Darwin y los números redondos
© Fernando G. ToledoHoy se ha festejado en todo el mundo, especialmente en la blogosfera, el DÃa de Darwin. Es un festejo acaso incómodo y sólo enfatizado por lo que tiene de sÃmbolo: Charles Darwin y su teorÃa de la evolución por selección natural representan el triunfo de la ciencia frente a la mitologÃa religiosa, aun hoy, cuando arrecia el Diseño Inteligente como el más nuevo disfraz del creacionismo contra el que el cientÃfico inglés luchaba en su tiempo, en ese entonces con Paley como su ariete. En este presente, el aporte de Darwin a la ciencia es resumible bajo el apotegma de Dobzhansky: «Nada tiene sentido en biologÃa si no es visto bajo el prisma de la evolución». No deberÃa considerarse extraño que la filosofÃa adoptase la misma premisa.
Richard Dawkins reconoce que, hasta la aparición de El origen de las especies, era mucho más difÃcil adoptar una cosmovisión atea, y estoy de acuerdo. Por su parte, John Dupré sentencia en su libro El legado de Darwin que la teorÃa de la evolución «proporciona la última pieza importante de la articulación de una visión del mundo plenamente naturalista y que, por lo tanto, si se la aprecia en todo su valor, asesta un golpe mortal a las cosmologÃas teocéntricas precientÃficas».
Si Dawins y Dupré están en lo cierto, este blog le debe mucho a Darwin.
A modo de retribución y de celebración particular, pero para alejar la admiración a Darwin de cualquier parentesco, por lejano que sea, con la sacralización barata y propia de la fe, comparto con los lectores esta imagen:

El contador de visitas de Razón Atea ha llegado justo hoy al número 100.000. No sé si se deba a algún reflejo evolutivo, pero lo cierto es que gustamos de la inteligibilidad que proyecta la redondez de estas cifras. Y de las coincidencias. Me encanta que el DÃa de Darwin coincida con el dÃa de las 100 mil visitas.
Por ello, desde este humilde arrabal electrónico que confirma su notable evolución, vaya el rotundo homenaje a uno de los cientÃficos más notables de los últimos siglos. El mundo se ve distinto después de él.





























