Si Dios existiera, rezar sería pecado

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Por Antonio García Ninet

Doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación

-He leído en el periódico que en un pueblo de Ciudad Real los vecinos estaban tan desesperados por la sequía tan larga que están padeciendo que han sacado en procesión la imagen de la Virgen para hacer “Rogativas”.

-¿Y eso qué es?

-Pues se trata de unas procesiones en las que se pide a Dios, a la Virgen o a un santo, determinado favor, como en este caso el favor de la lluvia para que no se pierdan las cosechas.

-¡Qué costumbre tan curiosa!

-¿Por qué dices eso? A mí me parece natural que uno recurra a cualquier medio cuando se encuentra con un serio problema que no sabe cómo resolver. Y, si Dios es omnipotente, ¿quién mejor que él para tratar de encontrar una ayuda?

-Viendo así las cosas, lo que dices parece razonable. Pero, después de reflexionar un poco, me ha parecido encontrar una especie de incongruencia en este asunto.

-No sé a qué te refieres, pero, si quieres, me lo explicas. Estoy dispuesto a escucharte.

-Pues verás: Según enseña la doctrina cristiana Dios es omnipotente, omnisciente e infinitamente bueno. Es decir, Dios puede hacerlo todo, sabe qué es lo mejor y, además, por su infinita bondad, siempre lo hace.

-Sí, eso dicen los curas. Pero, no veo qué problema encuentras en que la gente rece para pedirle a Dios su ayuda.

-Pues a mí me parece que está bastante claro. Lo que quiero decir es que, si Dios hace siempre lo mejor, no parece tener sentido pedirle que lo haga. Es más: creo que en el fondo de esta cuestión existe una especie de dilema que conduce a una contradicción en la doctrina cristiana, que sólo se puede resolver con la desaparición de cualquier forma de oración que implique una petición a Dios, sea del tipo que sea.

-Pues, la verdad es que no entiendo nada de lo que me dices. Sacas conclusiones demasiado precipitadas a partir de razonamientos que, aunque parecen bien construidos, podrían ser insuficientes y superficiales. Además, creo que deberías tener en cuenta que los conceptos de oración y religión han estado siempre unidos a lo largo de la historia ¿No has pensado en que tal vez sea demasiado atrevido pensar que puedas destruir con tanta facilidad el peso de esa larga tradición histórica? ¿Acaso crees que podría existir la religión al margen de la oración?

-Comprendo que mis palabras te produzcan cierta desconfianza, pero espero conseguir que me entiendas, al margen de que luego coincidamos o no en nuestro respectivo enfoque de esta cuestión. En primer lugar y respecto a mi enfrentamiento con esa larga tradición histórica, quiero aclararte que no pretendo enfrentarme con nada ni con nadie, sino simplemente pensar con la mayor libertad y objetividad posibles, siendo consciente de que puedo equivocarme como cualquier otra persona. Además, soy consciente de que la existencia de una larga tradición en la que rezar ha sido el núcleo mismo de las diversas religiones, en las que sus fieles efectivamente han rezado, rezan y seguirán rezando, pues nadie se preocuparía de la Religión si supiera que las acciones de Dios están ya programadas desde la eternidad y son el resultado de su eterna providencia y de su infinita sabiduría y poder, por lo que no va a cambiarlas por el hecho de que alguien se lo pida. Sin embargo, tú sabes perfectamente que el progreso histórico se ha producido en muchas ocasiones a partir de la crítica a determinadas opiniones que contaban con una larga tradición y que no por ello se han mantenido como verdades inamovibles. Recuerda, por ejemplo, la teoría geocéntrica, que fue criticada por Copérnico y por Galileo: En aquellos tiempos los nuevos planteamientos astronómicos provocaron un gran escándalo que llevó a las instituciones religiosas a tomar medidas represivas realmente graves. Pero, como tú bien sabes, todas estas medidas no sirvieron para demostrar nada en favor de las creencias tradicionales, y finalmente la doctrina heliocéntrica se impuso, a pesar de tantos siglos de tradición geocéntrica. Con ello no quiero decir que debamos rechazar por sistema cualquier doctrina por el simple hecho de que pertenezca a la tradición, sino que no tenemos por qué renunciar al uso de la razón y de la experiencia a la hora de valorar la verdad o falsedad de cualquier teoría, pues no parece que dispongamos de otros medios más eficaces para aproximarnos a un conocimiento objetivo de la realidad, en el caso de que sea posible. Por otra parte y en contra de esa tradición, hace más de dos mil años, Platón hacía referencia ya el carácter insobornable de los dioses y criticaba esa forma comercial de comprensión de la religión en la que se hacían sacrificios a los dioses a fin de comprar sus favores.

-Reconozco que la tienes en eso que defiendes: en que todo el mundo tiene derecho a replantearse el valor de cualquier teoría, por muy antigua que sea. Sin embargo, todavía no he llegado a comprender tu planteamiento sobre el tema que estamos tratando, así que necesitaría una explicación más clara y detallada para poder profundizar un poco más y opinar con mejor criterio.

-Está bien. Trataré de presentar el asunto con mayor claridad. Como te decía, el núcleo del problema, tal como yo lo veo, se encuentra en el siguiente dilema: cuando uno hace una petición a Dios, como en el caso de las rogativas –o como en casi todos o todos los actos religiosos-, o bien le pide que realice lo mejor, o bien le pide que realice algo que no es lo mejor. La primera parte de la alternativa implicaría o bien una desconfianza respecto a Dios, por suponer que sólo hará lo mejor si uno se lo pide y no porque sea infinitamente bueno, o bien cierta ignorancia en asuntos de Teología por desconocer que Dios siempre hace lo mejor y que, en consecuencia, no tiene sentido pedirle que realice aquello que necesariamente hará como consecuencia de su infinita sabiduría y de su infinita bondad.

-Pues sí, creo que no hay otra alternativa que las que has presentado y ambas conducen al mismo resultado: La oración es absurda.

-A mí me parece que lo que sucede es que, de forma inconsciente al menos, los hombres se han creado una imagen antropomórfica de Dios; es decir, que del mismo modo que encontramos natural pedir favores a los poderosos porque confiamos en que nuestros halagos, súplicas y otras manifestaciones de respeto, admiración y sumisión hacia ellos podrán influir en que tengan hacia nosotros una disposición más favorable, así también llegan a creer que la mejor o peor disposición de Dios –o de los dioses- hacia el hombre depende también de las súplicas y oraciones mediante las cuales éste le manifieste su respeto, su devoción y su amor. Además, la segunda parte de la alternativa implicaría o bien algo así como tentar a Dios, rogándole que, al menos por una vez, dejase de hacer lo mejor en un sentido absoluto para hacer lo que uno valora personalmente como lo mejor para él, o bien de nuevo desconocer que todo lo que sucede es consecuencia de los planes de la “Divina Providencia”. En consecuencia parece que no tiene sentido pedirle a Dios que suceda lo que necesariamente sucederá como consecuencia de sus planes eternos. En fin, como ya te he dicho, en toda esa tradición relacionada con las distintas modalidades de la oración existe un componente antropomórfico fundamental: Del mismo modo que el ser humano se conmueve por las súplicas, y sus propias decisiones estan condicionadas por ellas en lugar de estar regidas exclusivamente por una fría racionalidad respecto a lo más conveniente, se tiende a ver a Dios como un ser con las mismas debilidades humanas, como un ser cuya voluntad puede ser comprada mediante súplicas, sacrificios, gestos de sumisión y obediencia, etc. Y, en este sentido, me parece que si, cuando uno rezase, fuera consciente de esto, tendría que considerar la oración –al menos cuando se entiende como una petición- como una ofensa a Dios, pues o bien supondría una desconfianza en él, o bien supondría un deseo de tentarle, y, desde luego, no sería un acto piadoso. En consecuencia, estarían de sobra la mayor parte de ceremonias de las distintas religiones, así como la creencia tan infantil de que, de vez en cuando, Dios, la Virgen o los santos se dedican a hacer milagros: Si la gente fuese capaz de reflexionar con frialdad, se daría cuenta de que los auténticos milagros de Lourdes, de Fátima y de tantos imágenes “milagrosas”, lugares o reliquias consisten sólo en los beneficios económicos que han proporcionado a quienes viven de ese negocio, tanto las diversas Iglesias y lugares de peregrinación como la serie de comercios, hoteles, compañías de viajes y restaurantes, cuya actividad económica se relaciona de modo directo con esa absurda creencia, como sucede en Lourdes, en Fátima o en el mismo Vaticano, a donde los católicos peregrinan y el “Papa” incita y colabora en esa histeria colectiva “apareciendo” por un balcón igual que una “aparición” para otorgarles su bendición y cualquier otra petición. Tanto la misa, como el Padre Nuestro, como cualquier ceremonia religiosa están llenas de expresiones en las que lo fundamental se relaciona con oraciones en las que se hacen peticiones a Dios del tipo que sean, como el perdón de los pecados, la bienaventuranza eterna, la curación de los enfermos, la paz del mundo... ¿Qué sentido pueden tener esas peticiones? Si realmente son buenas, Dios –por su omnipotencia y bondad- no esperaría las súplicas de los hombres para concedérselas, mientras que, si no lo son, pedirle que las conceda y que, en consecuencia, deje de hacer el auténtico bien, constituiría una especie de sacrilegio. La verdad es que, eliminada la oración, no sé verdaderamente en qué podrían consistir las relaciones del hombre con Dios.

-Pues, por decir algo, se me ocurre que, si la oración -entendida como ruego o petición a Dios de cualquier supuesto bien- fuera absurda, tal vez podría tener sentido acudir a la iglesia para hablar con Dios.

-Pero, ¿qué se le podría decir que no supiese? ¿Quizá crees que su función sería la de agradecerle sus favores? Pero a Dios no le supone ningún esfuerzo el hacerlos; además, si los hace, no es porque el hombre se lo pida sino porque son la manifestación de su perfección, la cual exige que en todo momento obre de acuerdo con ella, tanto cuando parece que nos beneficia como cuando parece que nos perjudica. Dios –suponiendo que exista- haría siempre lo mejor y no podría hacer otra cosa porque su perfección le impediría querer otra cosa que no fuera lo mejor. Su propia perfección convierte en “necesarios” todos los actos que realiza “libremente”: Dios “podría” hacer el mal “si quisiera”, pero Dios no puede querer el mal, porque, por simple definición el bien es aquello que Dios quiere. Es decir, no es que exista un bien que Dios pueda querer o dejar de querer sino que, como ya decía Guillermo de Ockham, un fraile muy inteligente del siglo XIV, el propio bien sólo lo es en cuento se identifica con la voluntad de Dios. ¿Qué misión podía seguir cumpliendo la Iglesia? ¿Qué misión cumplirían las relaciones entre Dios y los hombres?

-Tal vez el hombre necesita soñar que “alguien” le escucha y comparte sus preocupaciones –aunque no le responda-.

-En tal caso no nos encontraríamos con un diálogo sino con un monólogo en el que nuestra fantasía nos llevaría a construir ese personaje especial para sentirnos acompañados. Es cierto que la vida está llena de problemas y de preocupaciones, pero parece que los creyentes no han sabido madurar, no han sabido pasar de su infnacia a su madurez intelectual. Es comprensible que un niño trate de acogerse en sus padres ante cualquier problema, pero parece que cuando uno llega a ser adulto y se da cuenta de que sus padres no son omnipotentes, le cuesta aceptar la idea de su soledad, de que ya no hay padre ni madre que valga, que sus problemas tienen que pasar por él, por duro que esto sea. Más pronto o más tarde el hombre se queda huérfano, tanto si le gusta como si no. Claro está, que, si se consuela imaginando que hay un ser invisible que le protege en todo momento, en tal caso nos encontramos ante una opción personal orientada por la fantasía y no por el conocimiento.

-Después de escucharte, mis ideas están algo confusas. Reconozco que en lo que dices existe una lógica bastante convincente, pero necesito pensar algo más sobre esa cuestión, pues nunca antes me la había planteado.

-Espero no haberte molestado con mis propias reflexiones, pero así es como veo esta cuestión. Por cierto, en el siglo XVII, Descartes, que era muy católico y muy religioso, a pesar de la paradoja de haber sido, al menos de boquilla para fuera, un defensor de la razón y de la evidencia antes de asentir a cualquier proposición, defendió una idea curiosa para poder justificar la oración, creyendo que ésta podía tener su propio valor en cuanto Dios la hubiera podido tener en cuenta en sus planes eternos a la hora de establecerlos y que por ello sí tenía sentido. Así, en el caso de quien reza por la salvación del alma de un difunto, no tendría sentido que le pidiera a Dios que le sacase del Infierno, pero su oración podría haber sido tenida en cuenta por Dios a la hora de programar el futuro, evitado al difunto aquellas situaciones que hubiesen podido conducirle a morir en pecado mortal.

-Pues sí que dice cosas extrañas este señor.

-Y tan extrañas, pues esta solución no soluciona nada. Date cuenta: en primer lugar, Descartes olvida que Dios no sólo sabe si alguien le rezará o no por la salvación de otro sino que él mismo ha dispuesto que le recen o no, por lo que resulta extraño pensar que exista algún mérito en aquellas acciones que uno realice en cuanto sea Dios quien le haya determinado a que lo haga. En segundo lugar, es una solución contradictoria con la omnipotencia divina porque de algún modo subordina las acciones de Dios a las peticiones humanas. Además, sería igualmente absurdo –o más, si cabe- que Dios determinase que uno muriese o no en pecado mortal como consecuencia de las oraciones y las misas de quienes pagasen por “la salvación del difunto”. Es decir, eso supondría afirmar que el amor divino por sí mismo, a pesar de ser infinito, no bastaría para propiciar la salvación del difunto en cuanto haría falta que la voluntad divina fuera movida por las oraciones de quienes asistiesen y pagasen las misas de difuntos. Esta solución sólo podría aceptarla aquél que hubiera pasado por alto el significado de las palabras “amor infinito” y “omnipotencia” y llegase a considerar que Dios necesita de los ruegos de los hombres para perdonar a quienes ama infinitamente.

- A medida que transcurre nuestra conversación siento que no puedo hacer otra cosa que estar totalmente de acuerdo contigo.

-Pues me alegro, pero no por otro motivo sino sólo en cuanto mis reflexiones sean verdaderas. En caso contrario preferiría que me lo dijeras.

-Estoy de acuerdo contigo, de verdad. Pero ahora voy a ser yo quien exponga una consecuencia de todo esto y creo que también tú aceptarás lo que se me acaba de ocurrir.

-¿A qué te refieres?

-Bueno, pues que veo que tú te has centrado sólo en aspectos puramente “filosóficos” -o como los quieras llamar- de esta cuestión, mientras que yo acabo de fijarme en un aspecto que debería tener consecuencias “prácticas”.

-Explícamelas. Tengo curiosidad por saber qué piensas.

-Pues muy sencillo. Ahora me doy cuenta de que, si la gente tomase conciencia clara de todo esto que acabas de explicarme, las iglesias se quedarían vacías y todo el inmenso negocio del Vaticano y también el de otras iglesias se iría a pique.

-Pues es verdad. No me había detenido a considerar esa consecuencia tan interesante.

-Y entonces los obispos y los cardenales y toda esa gente que viven del cuento, de todo ese montaje tan hipócrita por el que vacían los bolsillos de los ingenuos, tendrían que ponerse a trabajar de verdad en lugar de representar un continuo teatro que pretenden hacer pasar por la auténtica realidad.

-Creo sinceramente que tienes toda la razón. Pero lo que me parece más difícil es que la gente crédula deje de serlo. Y lo que es mucho más difícil es que las jerarquías de esas organizaciones no traten de seguir comiendo el coco a todo el mundo para que sigan creyendo sus patrañas tan bien adornadas con la parafernalia de los rituales eclesiásticos, tan llenos de boato y solemnidad que casi llegan a impresionarme a mí mismo.

-Es verdad. Pero me parece tan vergonzoso el engaño y la hipocresía de todas estas sectas “religiosas” que me parece que vale la pena que nos esforcemos por luchar contra toda esa sucia mentira y por ayudar a que la gente adquiera un nivel de cultura que le permita estar en guardia contra todo aquél que pretenda imponerle qué debe creer y qué debe hacer.

-Tenemos que intentarlo.