“Cementerio y aula de ateÃsmo”
El diario ABC, en su edición de Toledo del 30 de octubre, vuelve a arremeter contra el Concilio Ateo en un artÃculo titulado "La iglesia de san Vicente, cementerio y aula de ateÃsmo". Su anónimo autor -que se declara "no toledano"- argumenta que la desacralizada iglesia de san Vicente alberga todavÃa una serie de sepulturas a cuyos ilustres ocupantes podrÃa llegar a molestar la brisa de racionalismo e increencia que llevaremos los ateos. E invita a los ciudadanos a que rechacen que, sobre tales restos, se haga o se diga algo contra sus más Ãntimas convicciones.Discrepa el clerical oficiante del tÃtulo conciliar dado a la reunión, al que califica de "contradicción semántica", reconociendo después, sin embargo, su exactitud. Le disgusta que la elección haya recaÃdo en Toledo, y no en otra ciudad, al tiempo que se pregunta si acaso ello será debido a su resonancia altomedieval (la que dio "luz y gloria a España"), o al simple ánimo de molestar al primado. Y concluye con el espléndido razonamiento de que la ofendida, en este caso, no es la Iglesia, sino la propia ciudad, "la del Corpus", de tan "gloriosa historia secular".
¿La ofendida? El patológico uso de la memoria por parte de la Iglesia católica es lo único que constituye aquà una ofensa. A la razón, a la historia y a los propios toledanos, transformados todos por arte litúrgico en valedores de la santa y apostólica Madre. Y asÃ, en plena efervescencia beatÃfica, prosigue el autor del artÃculo desmintiendo bulos y perversidades, negando que los instrumentos de tortura utilizados por la Suprema se hubieran forjado en fraguas toledanas, o afirmando que, a pesar de que "algunos" abusos pudieran ser achacados a la Inquisición española, fueron principalmente las Inquisiciones extranjeras -germánicas o anglosajonas- las que se dedicaron a quemar viejas y herejes.
Pero durante los 326 años en que se mantuvo la actividad del Santo Oficio en España, fueron más de 32.000 las vÃctimas que perecieron en el fuego purificador. Juan Pardo de Tabera, cardenal arzobispo de Toledo, condenó a la hoguera él sólo a más de 840 inocentes en los escasos siete años en que ejerció de Inquisidor general (de 1539 a 1546). El recuerdo de esas y de otras tantas vÃctimas del terror religioso, la memoria de los crÃmenes causados por la ambición disfrazada de ideal, la respuesta a las mentiras y argumentos falaces impuestos al pueblo y el homenaje a los pensadores heréticos exterminados por los tribunales y los obispos corruptos son algunos de los motivos no explÃcitos inscritos en la convocatoria del I Concilio Ateo.
Despertar cadáveres conlleva un alto riesgo. Y más cuando se intenta que con su silencio avalen las sucias estrategias de confusión mediática orquestadas desde la propia Conferencia de los obispos. El circo montado recientemente en Roma con motivo de la beatificación de 498 franquistas demuestra hasta qué punto sus muertos son moneda de cambio para una polÃtica de la revancha. Y también hasta qué punto el Papado está dando un salto cualitativo hacia un proyecto restaurador, medievalista y revisionista.
Los toledanos -hay que insistir de nuevo- nada han de temer de un Concilio Ateo, del discurso racionalista o de la defensa del laicismo, de la educación cientÃfica y de las libertades públicas. Por el contrario, son el fundamentalismo y las viejas aspiraciones católicas a la supremacÃa sobre el pensamiento libre lo que deberÃa ser objeto de prevención y cautela. El peligro proviene, sin duda alguna, del otro lado.





























