William Hamilton, teólogo de la muerte de Dios


William Hamilton.

Replanteó una pregunta que arranca de la filosofía epicúrea

>>Juan G. Bedoya
Publicado en El País


Entre los filósofos que han puesto el énfasis en la muertede Dios suele citarse, sobre todo, a Nietzsche, y también a Hegel. No tuvieronuna idea original. Estaba ya en la lógica de la tradición luterana, así como enla de san Agustín y san Pablo. Junto a Hegel, fue este último quien subrayó,sin embargo, que la muerte de Dios en Jesús era un aspecto insoslayable de lahumanidad de Dios. Respaldó su afirmación apelando al grito de «Dios mismo hamuerto», procedente de un himno luterano, tan clásico que J. S. Bach loarmonizó y Brahms lo convirtió en tema de un preludio para órgano: OTraurigkeit, O Herzeleid (¡Oh tristeza! ¡Oh pena del corazón!). Nietzsche,sencillamente, invirtió la lógica de la tradición paulina porque considerabaque, con la peripecia de Cristo en el calvario, Dios no solo estaba en elbanquillo, sino que había sido condenado y ejecutado.




Esto, entre filósofos. Para los teólogos, la cuestión es másdramática. La teología es un lenguaje sobre Dios (un logos sobre theos), asíque no hay nada más raro que ver a un teólogo decir que Dios ha muerto, quenunca ha existido, o que él no lo halla. Naturalmente, si el teólogo estácomprometido con el ser humano en este mundo, el problema es de fondo tambiénpara los creyentes. Se trata del debate sobre la incompatibilidad de dosatributos de Dios, de su dios: el de la bondad y el de la omnipotencia. Loplanteó el primero Epicuro, en una formulación que angustia siempre a losestudiantes de la disciplina que Leibniz bautizara como teodicea: Dios, frenteal mal, o quiere eliminarlo pero no puede; o no quiere; o no puede y no quiere,o puede y también quiere. En el primer caso, Dios no sería omnipotente, en elsegundo no sería bondadoso o moralmente perfecto, en el tercero no sería niomnipotente ni bondadoso o moralmente perfecto, y en el cuarto Epicuro planteala pregunta acerca de cuál es el origen de los males y por qué Dios no loselimina. Voltaire se preguntó lo mismo tras el terremoto que destruyó Lisboa en1755, y desde entonces no paramos de preguntárselo a los teólogos ante tantatragedia.
William Hamilton (Evanston, Illinois, 1924) fue uno de losteólogos con respuestas contundentes, desde el polémico movimiento de lateología de la muerte de Dios, del que fue un representante destacado (junto aThomas Altizer, Paul van Buren y Gabriel Vahanian). Con el primero firmó unlibro de éxito: Teología radical y la muerte de Dios, en 1966. Cuatro añosantes había publicado en solitario La nueva esencia del cristianismo, obratambién traducida tempranamente al castellano, primera de una decena de obrasfilosóficas o teológicas. Hamilton falleció el pasado día 13 en Portland(Oregón). Tenía 87 años.
De la difusión de este movimiento da idea un sonado artículode portada en Time Magazine, hace más de cuatro décadas. Contó Hamilton que sehabía hecho la pregunta de Epicuro cuando dos amigos suyos –un episcopaliano yun católico– murieron por la explosión de una bomba, en tanto que un tercero –queera ateo– resultó ileso. Se preguntó por qué sufren los inocentes y si Diosinterviene en las vidas de las personas. Respondía: «Decir que Dios ha muertoes decir que ha dejado de existir como ser trascendental y se ha vueltoinmanente al mundo. Las explicaciones no teístas han sustituido a las teístas.Es una tendencia irreversible; hay que hacerse a la idea del decesohistórico-cultural de Dios. Hay que aceptar que Dios se ha ido y considerar elmundo secular como normativo intelectualmente y bueno éticamente».
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