El buen samaritano. Solidaridad vs. caridad.
Hace unos años tuve el siguiente intercambio de opiniones con Carlos RodrÃguez-Braun. Comenzó con un artÃculo suyo en El PaÃs donde decÃa lo siguiente:
“Ahora volvamos al solidario de Samaria. Su historia es tan atractiva que tendemos a pasar por alto una circunstancia obvia: el buen samaritano actuó libremente. De hecho, su ejemplaridad depende crucialmente de ello. Para comprobarlo, introduzcamos un nuevo personaje en la parábola y supongamos que un centurión obliga al de Samaria a asistir al judÃo apaleado y moribundo. ¿No privarÃa dicha intimación a la parábola de su vigor y al samaritano de su mérito? Obsérvese que superficialmente el desenlace podrÃa ser idéntico en ambos casos: el judÃo es rescatado, llevado a la posada y felizmente curado. Pero si eliminamos la libertad, eliminamos la virtud.
“El intervencionismo de toda laya ha provocado tal confusión que ahora se presenta como moralmente superior al caso del centurión, a la falta de libertad, es decir, precisamente lo que recorta el mérito moral de la conducta humana. El 0,7% como tal (y cualquier redistribución forzada), por tanto, no es generosidad, sino un grupo de presión más que aspira a obtener dinero de los ciudadanos no con su libre y directo consentimiento, sino de modo indirecto, a través de la coacción polÃtica: el protagonista es el centurión, no el samaritano.â€
En ese mismo periódico le respondà asÃ:
“En este artÃculo se argumenta que la figura del samaritano no es un antÃdoto frente al mercado (afirmación que puedo compartir), pero se basa en una argumentación errónea. Carlos RodrÃguez tiene razón en que la libertad de mercado no le impide al samaritano llevar a cabo su acción, y que precisamente el mérito es más ejemplar porque nadie le fuerza a ello (pensemos, nos dice, cómo verÃamos su acción de haber sido obligado por un centurión).
“Sin embargo, si es socialmente aceptable y bueno que se atienda a los accidentados, no debemos dejar su atención a manos de la buena voluntad de los que puedan pasar por ahÃ, ni a manos de un centurión que nos obligue a pasar por ahà o a ayudar si pasamos. Hay opciones mejores, podemos pagar con nuestros impuestos un servicio de atención a accidentados y desprotegidos, podemos financiar unas patrullas al mando de centuriones con este objetivo. Tal vez sea menos poético y más forzado (los impuestos son obligatorios), pero serÃa un mecanismo mucho más efectivo para lograr el fin deseado que el encomiable voluntarismo. Esto es asà porque el bien (fraternidad, solidaridad...) que queremos administrar no es privado, sino público y necesita de mecanismos que nos obligue a su provisión. Piensen, si no, en cuántas inversiones en bienes públicos tendrÃamos si pagar impuestos fuera voluntario.â€
RodrÃguez-Braun se defiende:
“...sostener que la solidaridad no es un bien privado es una disparatada exageración, aunque ello no comporte negar sus ingredientes públicos. Está claro que, por ejemplo, en la medida en que otras personas sean samaritanas, yo puedo escaquearme y no contribuir a causas solidarias. La forma de impedir que yo sea un free-rider, naturalmente, es cobrarme impuestos y obligarme a ser bueno.
“La lógica del free-rider está, sin duda, detrás de la gran expansión del Estado en nuestro tiempo, pero no es evidente que tal desenlace deba ser asà ni que sea el más plausible, menos aún cuando depende de una definición de bien público tan imprecisa que al final, como dice Anthony de Jasay, es el propio Estado el que dictamina qué bien es público y hasta cuándo.â€
La discusión en las páginas de El PaÃs no tuvo más continuidad, pero se entiende que todo se reduce a saber si la solidaridad es o no es un bien público. Lo veremos con más detalle en una entrada próxima.