La influencia religiosa en las Constituciones provinciales

Pensar el Bicentenario de la Argentina invita a construir análisis retrospectivos sobre los caminos transitados por nuestro país a lo largo de doscientos años. En ese ejercicio, podríamos indagar acerca de las transformaciones en la estructura social; en los modelos económicos hegemónicos que en consonancia con los procesos políticos, permiten periodizar la historia nacional; en los procesos de socialización en la vida cotidiana, etc.

Pero el Bicentenario nos estimula también, a modo de balance, a fotografiar rasgos determinantes de nuestro Estado, de nuestras legislaciones y de nuestra cultura contemporánea. Retratos anclados en el devenir histórico, que nos permitirán comprender con nitidez procesos, modalidades, lógicas y formatos arraigados en el seno de nuestra sociedad.

Una profusa producción bibliográfica ha abordado y consolidado como campo de estudio al vínculo entre religión y política. Desde la sociología europea clásica (Weber, 1984; Durkheim, 1996; Luckmann, 1989) hasta cientistas sociales de nuestros tiempos y latitudes (Casanova, 1994; Pierucci y Prandi, 1986; Mallimaci 2008; Blancarte, 2000), se ha sucedido el debate en torno a la existencia de esferas diferenciadas o, por el contrario, a ámbitos imbricados con fronteras difusas y legitimaciones recíprocas, tomando como referencia estudios de caso (Esquivel, 2004).

La sociología comprensiva de Max Weber se preguntó sobre la naturaleza de las transformaciones en la sociedad moderna, encontrando en la secularización una herramienta conceptual explicativa. Desde esta perspectiva, el proceso de autonomización de las esferas de valor, característico de la modernidad, implicó la pérdida de la posición axial que la religión detentaba en el medioevo. Pero ese desplazamiento no supuso la desaparición de lo religioso, sino su constitución como una esfera entre otras (la política, la economía, la ciencia, el arte, etc.) que compiten por la regulación de la vida social en el marco de un pluralismo normativo.

Al igual que en Durkheim, la secularización era entendida como proceso de diferenciación funcional de la sociedad moderna occidental. En ese marco, la política y la religión se consolidaban como campos autónomos, en tanto sus fuentes de legitimación emanaban de los principios inherentes a cada esfera. Por su parte, Luckmann da cuenta de la permanencia de la religiosidad en el mundo moderno, aunque observa su corrimiento del espacio público para recluirse en el ámbito de lo privado. Casanova complejiza las tramas vinculares entre lo político y lo religioso y entre lo público y lo privado, al remarcar que la religión, sin la capacidad estructurante de siglos pasados, permea con sus valores a otros planos de la vida colectiva. Así es como focaliza su mirada en los puntos de contacto entre la política y la religión, analizando la presencia religiosa en el espacio público.

En América Latina en general y en Argentina en particular, el mapa institucional exhibe una complejidad manifiesta. La política y la religión se han visto entrecruzadas, especificadas y correspondidas sin solución de continuidad, generando un escenario con límites porosos entre ambas esferas (Casanova, 1994). Es que históricamente, la Iglesia Católica ha jugado un papel sustantivo en la conformación identitaria de la sociedad argentina y, en diversas oportunidades, se ha constituido como una de las principales fuentes de legitimidad de los procesos políticos.

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