Un Papa fuera de la historia
© Marco d’EramoTraducción para Rebelión por LucÃa Alba MartÃnez
Benedicto XVI será recordado como un Papa desesperado. Cada una de sus palabras está inspirada por una visión ominosa, casi wagneriana, del mundo en el cual le ha tocado vivir y reinar: de la modernidad no salva nada. Abriga por el universo de la técnica una aversión tomÃstico-heideggeriana y -gracias a las tecnologÃas de la comunicación de masas- no deja de denunciar el nihilismo de la tecnologÃa. La contemporaneidad le parece un desierto de los sentimientos y de los valores cuyo relativismo le angustia. El último ejemplo de tanta e infinita desesperación nos viene del discurso que dirigió antes de ayer [23 de marzo] a los obispos europeos: habiendo olvidado los valores cristianos, Europa estarÃa al borde de «la apostasÃa de sà misma, más que de Dios». ApostasÃa es una palabra fuerte, dramática, al menos desde el emperador Juliano. Evoca la idea de un harakiri moral. Aunque en este caso expresa sólo un antiguo vicio silogÃstico: si la esencia de Europa es su cristianidad, cuando Europa deja de ser cristiana deja de ser Europa, de la misma manera que si todos los humanos son bÃpedos y Sócrates es humano, entonces Sócrates es bÃpedo.
Para el PontÃfice, la modernidad es el camino hacia el suicidio, incluso fÃsico, de la civilización occidental: «bajo el perfil de la demografÃa» Europa, en efecto, se presta a «darse de baja de la historia». Inspira ternura que quien nos predice nuestro largo adiós a la historia sea el mismo que preside una religión en caÃda libre desde hace 40 años: hoy en dÃa va a misa menos del 30% de los italianos, el 8% de los franceses, el 6% de los ingleses. Si uno lee el número de inscripciones en los seminarios, se dirÃa que lo que se «da de baja de la historia» es el clero católico y no la Europa relativista.
Más que emular a Francis Fukuyama (que en los años 90 teorizó «el fin de la historia»), Benedicto XVI parece vÃctima, por tanto, del sÃndrome de las Termópilas: se ve como un moderno Leónidas, último baluarte contra el relativismo ético.
Claro, muchos cardenales se arrepienten hoy de la apresurada decision del 19 de abril del 2005, cuando escogieron a Joseph Ratzinger para el trono de Pedro. Dostoievski ya nos habÃa dicho que la desesperación es luciferina, diabólica.





























