Pensamientos pÃos, 1
Muy provechosas y santas, baluarte contra el pecado y refugio en la tribulación, como el agua de la fuente clara para el ciervo, son las palabras de los santos hombres para el creyente. Inauguramos por ello hoy una nueva sección, «pensamientos pÃos», en la que presentaremos citas atribuidas por la tradición a santos, beatos y otros creyentes sobre cuya piedad, devoción y buen criterio no existan dudas. A veces añadiremos un breve comentario, sobre todo para explicar quién era el personaje o su contexto, ya que las frases suelen ser bastante elocuentes por sà mismas. He aquà la primera:
«Inclina la cabeza, orgulloso sicambrio, doblega humildemente tu cuello. Adora lo que has quemado y ¡quema lo que has adorado!»
Palabras de san Remigio mientras bautizaba a Clodoveo (finales del s. V) que nos han sido transmitidas por san Gregorio de Tours. Si la primera frase busca, de manera transparente para un lector moderno, un orgasmo del ego, una afirmación narcisista por sentirse por un momento por encima del mismo rey, la segunda propone el programa doctrinal y de conducta para el catecúmeno. Comprendemos la importancia de esto si tenemos en cuenta que junto a Clodoveo fueron bautizados sus 3000 soldados, una fuerza considerable que podÃa quemar mucho, convirtiendo asà a Francia en la «hija mayor de la Iglesia», apodo del paÃs galo en la tradición católica reciente: cardenal Langénieux, Marthe Robin, Juan Pabo II, etc. También debió mejorar su imagen entre los galo-romanos, católicos, cuyo apoyo necesitaba en su guerra contra otros jefes germánicos.
Hay fotos, señores. Observen como el EspÃrtu Santo baja y trae en el pico, directamente desde el cielo, un frasquito con el santo crisma con el fueron ungidos los reyes de Francia durante siglos.
Fue, en efecto, una maniobra polÃtico-militar que aseguró la preponderancia del cristianismo trinitario en occidente, frente al arrianismo y al monofisismo que triunfaba en otras regiones de lo que habÃa sido el Imperio Romano.