El manifiesto Russell-Einstein, tal dÃa como hoy
El 9 de julio de 1955, durante una conferencia de prensa en el Caxton Hall de Londres, fue presentado en público el que se conocerÃa a partir de entonces como manifiesto Russell-Einstein, en honor a dos de sus redactores; el filósofo humanista y matemático Bertrand Russell y el fÃsico Albert Einstein. Dos de las inteligencias más luminosas del pasado siglo y por extensión de la historia de la humanidad.
Merece la pena recordar el momento como uno de los más crÃticos en la historia de la Guerra FrÃa. El manifiesto detallaba los peligros que conllevaba el despliegue de armas nucleares, y reclamaba de los lÃderes mundiales la intención de resolver por vÃa diplomática y pacÃfica cualquier conflicto. Entre los once firmantes, diez hubieron recibido el premio Nobel, y como presencia más notable destacaba la de Albert Einstein, firmando el documento dÃas antes de su muerte el 18 de abril de 1955.
La primera detonación nuclear hubo tenido lugar el 16 de julio de 1945 en el desierto al norte de Alamogordo, en Nuevo México. Poco después, el 6 de agosto de ese mismo año, los Estados Unidos dejaron caer la bomba Little Boy sobre Hiroshima y tras sólo tres dÃas la bomba Fat Man sobre Nagasaki. Al menos 100.000 civiles murieron instantáneamente durante esos ataques.
El 18 de agosto de 1945 el Glasgow Forward publicó las primeras palabras públicamente conocidas de Bertrand Russel sobre las armas nucleares, las cuales fueron comenzado a ser redactadas tras el ataque a Nagasaki. Algunas de sus frases aparecerÃan más tarde en el manifiesto.
«El panorama para la raza humana es sombrÃo más allá de cualquier precedente. A la humanidad se le presenta ahora una descarada alternativa; bien nos matamos los unos a los otros, bien adquirimos al menos una brizna de sentido común. Se necesita una nueva forma de pensamiento polÃtico si queremos evitar el desastre que se avecina.»
Joseph Roblat, también premio Nobel firmante del manifiesto, y el único cientÃfico que hubo dejado el Proyecto Manhattan por motivos morales, fue también uno de los que se declararon en el momento «preocupados por el futuro inmediato de la humanidad».
En este nuevo siglo muchas cosas han cambiado y son otras las amenazas. Pero merece la pena mantener vivo el espÃritu del manifiesto.
Merece la pena recordar el momento como uno de los más crÃticos en la historia de la Guerra FrÃa. El manifiesto detallaba los peligros que conllevaba el despliegue de armas nucleares, y reclamaba de los lÃderes mundiales la intención de resolver por vÃa diplomática y pacÃfica cualquier conflicto. Entre los once firmantes, diez hubieron recibido el premio Nobel, y como presencia más notable destacaba la de Albert Einstein, firmando el documento dÃas antes de su muerte el 18 de abril de 1955.
La primera detonación nuclear hubo tenido lugar el 16 de julio de 1945 en el desierto al norte de Alamogordo, en Nuevo México. Poco después, el 6 de agosto de ese mismo año, los Estados Unidos dejaron caer la bomba Little Boy sobre Hiroshima y tras sólo tres dÃas la bomba Fat Man sobre Nagasaki. Al menos 100.000 civiles murieron instantáneamente durante esos ataques.
El 18 de agosto de 1945 el Glasgow Forward publicó las primeras palabras públicamente conocidas de Bertrand Russel sobre las armas nucleares, las cuales fueron comenzado a ser redactadas tras el ataque a Nagasaki. Algunas de sus frases aparecerÃan más tarde en el manifiesto.
«El panorama para la raza humana es sombrÃo más allá de cualquier precedente. A la humanidad se le presenta ahora una descarada alternativa; bien nos matamos los unos a los otros, bien adquirimos al menos una brizna de sentido común. Se necesita una nueva forma de pensamiento polÃtico si queremos evitar el desastre que se avecina.»
Joseph Roblat, también premio Nobel firmante del manifiesto, y el único cientÃfico que hubo dejado el Proyecto Manhattan por motivos morales, fue también uno de los que se declararon en el momento «preocupados por el futuro inmediato de la humanidad».
En este nuevo siglo muchas cosas han cambiado y son otras las amenazas. Pero merece la pena mantener vivo el espÃritu del manifiesto.