¿Y a mí…quién me protege?

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De un mal gusto indescriptible. Así se podría calificar la campaña de la Conferencia Episcopal frente al proyecto de modificación de la Ley de interrupción voluntaria del embarazo. Y de una demagogia incalificable.

En primer lugar, los niños de unos 10 meses de edad, como el de la foto de la campaña, están protegidos por la leyes de este país (como no podría ser de otra manera). En segundo lugar, ¿qué tendrá que ver la protección de la Naturaleza con la cuestión del aborto? Para empezar, al proteger al lince se está conservando todo un ecosistema único, sin el cual el lince no puede sobrevivir; así que no se trata sólo del lince, sino de la liebre, al perdiz roja, el buitre negro, las encinas y muchas más especies de animales y plantas. Se me ocurren muchas razones para desear que el tesoro de biodiversidad que hemos heredado no desaparezca en pocos años.

La campaña no sólo dibuja una ecuación surrealista (protección al feto vs protección a la naturaleza), sino que lo hace en el país europeo que está a la cabeza en el maltrato animal y el único donde la tortura organizada constituye un motivo de diversión (y es difundida por las cadenas públicas de televisión).

Dejando de lado el mal gusto de la campaña publicitaria, vamos al fondo de la cuestión, en cuyo núcleo nos encontramos un problema biológico: el hecho que el desarrollo de un nuevo individuo sea un proceso gradual.  Cierto que el momento de la fecundación y el del nacimiento constituyen hitos del mismo, pero no por ello el proceso deja de ser gradual. El recién nacido es muy parecido al feto un momento antes de nacer.

En general, nuestros conceptos (sobre todo en materia legal) se adaptan mal a este tipo de procesos y preferimos distinciones claras y tajantes. Los problemas vienen cuando tratamos de “imponer” categorías claras y disjuntas sobre procesos que no las tienen.

Es evidente que todo ser humano tiene derecho a la protección de las leyes, y es igualmente evidente, que los padres no tienen derecho sobre la vida de sus hijos, aunque en un momento se la dieran. Ninguna legislación (que yo sepa) admite el infanticidio, aunque en algunas sociedades ha sido relativamente frecuente.

Por otra parte, es también evidente que los humanos (en particular, las mujeres) tienen derecho a decir cuándo y cuántos hijos desean tener. En las condiciones sociales “normales” en Europa, las mujeres tienen muchos menos hijos de los que son biológicamente posibles. Por lo tanto, es muy importante (para la madre, para el hijo y para la sociedad) que la reproducción se produzca cuando la madre considere que las condiciones son favorables para ello. Tener hijos supone un compromiso importante y duradero: es muy importante que salga bien.

Si ninguna mujer puede ser obligada a tener hijos, tendrá que poder decidir en qué punto para el proceso: no teniendo relaciones sexuales, empleando métodos anticonceptivos, interrumpiendo voluntariamente el embarazo ¿dónde acaba el derecho de la madre a decidir? ¿cuándo empieza a tener derechos legales el feto? Se pongan donde se pongan los límites, éstos serán (hasta cierto punto) arbitrarios y el tema es naturalmente opinable y debatible, pero la ley tiene que trazar una raya en algún sitio.

El debate se complica cuando entran en juego las consideraciones religiosas. Al parecer, la Iglesia Católica cree que el alma se crea en el momento de la fecundación, por lo que un zigoto (formado por una sola célula más un núcleo paterno) sería un ser humano de pleno derecho. Esto es problemático porque no hay ninguna evidencia de que el alma exista, en primer lugar, menos aun que se “incorpore” al proceso en el momento de la fecundación. Los católicos tienen derecho a creer en lo que quieran, pero deberían reconocer, al menos, que las creencias basadas puramente en la “Fe” no pueden introducirse en un debate que afecta a todos, católicos y no católicos.

Este es el punto clave. Si no hay evidencia de la existencia del alma, no pueden emplear el argumento. Las creencias religiosas son completamente respetables, pero tienen que quedarse en el ámbito privado. En un post anterior, comentaba que si una religión creyese literalmente en Papá Noel podría exigir que los aviones no volasen el 24 de diciembre, no fueran a chocar contra su trineo de renos. Recibí algún comentario indignado por “equiparar las creencias religiosas a creencias infantiles”. El problema es que si el argumento de la “Fe” se admite para una cosa, puede admitirse para (literalmente) cualquier otra.

En el mundo hay suficiente sufrimiento (padecido por humanos y otros seres sentientes) como para preocuparse demasiado por si el zigoto tiene o no “alma”… creo yo.


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