A los cristianos “de base”
Creo que fue el bueno de Bloch, en su "Principio esperanza", quien afirmó que sólo un buen cristiano podÃa ser ateo. Lo cierto es que no acabo de comprender las causas por las que alguien razonable puede, todavÃa, decirse cristiano, y mucho menos católico. Sobre todo, porque ello implica hacer caso omiso de la historia, justificar lo injustificable, resignarse a la caricatura de una Ecclesia que nunca fue lo que dijo ser y que siempre ha sido lo contrario de lo que creÃa ser...
¿Puede admitir todavÃa, un occidental moderno, todo el cúmulo de fantasÃas teológicas que nuestros antepasados inventaron siglo tras siglo y que han convertido en dogma de fe? ¿Qué ha pasado con la razón ilustrada? ¿Qué es el "cristianismo", si lo desgajamos de la ficción de su sobrenaturaleza? Pienso que, después del estallido existencialista de Bultmann, la teologÃa cristiana no puede lógicamente más que redondear su periplo y negarse radicalmente a sà misma. Es decir, negar su objeto.
Queda entonces ese "ateÃsmo cristiano" que ya no quiere volar por las eternidades y las bienaventuranzas cósmicas, sino involucrarse en la objetividad de lo real, en la humanidad más indefensa frente al poder... Pero, entonces, lo que surge ya no es teologÃa -Dios es la proyección del corazón humano, pensaba Feuerbach-, ni religión, sino crÃtica social, esperanza y fraternidad. ¿Por qué llamar aún a esto "cristianismo"?
Si lo que se pretende es descubrir el secreto del amor a través de una figura plenamente humana, ¿por qué ignorar la exégesis paleográfica, que acaba por no disponer de pruebas determinantes acerca de la existencia real de un personaje que tan bien encaja en el marco del profetismo judÃo y de su exigencia de liberación nacional? ¿por qué no abandonar definitivamente la teologÃa para adentrarse en una antropologÃa todavÃa poco explorada?
El problema de los textos es fundamental... Los relatos evangélicos son muy posteriores a los hechos que cuentan, y además éstos deben entenderse, con todas sus contradicciones, como leyendas de fe, es decir, como historias edificantes, destinadas a un público ansioso de soteriologÃas, en una época de transición. Es cierto que el análisis cientÃfico de los mismos desvela una radicalidad en términos de lucha contra la "dominación", pero ya Pablo se ocupó de imponer sus neurosis en las primeras comunidades de gentiles. El tema es complejo, aunque puede resumirse en que, no siendo en absoluto comprobables los supuestos cimientos históricos del cristianismo, lo que queda, tras veinte siglos de pura polÃtica totalitaria por parte de la Iglesia católica, es necesariamente mucha fuerza de voluntad para fijarse a una tradición religiosa a causa de un deseo intenso, humano y natural de libertad y de plenitud existencial.
En serio, que no entiendo a algunos "cristianos"... la "fe" que dicen -o decÃs- mantener no precisa ni de figuras históricas ni de padres celestiales. PodrÃa explicarse neurológicamente, opino, y adherirse a otro objeto, mucho más inmediato y terreno, es decir, a la vida. Ya no responde a la tradición teológica cristiana, pero quiere recuperar las corrientes más marginales de la misma, las reinterpreta, elimina la pulsión negativa subyacente y pretende "redescubrir" un hipotético sentido original, un "evangelismo" más o menos imaginativo, más o menos dependiente de la -vuestra- imagen que cada uno se ha formado del mismo.
Comprensiblemente, aparece en los cristianos más comprometidos socialmente la tendencia a revalorizar las fuentes judÃas, y también a recoger la herencia de algunos movimientos contestatarios medievales, desde los Hermanos del Libre EspÃritu hasta las beguinas, desde las comunidades monásticas hasta los apofáticos alemanes... Se siente la exigencia de una vida en común, de una valoración crÃtica de la asamblea cristiana, se niega la dirección de la jerarquÃa y se refuerza la idea de "experiencia", es decir, la necesidad de la práctica solidaria, la compasión y el respeto.
Pero, entonces, ¿para qué seguir llamándose cristiano? ¿en que creen ahora los cristianos? ¿por qué no ser coherentes y dar un paso más allá?
A veces, pienso que no hay más que un residual sentido de la fidelidad que provoca cierta seguridad personal.
No tiene ya mucho sentido el que defendamos y neguemos tal o cual detalle de la afirmación de la fe, o tal o cual demostración de la hipótesis "Jesús de Nazareth". Entiendo que, aunque pudiera ser demostrada con absoluta fiabilidad la inexistencia histórica de ese señor, el cristianismo podrÃa seguir siendo un movimiento religioso. Tan sólo harÃan falta unas cuantas adaptaciones. El tema del Jesús histórico es muy conocido y ya se ha debatido miles de veces. No creo que valga la pena insistir; los datos existentes dan lugar a distintas interpretaciones. Pero lo que parece ser admitido por todas las partes es que la investigación descubre una curva ideológica en el fenómeno cristiano, desde sus raÃces en el judaÃsmo tardÃo hasta la sÃntesis paulina dirigida a los gentiles.
Durante este proceso, un movimiento mesiánico de liberación nacional adquirió los rasgos de una religión universal de salvación, y los contenidos concretos, polÃticos, "terrenales" del mismo se transubstancializaron, recurriendo al depósito de imaginerÃas celestiales que se tiene a mano.
Es decir, se acudió al imaginario simbólico colectivo y se personificó a un "rey" salvador, de rasgos davÃdicos, pero heredero también de otras fuentes muy eclécticas: nacimiento virginal y maravilloso durante el solsticio de invierno, acciones ejemplares, enfrentamiento con el "mal", restitución de valores espirituales aparentemente perdidos u olvidados, capacidad teúrgica para obrar milagros, muerte dramática y posterior resurrección, ascenso a los cielos, etc... Parece claro que el proceso de helenización llevado a cabo por Pablo no es del todo inocente. De una ideologÃa revolucionaria se llegó a una ideologÃa conservadora. Y este tránsito se dio antes de que finalizase el siglo I.
Posteriormente, la exégesis tomista elaboró un sistema adecuado al mundo feudal, que se sostuvo sin muchas fisuras hasta el siglo XIX. Y mucho más tarde la teologÃa se moderniza, recogiendo el aporte de una multitud de corrientes de pensamiento: el feminismo, el pluralismo, el existencialismo, el marxismo, lo que da lugar a la renovación teológica y religiosa del siglo XX.
Mi conclusión personal es que el cristianismo se apoya fundamentalmente en el sentimiento, aunque integra a éste en una estructura teológica mÃtica. Dejando a un lado incluso la obviedad de su carácter conformista, que deriva de su papel sostenedor de las estructuras socioeconómicas establecidas, la Iglesia actúa como un catalizador de contenidos internos. Toda religión recoge y asimila una aspiración humana a la trascendencia, y sus rasgos formales dependen de circunstancias históricas y geográficas. La pretensión de verdad es inherente a la formulación religiosa. En los dÃas en que prevaleció el doctrinarismo, esta verdad era transmitida a las masas desde la jerarquÃa; pero en la actualidad se acepta, por lo general, que la "verdad" aparezca en forma de experiencia personal, de "descubrimiento" propio de la fe.
En ambos casos, el factor determinante es la certeza, la identificación y la integración en un modelo al que se supone cargado de realidad. Ajeno voluntariamente o no a una regulación normativa, cada cristiano reclama para sà el derecho a vivir y comprender el cristianismo como le parezca. De ahà la pluralidad de las perspectivas teológicas existentes.
Cierto es que para muchos tal perspectiva es atractiva; como razón para ser creyente se aducen inclinaciones naturales por dilucidar el carácter oscuro e inobjetivable de la existencia. Claro que también ésta es una buena razón para ser ateo...
La creencia, al fin y al cabo, siempre implica un claudicar, un regocijo interno, un convencimiento que no puede ser objetivado. A menudo un consuelo, una respuesta, un ancla. Lo que aporta un sentido a la existencia, lo que otorga importancia a vuestros actos, y os sitúa en una relación personal con la esencia de lo inexplicable, es eso: la fe. El hombre cree, pues siente vértigo.
Otros bichos igualmente humanos prescindimos de esa fe, pues nos produce aún más vértigo. Entre los coloridos desfiles de arcángeles y otras bestias aladas del Dionisio Areopagita, la hermenéutica de Schillebeeckx o la teonomÃa de Tillich, no veo mucha diferencia. En su base está la hipnótica atracción por el abismo de lo siempre desconocido, y la necesidad de racionalizarlo y de buscar explicaciones...
¿Puede admitir todavÃa, un occidental moderno, todo el cúmulo de fantasÃas teológicas que nuestros antepasados inventaron siglo tras siglo y que han convertido en dogma de fe? ¿Qué ha pasado con la razón ilustrada? ¿Qué es el "cristianismo", si lo desgajamos de la ficción de su sobrenaturaleza? Pienso que, después del estallido existencialista de Bultmann, la teologÃa cristiana no puede lógicamente más que redondear su periplo y negarse radicalmente a sà misma. Es decir, negar su objeto.
Queda entonces ese "ateÃsmo cristiano" que ya no quiere volar por las eternidades y las bienaventuranzas cósmicas, sino involucrarse en la objetividad de lo real, en la humanidad más indefensa frente al poder... Pero, entonces, lo que surge ya no es teologÃa -Dios es la proyección del corazón humano, pensaba Feuerbach-, ni religión, sino crÃtica social, esperanza y fraternidad. ¿Por qué llamar aún a esto "cristianismo"?
Si lo que se pretende es descubrir el secreto del amor a través de una figura plenamente humana, ¿por qué ignorar la exégesis paleográfica, que acaba por no disponer de pruebas determinantes acerca de la existencia real de un personaje que tan bien encaja en el marco del profetismo judÃo y de su exigencia de liberación nacional? ¿por qué no abandonar definitivamente la teologÃa para adentrarse en una antropologÃa todavÃa poco explorada?
El problema de los textos es fundamental... Los relatos evangélicos son muy posteriores a los hechos que cuentan, y además éstos deben entenderse, con todas sus contradicciones, como leyendas de fe, es decir, como historias edificantes, destinadas a un público ansioso de soteriologÃas, en una época de transición. Es cierto que el análisis cientÃfico de los mismos desvela una radicalidad en términos de lucha contra la "dominación", pero ya Pablo se ocupó de imponer sus neurosis en las primeras comunidades de gentiles. El tema es complejo, aunque puede resumirse en que, no siendo en absoluto comprobables los supuestos cimientos históricos del cristianismo, lo que queda, tras veinte siglos de pura polÃtica totalitaria por parte de la Iglesia católica, es necesariamente mucha fuerza de voluntad para fijarse a una tradición religiosa a causa de un deseo intenso, humano y natural de libertad y de plenitud existencial.
En serio, que no entiendo a algunos "cristianos"... la "fe" que dicen -o decÃs- mantener no precisa ni de figuras históricas ni de padres celestiales. PodrÃa explicarse neurológicamente, opino, y adherirse a otro objeto, mucho más inmediato y terreno, es decir, a la vida. Ya no responde a la tradición teológica cristiana, pero quiere recuperar las corrientes más marginales de la misma, las reinterpreta, elimina la pulsión negativa subyacente y pretende "redescubrir" un hipotético sentido original, un "evangelismo" más o menos imaginativo, más o menos dependiente de la -vuestra- imagen que cada uno se ha formado del mismo.
Comprensiblemente, aparece en los cristianos más comprometidos socialmente la tendencia a revalorizar las fuentes judÃas, y también a recoger la herencia de algunos movimientos contestatarios medievales, desde los Hermanos del Libre EspÃritu hasta las beguinas, desde las comunidades monásticas hasta los apofáticos alemanes... Se siente la exigencia de una vida en común, de una valoración crÃtica de la asamblea cristiana, se niega la dirección de la jerarquÃa y se refuerza la idea de "experiencia", es decir, la necesidad de la práctica solidaria, la compasión y el respeto.
Pero, entonces, ¿para qué seguir llamándose cristiano? ¿en que creen ahora los cristianos? ¿por qué no ser coherentes y dar un paso más allá?
A veces, pienso que no hay más que un residual sentido de la fidelidad que provoca cierta seguridad personal.
No tiene ya mucho sentido el que defendamos y neguemos tal o cual detalle de la afirmación de la fe, o tal o cual demostración de la hipótesis "Jesús de Nazareth". Entiendo que, aunque pudiera ser demostrada con absoluta fiabilidad la inexistencia histórica de ese señor, el cristianismo podrÃa seguir siendo un movimiento religioso. Tan sólo harÃan falta unas cuantas adaptaciones. El tema del Jesús histórico es muy conocido y ya se ha debatido miles de veces. No creo que valga la pena insistir; los datos existentes dan lugar a distintas interpretaciones. Pero lo que parece ser admitido por todas las partes es que la investigación descubre una curva ideológica en el fenómeno cristiano, desde sus raÃces en el judaÃsmo tardÃo hasta la sÃntesis paulina dirigida a los gentiles.
Durante este proceso, un movimiento mesiánico de liberación nacional adquirió los rasgos de una religión universal de salvación, y los contenidos concretos, polÃticos, "terrenales" del mismo se transubstancializaron, recurriendo al depósito de imaginerÃas celestiales que se tiene a mano.
Es decir, se acudió al imaginario simbólico colectivo y se personificó a un "rey" salvador, de rasgos davÃdicos, pero heredero también de otras fuentes muy eclécticas: nacimiento virginal y maravilloso durante el solsticio de invierno, acciones ejemplares, enfrentamiento con el "mal", restitución de valores espirituales aparentemente perdidos u olvidados, capacidad teúrgica para obrar milagros, muerte dramática y posterior resurrección, ascenso a los cielos, etc... Parece claro que el proceso de helenización llevado a cabo por Pablo no es del todo inocente. De una ideologÃa revolucionaria se llegó a una ideologÃa conservadora. Y este tránsito se dio antes de que finalizase el siglo I.
Posteriormente, la exégesis tomista elaboró un sistema adecuado al mundo feudal, que se sostuvo sin muchas fisuras hasta el siglo XIX. Y mucho más tarde la teologÃa se moderniza, recogiendo el aporte de una multitud de corrientes de pensamiento: el feminismo, el pluralismo, el existencialismo, el marxismo, lo que da lugar a la renovación teológica y religiosa del siglo XX.
Mi conclusión personal es que el cristianismo se apoya fundamentalmente en el sentimiento, aunque integra a éste en una estructura teológica mÃtica. Dejando a un lado incluso la obviedad de su carácter conformista, que deriva de su papel sostenedor de las estructuras socioeconómicas establecidas, la Iglesia actúa como un catalizador de contenidos internos. Toda religión recoge y asimila una aspiración humana a la trascendencia, y sus rasgos formales dependen de circunstancias históricas y geográficas. La pretensión de verdad es inherente a la formulación religiosa. En los dÃas en que prevaleció el doctrinarismo, esta verdad era transmitida a las masas desde la jerarquÃa; pero en la actualidad se acepta, por lo general, que la "verdad" aparezca en forma de experiencia personal, de "descubrimiento" propio de la fe.
En ambos casos, el factor determinante es la certeza, la identificación y la integración en un modelo al que se supone cargado de realidad. Ajeno voluntariamente o no a una regulación normativa, cada cristiano reclama para sà el derecho a vivir y comprender el cristianismo como le parezca. De ahà la pluralidad de las perspectivas teológicas existentes.
Cierto es que para muchos tal perspectiva es atractiva; como razón para ser creyente se aducen inclinaciones naturales por dilucidar el carácter oscuro e inobjetivable de la existencia. Claro que también ésta es una buena razón para ser ateo...
La creencia, al fin y al cabo, siempre implica un claudicar, un regocijo interno, un convencimiento que no puede ser objetivado. A menudo un consuelo, una respuesta, un ancla. Lo que aporta un sentido a la existencia, lo que otorga importancia a vuestros actos, y os sitúa en una relación personal con la esencia de lo inexplicable, es eso: la fe. El hombre cree, pues siente vértigo.
Otros bichos igualmente humanos prescindimos de esa fe, pues nos produce aún más vértigo. Entre los coloridos desfiles de arcángeles y otras bestias aladas del Dionisio Areopagita, la hermenéutica de Schillebeeckx o la teonomÃa de Tillich, no veo mucha diferencia. En su base está la hipnótica atracción por el abismo de lo siempre desconocido, y la necesidad de racionalizarlo y de buscar explicaciones...





























