Un ejemplo de ciencia viva


Una concepción dogmática y absolutista del desarrollo de la ciencia tiende a ver las teorías científicas como algo terminado, estático, inamovible; como si el científico que las idea las generara  en un tiempo pero luego las dejara acabadas para siempre (O ni siquiera eso, el mito de Newton y la manzana es una muestra de falsa idea de cómo nace una teoría científica. Los Principia de Newton no son fruto de un “manzanazo” sino de años de dura investigación). Así, si hablamos de paradigmas, solemos entender el paradigma aristotélico, el newtoniano y el einsteniano como tres grandes totems, corpus de doctrinas perfectamente ensambladas. Cuando empezaron a caer, uno imagina que una serie de evidencias experimentales corroyeron sus cimientos hasta que se derrumbaron de una sola vez como un edificio al ser demolido. Parece que uno se acuesta aristotélico y a la mañana siguiente ya es newtoniano.

Nada más lejos de la realidad. La ciencia, cuando es buena ciencia, se caracteriza por lo móvil. Una buena idea no es la idea que se queda en el trono de la verdad nada más pensarse; una buena idea genera inmediatamente líneas de investigación que vuelven constantemente a revisarla; una buena idea es una visión de futuro, más valiosa por lo que abre que por las soluciones que da. Esa es la diferencia entre la ciencia viva y la ciencia muerta (o la religión).

La teoría de Darwin abrió un marco nuevo de hipótesis y contrahipótesis, de tesis y refutaciones

Y, precisamente, desde el Blog Memecio nos llega un claro ejemplo de ciencia viva. El Origen de las especies de Charles Darwin se gestó durante unos veinte años (imaginemos las vueltas que dieron las ideas en la cabeza de Darwin durante tanto tiempo) y luego tuvo nueve ediciones en las que se corrigieron y matizaron un montón de tesis. El especialista en visualización de datos del MIT Ben Fry  (en su Web podréis ver diagramas del código genético, estructura de cromosomas, etc.) nos muestra una visualización de los cambios que Darwin introdujo en las sucesivas ediciones de su gran obra. Además de poder verse los cambios frase por frase, es curioso contemplar como las ediciones aumentan de tamaño (de 140.000 a 190.000 palabras). Y es que Darwin tuvo que responder a muchas objeciones (muchas de ellas bastante lógicas) ya que su pensamiento supuso el comienzo de una gran revolución por lo que, necesariamente, habría de estar inacabado.

Los que argumentan que el darwinismo es una religión autoritaria bien harían en comparar los cambios constantes en el pensamiento de Darwin con la, esta vez sí, quietud totémica de los textos bíblicos. ¿Cuántas veces se ha corregido la Biblia debido a las objecciones planteadas? Sólo quien se cree en posesión de la verdad absoluta no necesita revisarla, sólo quien opera con dogmas y no con hipótesis no necesita pensar sino sólo dar órdenes a su rebaño. En el caso de Darwin, desde luego, la historia no era esa.

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