debate con cristianos el tema de la validez de la Biblia. La mayor parte del tiempo no hay mucha actividad, pero de vez en cuando recibimos correos de gente que se encuentra con la página y quiere quejarse de que hemos entendido las escrituras mal o convencernos de que nuestra blasfemia nos acarreará un horroroso castigo. Entre acusaciones y amenazas, por lo menos no nos aburrimos.
Pero durante la mayor parte del año pasado estuvimos ocupados en debatir con un lector particularmente insistente. Se identificó como un pastor bautista que ofrecía servicios de guía espritual en una cárcel y un hospital mental. Con él tuvimos una larga, animada y finalmente estéril serie de intercambios.
Del contenido de Biblical Errancy citó varios apartes donde, según él, McKinsey había malinterpretado la Biblia. Todos los ateos sabemos que el texto venerado por los cristianos se contradice en numerosas ocasiones, y varias veces de forma catastrófica para la credibilidad de sus doctrinas, pero este señor se tomó el trabajo de examinar la lista de contradicciones de McKinsey y clasificarlas según la falacia lógica que le había encontrado al razonamiento usado para señalar la contradicción. Yo respondí con un largo correo donde contraataqué una por una sus pretendidas refutaciones y expliqué por qué los argumentos de McKinsey seguían siendo válidos. El pastor despachó mi correo con un par de objeciones vagas y siguió quejándose de nosotros sin dedicar mayor atención a lo que decíamos.
Los intentos por tener un debate serio con él fracasaron, pero es rescatable el enfoque general que usó con nosotros. Me explico: según nos narró, sus padres lo habían criado ateo y más tarde tuvo oportunidad de leer a autores importantes, sobre todo la perturbada (y perturbadora) Ayn Rand. Movido por un imposible ideal de éxito material y plena soberanía de sí mismo a imagen del superhombre calculador y déspota de los escritos de Rand, el tipo terminó decepcionándose del ateísmo, concluyó que todas las demás variedades del ateísmo eran igualmente incoherentes y en un momento de confesada debilidad se hizo cristiano.
La historia es mucho más larga, pero no quiero aburrirlos antes de presentar lo que yo tengo que decir. Me di cuenta de varias estrategias de argumentación que los ateos haríamos bien en aprender a identificar y enfrentar; además, ésta fue una excepcional oportunidad de ver frente a frente (por correo, pero igual) a un espécimen bien curioso de homo religiosus.
Como ex ateo, el pastor estaba familiarizado con los argumentos estándar y se pasaba el tiempo ignorando nuestras respuestas porque no le presentaban nada nuevo. Su método era obligarnos a enfrentarnos con nuestra propia crítica: si la Biblia es mentira, ¿cuál es la verdad? De modo que hábilmente cambió la carga de la prueba haciéndonos afirmar algo para poder forzarnos a buscar justificaciones para nuestra postura. En esta discusión sobre la verdad se desperdiciaron varios meses.
Como vio que no le resultó, pasó al terreno ético, donde las cosas se pusieron más interesantes. Su argumento iba así: la religión le da a la gente un criterio para dirigir su vida. Ese criterio viene de Dios, así que es válido universalmente. Nosotros, al atacar los fundamentos de la religión, terminamos quitándole a la gente su brújula moral, y como no defendemos ningún valor absoluto, dejamos a la humanidad a ciegas. Ergo, somos terriblemente malvados.
La primera vez que leí este razonamiento no supe si sentir furia o lástima por el pobre tipo. El tren de ideas básicamente derivaba de su diatriba anterior, pues se resumía así: si la moral cristiana no es un criterio válido de conducta, ¿cuál lo es?
En primer lugar, hay que ser terriblemente misántropo para llegar a creer que la gente es demasiado estúpida para mandarse sola. Los ateos en primer lugar apreciamos el poder de la humanidad, y no tenemos duda de la capacidad de la mente racional para discernir entre los actos provechosos y los dañinos. No necesitamos que nos prometan el cielo para portarnos bien. Nos basta con ver sus consecuencias en la vida real. Pero para este pastor era peligrosísimo dejar a los creyentes sin la guía moral bíblica. No se le ocurría que podrían llegar a arreglárselas por su cuenta, usando sus propias mentes. Los consideraba (y a todos nosotros) incapaces de desarrollar un sentido ético sin la directa imposición de la voluntad divina. Aparte de ser un insulto a la inteligencia de millones de personas, este pensamiento confirma lo que he dicho en otra parte: para creer en un dios hay que desconfiar profundamente de la humanidad.
A partir de este punto el tono de las conversaciones se deterioró del todo. Ya lo tratábamos con abierta burla y él dejó de reprimir los sermones del infierno que desde el principio había querido lanzarnos. Llegados aquí, fue bastante fácil perder todo interés en los temas de debate. Pero un miembro de nuestro grupo se ofreció a explorar un tema en particular, y tuvimos oportunidad de ver otra espeluznante faceta de este personaje.
Nuestro colega y el pastor acordaron empezar desde cero y tratar el el tema de la esclavitud. Resulta que el dios tribal judío no sólo no censuraba la esclavitud, sino que la aprobaba abiertamente y hasta dictó varias leyes que regulaban aspectos prácticos del trato con los esclavos, sin detenerse una sola vez a condenar la costumbre. Este señor se tapó los oídos e ignoró la evidencia que le mostramos, y se aferró a su infantil retahíla de que nada de eso importa, Dios es bueno y todo lo que él haga es bueno, aunque mate a miles cada vez que le da rabia.
La sola idea es impresentable. Según ese razonamiento, Dios por definición es bueno, y cuando Dios entra en cólera y ordena a sus fieles masacrar a toda una nación enemiga, debemos cerrar nuestras facultades mentales y creer firmemente que eso es bueno. No más porque Dios lo hizo. Esto presupone que lo bueno y lo malo son lo que sea que a Dios se le antoje decretar. A partir de ese criterio el pastor quería justificar la atroz costumbre de sacrificar animales en el Antiguo Testamento, pues era mandato de Dios, así que tenía que ser algo bueno. Mi estupor llegó a su máximo cuando nos dijo en un correo que, si llegábamos a demostrar que el dios Yavé apoyaba la esclavitud, él también tendría que apoyarla, tal como había hecho con la expiación por sangre.
En ese momento supe que no estaba tratando con un ser racional y abandoné el debate. Luego de un tiempo, el pastor también se cansó y dejó de escribirnos.
Un punto para terminar: varias veces nos han preguntado por qué nos empeñamos en demostrar la falsedad de la Biblia. Si a nosotros no nos convence, supuestamente no debería importarnos. El problema es que los creyentes no obran con la misma indiferencia, y trabajan todo el tiempo para difundir sus fantasías. La importancia de debatir la religión y exponer sus debilidades está en las obvias consecuencias políticas de tener una población fuertemente religiosa. Dado que la ley es la expresión de los deseos de los ciudadanos, quien manipule con éxito la voluntad del pueblo terminará influyendo en la vida de todos. Es un poder tentador. Este peligro existe porque la política deriva de la ética, y la ética procede de la filosofía. De modo que, si la filosofía es sierva de la teología, estamos en problemas. Por eso éste no es un asunto trivial ni una pérdida de tiempo. Es de gravísima seriedad para quienes deseamos asegurar una vida de libertad y plena felicidad para todos. Gente como el pastor bautista con quien estuvimos discutiendo durante la mayor parte del año pasado sería una amenaza considerable a nuestros derechos civiles si llegara a ocupar posiciones de poder. Y el ejemplo de la derecha estadounidense lanza una larga sombra de advertencia sobre nosotros.

Los comentarios han sido cerrados para esta nota