TÃbet. Un infierno bajo la teocracia y el feudalismo
Michel Parenti,
Tibet, ¿Friendly Feudalism?
A través de los tiempos ha prevalecido una angustiosa simbiosis entre la religión y la violencia. Las historias del cristianismo, del judaÃsmo, del hinduismo y del Islam están fuertemente entrelazadas con venganzas internas, inquisiciones y guerras. Una y otra vez, los profesionales de la religión han pretendido tener un mandato divino para aterrorizar y masacrar a herejes, infieles y otros pecadores.
Hay quien ha argumentado que el budismo es diferente, que aparece en marcado contraste con la violencia crónica de otras religiones. Por cierto, tal como es practicado en Estados Unidos, el budismo es más una disciplina “espiritual†y psicológica que una teologÃa en el sentido usual. Ofrece técnicas meditativas y auto-tratamientos que dicen aumentan la “iluminación†y la armonÃa interior. Pero como todo otro sistema de creencias, el budismo debe ser juzgado no sólo por sus enseñanzas sino por la conducta real de sus adalides.
¿La excepción budista?
Una mirada a la historia revela que las organizaciones budistas no han estado libres de las actividades violentas tan caracterÃsticas de los grupos religiosos a través de los tiempos. En TÃbet, desde principios del siglo XVII hasta bien comenzado el XVIII, sectas budistas en competencia emprendieron hostilidades armadas y ejecuciones sumarias (1). En el siglo XX, de Tailandia a Birmania y de Corea a Japón, los budistas han chocado los unos contra los otros y contra no-budistas. En Sri Lanka, inmensas batallas en nombre del budismo forman parte de la historia cingalesa (2).
Hace sólo unos pocos años, en Corea del Sur, miles de monjes de la orden budista Chogye –supuestamente devoto de una búsqueda meditativa de iluminación espiritual– se combatieron con puños, piedras, bombas incendiarias y garrotes, en violentas batallas que duraron semanas. Rivalizaban por el control de la orden, la mayor de Corea del Sur, con un presupuesto anual de 9,2 millones de dólares, millones de dólares adicionales en propiedades y el privilegio de nombrar a 1.700 monjes en diferentes puestos. Las reyertas destruyeron parcialmente los principales santuarios budistas y dejaron a docenas de monjes heridos, algunos seriamente. Las dos facciones en disputa presumÃan de apoyo público. En realidad, parece que los ciudadanos coreanos desdeñaban a ambas partes, considerando que cualquiera de las camarillas de monjes que tomara el control de la orden utilizarÃa los donativos de los fieles para acumular riquezas, incluyendo casas y automóviles caros. Según una fuente noticiosa, la reyerta dentro de la orden budista Chogye (transmitida en gran parte por la televisión coreana) “arruinó la imagen de la Iluminación Budista†(3).
Sin embargo, muchos budistas actuales en EE. UU. argumentarÃan que nada de esto tiene que ver con el Dalai Lama y con el TÃbet que él presidió antes de la ofensiva china de 1959. El TÃbet del Dalai Lama, creen, era un reino orientado hacia la espiritualidad, libre de formas de vida egoÃstas, de un materialismo vacÃo, de esfuerzos estériles y de los vicios corruptores que afectan a la sociedad industrializada moderna.
Los medios noticiosos occidentales, y un montón de libros de viajes, novelas y pelÃculas de Hollywood han descrito la teocracia Tibetana como un verdadero Shangri-La y al Dalai Lama como un sabio santo, “el mejor ser humano vivienteâ€, como barbotó efusivamente el actor Richard Gere (4).
El propio Dalai Lama apoyó esa imagen idealizada del TÃbet con declaraciones como: “La civilización del TÃbet tiene una larga y rica historia. La influencia omnipresente del budismo y los rigores de la vida en los amplios espacios abiertos de un entorno que conserva su belleza natural resultó en una sociedad dedicada a la paz y la armonÃa. Gozábamos de libertad y satisfacción†(5). En realidad, la historia del TÃbet es un poco distinta. En el siglo XIII, el emperador Kublai Khan creó al primer Gran Lama, que debÃa presidir sobre los otros lamas como un Papa lo harÃa sobre sus obispos. Varios siglos más tarde, el emperador de China envió un ejército a TÃbet para apoyar al Gran Lama, un ambicioso hombre de 25 años, que luego se dio el tÃtulo de Dalai (Océano) Lama, gobernante de todo TÃbet. Es una buena ironÃa histórica: el primer Dalai Lama fue instalado por un ejército chino.
Para elevar su autoridad más allá de todo desafÃo mundano, el primer Dalai Lama se apoderó de los monasterios que no pertenecÃan a su secta, y se cree que destruyó escrituras budistas que estaban en conflicto con su pretensión de divinidad (6). El Dalai Lama que le sucedió se dedicó a una vida sibarÃtica, disfrutando de numerosas amantes, celebrando fiestas con sus amigos, escribiendo poesÃa erótica y actuando de otras maneras que podrÃan parecer inapropiadas para una deidad encarnada. Por ese motivo fue “desaparecido†por los sacerdotes. En 170 años, a pesar de sus estatus reconocidos como dioses, cinco Dalai Lamas fueron asesinados por sus sumos sacerdotes u otros cortesanos budistas no-violentos (7).
Shangri-La (para nobles y Lamas)
Las religiones han tenido una estrecha relación no sólo con la violencia sino también con la explotación económica. Por cierto, es a menudo la explotación económica la que incita a la violencia. Asà fue con la teocracia tibetana. Hasta 1959, cuando el Dalai Lama presidió por última vez el TÃbet, la mayor parte de la tierra cultivable seguÃa organizada en propiedades señoriales religiosas o laicas, trabajadas por siervos. Incluso un escritor como Pradyumna Karan, simpatizante del antiguo orden, admite que “una gran parte de los bienes raÃces pertenecÃa a los monasterios, y la mayorÃa de estos amasó inmensas fortunas... Además, monjes individuales y lamas pudieron acumular grandes riquezas mediante su participación activa en el comercio, los negocios y los préstamos de dinero†(8). El monasterio Drepung fue uno de los principales latifundios del mundo, con sus 185 feudos, 25.000 siervos, 300 grandes pastizales y 16.000 vaqueros. La riqueza de los monasterios beneficiaba a los lamas de rango superior, muchos de los cuales eran vástagos de familias aristocráticas, mientras que la mayorÃa del clero inferior era tan pobre como la clase campesina de la que provenÃa.
Esta desigualdad económica, determinada por la clase, dentro del clero tibetano, era muy parecida a la del clero cristiano en Europa medieval. Junto con el clero superior, se beneficiaron los dirigentes laicos. Un ejemplo notable fue el comandante en jefe del ejército tibetano, que poseÃa 4.000 kilómetros cuadrados de tierra y 3.500 siervos. También era miembro del gabinete laico del Dalai Lama (9).
El antiguo TÃbet ha sido falseado por algunos de sus admiradores occidentales como “una nación que no necesitaba una fuerza policial porque su población respetaba voluntariamente las leyes del Karma†(10). En realidad, tenÃa un ejército profesional, aunque pequeño, que servÃa de gendarmerÃa para que los terratenientes mantuvieran el orden y capturaran a los siervos escapados (11).
A menudo arrebataban a jóvenes muchachos tibetanos a sus familias y los llevaban a los monasterios para que fueran preparados para ser monjes. Una vez que se encontraban allÃ, quedaban obligados de por vida. Un monje, Tashì-Tsering, informa que era práctica común en los monasterios que los niños campesinos sufrieran abusos sexuales. Él mismo fue vÃctima de repetidas violaciones cuando niño al poco tiempo de ser llevado al monasterio a los nueve años (12). Las propiedades monásticas también reclutaban a niños campesinos para la servidumbre de por vida como empleados domésticos, danzarines y soldados.
En el antiguo TÃbet habÃa pequeñas cantidades de agricultores que sobrevivÃan como una especie de campesinos libres, y tal vez unas 10.000 personas que formaban la “clase mediaâ€, familias de comerciantes, mercaderes y pequeños negociantes. Miles de ellos eran mendigos. Una pequeña minorÃa se componÃa de esclavos, generalmente sirvientes domésticos, que no poseÃan nada. Sus descendientes nacÃan como esclavos (13). En 1953, la mayor parte de la población rural –unos 700.000 de una población total estimada en 1.250.000– se componÃa de siervos. Atados a la tierra, recibÃan sólo una pequeña parcela para cultivar su propio alimento. Generalmente, los siervos y otros campesinos no recibÃan educación ni atención sanitaria. Pasaban la mayor parte de su tiempo trabajando para los monasterios y para lamas individuales de alto rango, o para una aristocracia laica que no contaba con más de 200 familias. En efecto, eran propiedad de sus amos, que les decÃan qué cultivar y qué animales criar. No podÃan casarse sin el consentimiento de su señor o lama. Un siervo podÃa ser fácilmente separado de su familia si el propietario lo enviaba a trabajar a un sitio distante. Los siervos podÃan ser vendidos por sus amos, o sometidos a tortura y muerte (14).
Un señor tibetano escogÃa a menudo a sus mujeres de entre la población de siervos, si nos basamos en la declaración de una mujer de 22 años que era una sierva escapada: “Todas las muchachas siervas hermosas eran usualmente tomadas por el propietario para ser sirvientas en la casa y utilizadas a su gusto por el amoâ€. “No eran otra cosa que esclavas sin derechos†(15). Los siervos necesitaban permiso para ir a cualquier sitio.
Los terratenientes tenÃan autoridad legal para capturar y recuperar por la fuerza a los que trataban de huir. Un siervo escapado de 24 años, entrevistado por Anna Louise Strong, saludó la intervención china como una “liberaciónâ€. Mientras fue siervo, afirmó, no era muy diferente de un animal de tiro, sometido a un trabajo incesante, al hambre y al frÃo, sin poder leer o escribir, y sin saber nada de nada. Relata sus intentos por escapar:
“La primera vez [los hombres del terrateniente] me sorprendieron cuando huÃa. Yo era muy pequeño y sólo me esposaron y me insultaron. La segunda vez me golpearon. A la tercera vez ya tenÃa quince años y me dieron cincuenta fuertes latigazos; dos de ellos se me sentaron encima, uno sobre mi cabeza y otro sobre mis pies. Me salió sangre por la nariz y la boca. El supervisor dijo: “Esto es sólo sangre de la nariz; agarren palos más pesados y sáquenle algo de sangre del cerebroâ€. Entonces me golpearon con palos más pesados y me echaron alcohol y agua con sosa cáustica en las heridas para que dolieran más. Me desmayé durante dos horas†(16).
Además de sufrir una servidumbre vitalicia trabajando sin pago la tierra del señor –o la tierra del monasterio–, obligaban a los siervos a reparar las casas del amo, transportar sus cosechas, recoger leña para su fuego. También debÃan suministrar animales de carga y transporte cuando se les exigÃa. “Era un sistema eficiente de explotación económica que garantizaba a las elites religiosa y laica una mano de obra permanente y segura para cultivar sus posesiones sin carga ni responsabilidad diaria por la subsistencia del siervo ni la necesidad de competir por mano de obra en el contexto de un mercado†(17).
La gente en general trabajaba bajo los lastres combinados de la “corvée†(trabajo obligatorio sin pago por el señor) y onerosos diezmos. Pagaban impuestos por casarse, por el nacimiento de cada hijo y por cada muerte en la familia. Pagaban impuestos por plantar un nuevo árbol en su patio, por mantener animales domésticos o de corral, por poseer una maceta con flores o por colocar un cencerro sobre un animal. HabÃa impuestos para los festivales religiosos, por cantar, bailar, tocar el tambor y tocar la campana. La gente pagaba impuestos por ir a prisión y por su liberación. Incluso los mendigos pagaban impuestos. Los que no podÃan encontrar trabajo pagaban impuestos por no tenerlo, y si viajaban a otra aldea en busca de trabajo, pagaban un impuesto por derecho de tránsito. Cuando la gente no podÃa pagar, los monasterios le prestaban el dinero con un interés de entre un 20 y un 50 por ciento. Algunas deudas eran pasadas de padres a hijos y a nietos. Los deudores que no podÃan pagar sus compromisos podÃan ser esclavizados durante todo el tiempo exigido por el monasterio, algunas veces por el resto de sus vidas (18).
Las enseñanzas religiosas de la teocracia sustentaban este orden clasista. A los pobres y afligidos se les enseñaba que ellos mismos habÃan provocado sus problemas por su comportamiento insensato y malvado en sus vidas anteriores. Por lo tanto, debÃan aceptar la miseria de su existencia actual como expiación y anticipación de que su suerte mejorarÃa al renacer. Desde luego, los ricos y poderosos trataban su buena suerte como una recompensa y como una evidencia tangible de virtud en vidas pasadas y presentes.
Tortura y mutilación en Shangri-La
En el TÃbet del Dalai Lama, la tortura y la mutilación –incluyendo la amputación de las extremidades, los ojos o la lengua y el corte de tendones en las piernas– eran castigos preferidos infligidos a ladrones, a siervos escapados y a otros “criminalesâ€. Al viajar por TÃbet en los años 60, Stuart y Roma Gelder entrevistaron a un antiguo siervo, Tsereh Wang Tuei, que habÃa robado dos ovejas, propiedad de un monasterio. Por eso le arrancaron sus dos ojos y le mutilaron la mano, inutilizándola. Explica que ya no es budista. “Cuando un santo lama les dijo que me cegaran pensé que no hay bien alguno en la religión†(19). Algunos visitantes occidentales del viejo TÃbet observaron los numerosos amputados que se veÃa. Ya que era contrario a las enseñanzas budistas acabar con la vida humana, algunos infractores eran severamente azotados y luego “dejados a la merced de Dios†en la noche helada para que murieran. “Los paralelos entre TÃbet y Europa medieval son sorprendentesâ€, concluye Tom Grunfeld en su libro sobre TÃbet (20).
Anna Louise Strong informa que algunos monasterios tenÃan sus propias prisiones privadas. En 1959 visitó una exhibición de equipos de tortura que habÃan sido utilizados por los amos tibetanos. HabÃa esposas de todos los tamaños, incluyendo pequeñas para niños, e instrumentos para cortar narices y orejas y quebrar manos. Para arrancar los ojos habÃa un gorro especial con dos agujeros, que era presionado sobre la cabeza de manera que los ojos aparecÃan a través de los agujeros y podÃan ser arrancados con más facilidad. HabÃa instrumentos para cortar las rótulas de las rodillas y los talones, o para cortar los tendones de las piernas. HabÃa hierros para marcar, látigos y complementos especiales para destripar (21).
La exhibición contenÃa fotografÃas y testimonios de vÃctimas que habÃan sido cegadas o lisiadas, o que habÃan sufrido amputaciones por robo. Estaba el pastor cuyo amo le debÃa un reembolso en yuan y trigo pero que se negaba a pagar. Asà que se apoderó de una de las vacas del amo, y por haberlo hecho le cortaron las manos. A otro pastor, que se oponÃa a que el señor le quitara a su mujer, le quebraron las manos. HabÃa fotos de activistas comunistas a los que les habÃan cortado las narices y los labios superiores, y de una mujer que fue violada y a la que después le cortaron la nariz (22).
El despotismo teocrático fue la regla durante generaciones. Un visitante inglés a TÃbet en 1895, el doctor A. L. Waddell, escribió que la gente en TÃbet vivÃa bajo la “intolerable tiranÃa de los monjes†y las infernales supersticiones que habÃan elaborado para aterrorizarla. En 1904, Perceval Landon describió el régimen del Dalai Lama como “una máquina de opresión†y “una barrera contra toda mejora humanaâ€.
Aproximadamente en esa época, otro viajante inglés, el capitán W.F.T. O'Connor, observó que “los grandes terratenientes y los sacerdotes... ejercen en sus propios dominios un poder despótico contra el que no hay apelaciónâ€, mientras la gente es “oprimida por el más monstruoso engendro de monacato y de sacerdocio que el mundo jamás haya conocidoâ€. Los gobernantes tibetanos, como los europeos de la Edad Media, “forjaron innumerables instrumentos de servidumbre, inventaron leyendas degradantes, y estimularon un espÃritu de superstición†entre la gente común (23).
En 1937, otro visitante, Spencer Chapman, escribió: “El monje lamaÃsta no pasa su tiempo cuidando a la gente o educándola, ni los seglares participan o asisten a los servicios del monasterio. El mendigo al borde de la calle no representa nada para el monje. El conocimiento es una prerrogativa celosamente guardada en los monasterios y es utilizado para aumentar su influencia y riqueza†(24).
Ocupación y revuelta
Los comunistas chinos ocuparon TÃbet en 1951, reivindicando un protectorado sobre ese paÃs. El tratado de 1951 estipuló un aparente autogobierno bajo el Dalai Lama, pero otorgó a China el control militar y el derecho exclusivo de conducir las relaciones exteriores. Los chinos también recibieron un papel directo en la administración interna “para promover reformas socialesâ€. Primero avanzaron lentamente, basándose sobre todo en la persuasión en un intento por realizar cambios. Entre las primeras reformas que trajeron aparejadas estuvieron la reducción de las tasas de interés usureras y la construcción de algunos hospitales y carreteras.
Mao Zedung y sus cuadros comunistas no querÃan simplemente ocupar TÃbet. Deseaban la cooperación del Dalai Lama en la transformación de la economÃa feudal de TÃbet según objetivos socialistas. Incluso Melvyn Goldstein, que simpatiza con el Dalai Lama y la causa de la independencia del TÃbet, admite que “contrariamente a la creencia popular en Occidenteâ€, los chinos “mantuvieron una polÃtica de moderaciónâ€. “Cuidaron de mostrar respeto por la cultura y la religión Tibetana†y “permitieron que los antiguos sistemas feudal y monástico continuaran sin cambio alguno. Entre 1951 y 1959, no sólo no se confiscaron propiedades aristocráticas o monásticas, sino que se permitió que los señores feudales ejercieran una continuada autoridad judicial sobre los campesinos obligados hereditariamente†(25). Incluso en 1957 Mao Zedung trató de rescatar su polÃtica gradualista. Redujo la cantidad de cuadros y soldados chinos en TÃbet y prometió por escrito al Dalai Lama que China no realizarÃa reformas agrarias en TÃbet durante los seis años siguientes o incluso durante más tiempo si las condiciones no estaban maduras (26).
A pesar de ello, el control chino sobre TÃbet incomodaba considerablemente a los señores y lamas. Lo que les molestaba sobre todo no era que los intrusos fueran chinos. HabÃan visto ir y venir a los chinos durante siglos y habÃan tenido buenas relaciones con el GeneralÃsimo y su régimen reaccionario del Kuomintang en China (27). Por cierto, la aprobación del Kuomintang fue necesaria para validar la selección del actual Dalai Lama y del Panchen Lama. Cuando el joven Dalai Lama fue instalado en Lhasa, fue con una escolta armada de tropas de Chiang Kaishek y con la participación de un ministro chino, de acuerdo con una tradición centenaria (28). Lo que realmente molestaba a los señores y lamas Tibetanos fue que estos últimos chinos eran comunistas. SerÃa sólo cosa de tiempo, estaban seguros, antes de que los comunistas comenzaran a imponer sus soluciones igualitarias y colectivistas sobre la teocracia altamente privilegiada.
En 1956-57, bandas tibetanas armadas emboscaron a convoyes del Ejército Popular de Liberación de China (EPL). El levantamiento recibió un amplio apoyo material de la CIA, incluyendo armas, suministros y entrenamiento militar para unidades de comando tibetanas. Es asunto de conocimiento público que la CIA estableció campos de apoyo en Nepal, y que realizó numerosos transportes aéreos y operaciones de guerrilla dentro de TÃbet (29). Mientras tanto, en EE. UU., la Sociedad Estadounidense “Por un Asia Libreâ€, un frente de la CIA, realizó una intensa publicidad a la causa de la resistencia tibetana. El hermano mayor del Dalai Lama, Thubtan Norbu, tuvo un papel activo en ese grupo.
Muchos de los comandos y agentes tibetanos a los que la CIA lanzó al interior del paÃs eran jefes de clanes aristocráticos o hijos de jefes. No se supo más de un noventa por ciento de ellos según un informe de la propia CIA (30). Las pequeñas y dispersas guarniciones del EPL chino no podrÃan haberlos capturado a todos. El EPL debe haber recibido el apoyo de tibetanos que no simpatizaban con el levantamiento. Esto sugiere que la resistencia tuvo una base bastante limitada dentro de TÃbet. “Muchos lamas y miembros laicos de la elite y gran parte del ejército tibetano se unieron a la insurrección, pero en general la población no lo hizo, asegurando su fracasoâ€, escribe Hugo Deane (31). En su libro sobre TÃbet, Ginsburg y Mathos llegan a una conclusión similar. “Los insurgentes tibetanos nunca lograron ganar para sus filas ni siquiera a una fracción importante de la población, ni hablar de una mayorÃa. En lo que es posible establecer, la mayor parte de la gente común de Lhasa y de las tierras vecinas no se unió al combate contra los chinos, ni al comienzo ni más adelante†(32). En última instancia, la resistencia se derrumbó.
Los comunistas derrocan el feudalismo
Cualesquiera sean las injusticias y nuevas opresiones introducidas por los chinos en TÃbet después de 1959, es un hecho que abolieron la esclavitud y el sistema de servidumbre de trabajo sin pago. Eliminaron los numerosos impuestos abrumadores, comenzaron proyectos de construcción, y redujeron considerablemente el desempleo y la mendicidad. Construyeron los únicos hospitales que existen en el paÃs y establecieron la educación laica, rompiendo asà el monopolio educacional de los monasterios. Construyeron sistemas de agua corriente y de electricidad en Lhasa. También pusieron fin a la flagelación, a las mutilaciones y a las amputaciones como forma de castigo criminal (33).
Los chinos también expropiaron las propiedades de la aristocracia rural y reorganizaron a los campesinos en cientos de comunas. Heinrich Harrer escribió un bestseller sobre sus experiencias en TÃbet, que fue convertido en una popular cinta de Hollywood. Más tarde se reveló que Harrer habÃa sido sargento en las SS de Hitler (34). Orgullosamente informa que los Tibetanos que resistieron a los chinos y “que valerosamente defendieron su independencia... eran predominantemente nobles, seminobles y lamas: fueron castigados y obligados a realizar las tareas más bajas, como los trabajos en caminos y puentes. Fueron aún más humillados al verse obligados a limpiar la ciudad antes de la llegada de los turistasâ€. También tuvieron que vivir en un campo reservado originalmente para mendigos y vagos (35).
En 1961, cientos de miles de hectáreas que solÃan ser propiedad de los señores y lamas habÃan sido distribuidas a inquilinos y a campesinos sin tierra. En las áreas de pastoreo, las manadas que eran de propiedad de la nobleza fueron entregadas a colectivos de pastores pobres. Se hicieron mejoras en la crÃa de ganado, se introdujeron nuevas variedades de vegetales y de trigo y cebada y mejoras en la irrigación, todo lo cual condujo a un aumento de la producción agrÃcola (36).
Muchos campesinos siguieron siendo tan religiosos como antes, dando limosnas al clero. Pero la gente ya no estaba obligada a pagar tributos o a hacer regalos a los monasterios y a los señores. Los numerosos monjes que habÃan sido reclutados cuando niños en las órdenes religiosas pudieron renunciar a la vida monástica, y miles lo hicieron, especialmente los más jóvenes. El resto del clero vivió de modestos estipendios gubernamentales, y obtuvo ingresos adicionales oficiando en servicios religiosos, matrimonios y funerales (37).
Las acusaciones hechas por el propio Dalai Lama sobre una esterilización masiva y deportaciones masivas de tibetanos han seguido sin ser justificadas por ninguna evidencia. Tanto el Dalai Lama como su consejero y hermano más joven, Tendzin Choegyal, afirmaron que “más de 1,2 millones de Tibetanos murieron como resultado de la ocupación china†(38). No importa cuán a menudo la repitan, esa cifra es desconcertante. El censo oficial de 1953 –seis años antes de la ofensiva china– registró la población total del TÃbet como 1.274.000. Otros cálculos variaban entre uno y tres millones (39). Otro cálculo del censo estimó la población tibetana étnica dentro del paÃs en unos 2 millones. Si los chinos mataron a 1,2 millones a principios de los años 60, entonces ciudades enteras e inmensas porciones del campo, por cierto casi todo TÃbet, hubieran sido despobladas, transformadas en un campo de la muerte salpicado de cementerios y fosas comunes –de lo cual no se ha visto evidencia alguna.
La fuerza militar china en TÃbet no era suficientemente grande como para reunir, perseguir y exterminar a tanta gente, aunque hubiera pasado su tiempo sin hacer otra cosa. Las autoridades chinas admiten que se han cometido “errores†en el pasado, particularmente durante la Revolución Cultural de 1966-76, cuando la persecución religiosa tuvo su auge tanto en China como en TÃbet. Después de la insurrección a fines de los años 50, miles de tibetanos fueron encarcelados. Durante el Gran Salto Adelante, se impuso al campesinado la colectivización forzosa y el cultivo de granos, algunas veces con efectos desastrosos. A fines de los años 70, China comenzó a suavizar los controles sobre TÃbet “y trató de deshacer parte del daño causado durante las dos décadas anteriores†(40). En 1980, el gobierno chino inició reformas presuntamente orientadas a dar a TÃbet un mayor grado de autogobierno y autoadministración.
Se iba a permitir a los tibetanos que cultivaran parcelas privadas, que vendieran el excedente de su cosecha, que decidieran por sà mismos qué cultivos plantar y que conservaran yaks y ovejas. Se volvió a permitir la comunicación con el mundo exterior y se redujeron los controles fronterizos para permitir a los tibetanos que visitaran a sus parientes en el exilio en India y Nepal (41).
Élites, emigrados, y dinero de la CIA
Para los lamas y señores de la clase alta tibetana, la intervención comunista fue una calamidad. La mayorÃa huyeron al extranjero, como el propio Dalai Lama, quien recibió ayuda de la CIA para su huÃda. Algunos descubrieron con horror que tendrÃan que trabajar para vivir. Las elites feudales que permanecieron en TÃbet y decidieron cooperar con el nuevo régimen se enfrentaron a situaciones difÃciles. Por ejemplo, la siguiente:
En 1959, Anna Louise Strong visitó el Instituto Central de MinorÃas Nacionales en Beijing, que capacitaba a diversas minorÃas étnicas para el servicio público, o las preparaba para su ingreso a escuelas agrÃcolas o médicas. De los 900 estudiantes tibetanos que participaban, la mayorÃa eran siervos y esclavos escapados. Pero unos 100 eran de familias tibetanas privilegiadas, enviados por sus padres para poder conseguir puestos favorables en la nueva administración. La división de clase entre estos dos grupos de estudiantes era absolutamente evidente. Como señaló el director del instituto:
“Los provenientes de familias nobles comienzan por considerarse superiores en todo sentido. Se resisten a tener que acarrear sus propias maletas, a hacer sus propias camas, a cuidar su propia habitación. Eso, piensan, es tarea de esclavos; se ofenden porque esperamos que lo hagan. Algunos nunca lo aceptan y vuelven a casa; otros terminan por aceptarlo. Los siervos primero temen a los otros y no pueden sentarse tranquilos en la misma habitación. En la etapa siguiente tienen menos miedo, pero se sienten separados y no se pueden mezclar. Sólo después de algún tiempo y de considerables discusiones llegan a la etapa en la que se mezclan fácilmente como compañeros de estudio, criticando y ayudándose mutuamente†(42).
La difÃcil situación de los emigrados obtuvo amplia publicidad en Occidente y considerable apoyo de las agencias de EE. UU. dedicadas a asegurar la seguridad del mundo para la desigualdad económica. Durante los años 60 la comunidad tibetana exiliada se embolsó secretamente 1,7 millones de dólares al año de la CIA, según documentos publicados por el Departamento de Estado en 1998. Una vez publicado este hecho, la propia organización del Dalai Lama publicó una declaración en la que admitió que hubo millones de dólares de la CIA durante los años 60 para enviar escuadrones armados a TÃbet a fin de debilitar la revolución maoÃsta. La parte anual del Dalai Lama fue de 186.000 dólares, convirtiéndose en un agente a sueldo de la CIA. La inteligencia india también lo financió, asà como a otros exiliados tibetanos. Se ha negado a decir si él o sus hermanos trabajaron con la CIA. La agencia también declina todo comentario (44).
Al mismo tiempo que se presentaba como defensor de los derechos humanos, y después de obtener el Premio Nobel de la Paz en 1989, el Dalai Lama continuó asociándose y recibiendo los consejos de emigrados aristocráticos y otros reaccionarios durante su exilio. En 1995, el News & Observer de Raleigh, N. C. publicó en su portada una fotografÃa en colores del Dalai Lama abrazado por el senador reaccionario republicano Jesse Helms, bajo el titular “Budista cautiva a héroe del derecho religioso†(45). En abril de 1999, junto con Margaret Thatcher, el Papa Juan Pablo II y el primer George Bush, el Dalai Lama apeló al gobierno británico para que liberara a Augusto Pinochet, el ex dictador fascista de Chile y antiguo cliente de la CIA, que habÃa sido detenido mientras visitaba Inglaterra. Urgió que se permitiera que Pinochet volviera a su paÃs en lugar de obligarlo a ir a España, donde un jurista español lo buscaba para ser juzgado por crÃmenes contra la humanidad.
En la actualidad, sobre todo a través de la “Fundación Nacional a Favor de la Democracia†y otros conductos que suenan más respetables que la CIA, el Congreso de EE. UU. sigue destinando 2 millones de dólares al año a tibetanos en India, y más millones para “actividades democráticas†dentro de la comunidad exiliada tibetana. El Dalai Lama también recibe dinero del financiero George Soros, que ahora maneja la Radio Europa Libre/Radio Libertad, creada por la CIA, y otros institutos (46).
El tema de la cultura
Se nos dice que cuando el Dalai Lama gobernaba el TÃbet, la gente vivÃa en una simbiosis feliz con sus señores monásticos y feudales, en un orden social sostenido por una cultura profundamente espiritual y no-violenta. La profunda conexión del campesinado con el sistema existente de creencias sagradas les daba supuestamente una estabilidad tranquila, inspirada en enseñanzas religiosas humanas y pacÃficas. Esto recuerda la imaginerÃa idealizada de la Europa feudal presentada por los católicos conservadores de nuestros dÃas como G. K. Chesterton y Hilaire Belloc. Para ellos, la cristiandad medieval fue un mundo de campesinos felices que vivÃan en un profundo vÃnculo espiritual con su Iglesia, bajo la protección de sus señores (47). De nuevo, se nos invita a aceptar una cultura particular en sus propios términos, lo que equivale a aceptarla tal como es presentada por su clase favorecida, por aquellos que, en la cumbre, se beneficiaron más gracias a ella. La imagen de Shangri-La de TÃbet no tiene más parecido con la realidad histórica que la imagen idealizada de la Europa medieval
PodrÃa decirse que nosotros, habitantes del mundo moderno laico, no podemos comprender las ecuaciones de felicidad y dolor, satisfacción y costumbre, que caracterizan a sociedades más “espirituales†y “tradicionalesâ€. PodrÃa ser asÃ, y podrÃa explicar por qué algunos de nosotros idealizamos tales sociedades. Pero un ojo arrancado es un ojo arrancado, una flagelación es una flagelación, y la atroz explotación de siervos y esclavos sigue siendo una brutal injusticia clasista, no importa cuánto se la embellezca culturalmente. Hay una diferencia entre un lazo espiritual y un pueblo sometido, aún si uno y otro coexisten.
Por cierto, hay mucho en la intervención china que es deplorable. En los años 90, los Han, el mayor grupo étnico que incluye a más de un 95 por ciento de la vasta población china, comenzaron a ir en forma masiva a TÃbet y a varias provincias occidentales (48). Estos reasentamientos han tenido efecto sobre las culturas indÃgenas de China occidental y de TÃbet. En las calles de Lhasa y Shigatse hay signos fácilmente visibles de la preeminencia china. Los chinos dirigen las fábricas y muchos de los negocios y puestos de venta. Se ha construido edificios elevados de oficinas y grandes centros comerciales con fondos que podrÃan haber sido mejor invertidos en plantas de tratamiento de agua y viviendas.
Los cuadros chinos en TÃbet adoptaron demasiado a menudo una actitud supremacista hacia la población autóctona. Algunos consideraron que sus vecinos tibetanos eran atrasados y flojos, que necesitaban desarrollo económico y “educación patrióticaâ€. Durante los años 90, empleados del gobierno tibetano a los que se sospechaba de simpatÃas nacionalistas fueron purgados de sus trabajos y se lanzaron campañas para desacreditar al Dalai Lama. Según se informa, hubo tibetanos que se vieron sometidos a arresto, encarcelamiento y trabajos forzados por tratar de huir del paÃs y por realizar actividades separatistas y participar en “subversión†polÃtica. Algunos arrestados fueron mantenidos en detención administrativa sin suministros adecuados de alimentos o agua, ni de frazadas, y objeto de amenazas, palizas y otros maltratos (49).
Las reglas chinas de planificación familiar que permiten un máximo de 3 hijos a las familias tibetanas han sido impuestas irregularmente y varÃan según el distrito. Si una pareja va más allá del lÃmite, puede denegarse la atención durante el dÃa, la asistencia sanitaria y la educación subvencionadas a los niños que exceden el lÃmite permitido. Al mismo tiempo, se desdeña la historia, la cultura, y la religión tibetanas en las escuelas. Los materiales educativos, aunque están traducidos al tibetano, se concentran en la historia y la cultura chinas (50).
No obstante, el nuevo orden tiene sus partidarios. Un artÃculo de 1999 en el Washington Post señala que el Dalai Lama sigue siendo venerado en TÃbet, pero... pocos tibetanos saludarÃan el retorno de los corruptos clanes aristocráticos que huyeron con él en 1959 y que incluyen al grueso de sus asesores. Muchos agricultores tibetanos, por ejemplo, no tienen interés alguno en devolver a los clanes las tierras que obtuvieron gracias a la reforma agraria china. Los antiguos esclavos de TÃbet dicen que ellos tampoco quieren que sus antiguos amos vuelvan al poder.
“Ya he vivido una vez esa vidaâ€, dijo Wangchuk, un antiguo esclavo de 67 años que llevaba puestas sus mejores ropas para su peregrinaje anual a Shigatse, uno de los sitios más sagrados del budismo Tibetano. Dijo que veneraba al Dalai Lama, pero agregó: “Puede ser que no sea libre bajo el comunismo chino, pero me va mejor que cuando era esclavo†(51).
Si se apoya el derrocamiento de la teocracia feudal por los chinos no quiere decir que se aplauda todo lo que tiene que ver con el régimen chino en TÃbet. Este punto no lo comprenden a menudo los actuales adherentes de Shangri-La en Occidente. También vale lo contrario. Denunciar la ocupación china no significa que tengamos que idealizar el antiguo régimen feudal. Una queja común entre los prosélitos budistas en Occidente es que la cultura religiosa de TÃbet está siendo destruida por las autoridades chinas. Parece ser asÃ. Pero lo que ponemos en duda aquà es la supuesta admirable e impecable naturaleza espiritual de esa cultura anterior a la invasión. Podemos defender la libertad religiosa y la independencia de TÃbet sin tener que adherirnos a la mitologÃa del ParaÃso Perdido.
Finalmente, hay que subrayar que la crÃtica que formulamos no es un ataque personal contra el Dalai Lama. Parece ser un individuo bastante honesto, que habla a menudo de paz, amor y no-violencia. En 1994, en una entrevista con Melvyn Goldstein, declaró que desde su juventud ha estado a favor de construir escuelas, “máquinas†y caminos en su paÃs. Afirma que pensó que la “corvée†y ciertos impuestos a los campesinos “fueron extremadamente malosâ€. Y le disgustaba la manera como se abrumaba a la gente con deudas antiguas, que a veces eran transmitidas de generación en generación (52). Además, dicen que ha establecido un “gobierno en el exilio†con una constitución escrita, una asamblea representativa y otros aspectos democráticos esenciales (53).
Como muchos ex gobernantes, el Dalai Lama suena mucho mejor fuera del poder que cuando lo tenÃa. Hay que recordar que fue necesaria una ocupación china y casi cuarenta años de exilio para que propusiera la democracia para el TÃbet y criticara la opresiva autocracia feudal de la que él mismo constituÃa la cúspide. Pero su crÃtica del antiguo orden llega demasiado tarde para los tibetanos comunes. Muchos de ellos quieren que vuelva a su paÃs, pero parece que relativamente pocos quieren que se vuelva al orden social que representa.
En un libro publicado en 1996, el Dalai Lama profirió una declaración remarcable que debe haber hecho sobresaltar a toda la comunidad del exilio. En parte dice lo siguiente: “De todas las teorÃas económicas modernas, el sistema económico del marxismo se funda en principios morales, mientras que el capitalismo se preocupa sólo de las ganancias y beneficios. El marxismo se preocupa de la distribución de la riqueza sobre una base igualitaria y de la utilización justa de los medios de producción. También se preocupa de la suerte de las clases trabajadoras –es decir, la mayorÃa– asà como de la suerte de los que son menos favorecidos y necesitados, y el marxismo se preocupa de las vÃctimas de la explotación impuesta por la minorÃa. Por esas razones el sistema me es atractivo, y parece ser justo... “El fracaso del régimen en la Unión Soviética, fue para mà no el fracaso del marxismo sino el fracaso del totalitarismo. Por ese motivo me considero como medio marxista, medio budista†(54).
Y más recientemente, en 2001, mientras visitaba California, señaló que “TÃbet, desde el punto de vista material es muy, muy atrasado. Espiritualmente es bastante rico. Pero la espiritualidad no puede llenar nuestros estómagosâ€. Es un mensaje que deberÃan escuchar los prosélitos budistas acaudalados y bien alimentados de Occidente a los que no les preocupan para nada las consideraciones materiales cuando idealizan el TÃbet feudal.
Dejando aparte al budismo y al Dalai Lama, lo que he tratado de poner en duda es el mito del TÃbet, la imagen del ParaÃso Perdido de un orden social que fue poco más que una teocracia despótica, retrógrada, de servidumbre y pobreza, tan dañina para el espÃritu humano, donde unos pocos acumulaban vastas riquezas para vivir a las mil maravillas a costa de la sangre, el sudor y las lágrimas de los muchos. Para la mayorÃa de los aristócratas Tibetanos en exilio, ése es el mundo al que desean tan fervientemente regresar. El algo muy distinto de Shangri-La.
Notas:
1. Melvyn C. Goldstein, “The Snow Lion and the Dragon: China, TÃbet, and the Dalai Lama†(Berkeley: University of California Press, 1995), 6-16.
2. Mark Juergensmeyer, “Terror in the Mind of Godâ€, (Berkeley: University of California Press, 2000), 113.
3. Kyong-Hwa Seok, "Korean monk gangs battle for temple turf", San Francisco Examiner, December 3, 1998.
4. Gere quoted in "Our Little Secret", Counter Punch, 1-15 November 1997.
5. “Dalai Lama quoted in Donald Lopez Jr., Prisoners of Shangri-La: Tibetan Buddhism
and the West†(Chicago and London: Chicago University Press, 1998), 205.
6. Stuart Gelder and Roma Gelder, “The Timely Rain: Travels in New TÃbet†(New York, Monthly Review Press, 1964), 119.
7. Gelder and Gelder, “The Timely Rainâ€, 123.
8. Pradyumna P. Karan, “The Changing Face of TÃbet: The Impact of Chinese Communist Ideology on the Landscape†(Lexington, Kentucky, University Press of Kentucky, 1976), 64.
9. Gelder and Gelder, “The Timely Rainâ€, 62 and 174.
10. “As skeptically noted by Lopez, Prisoners of Shangri-Laâ€, 9.
11. See the testimony of one serf who himself had been hunted down by tibetan soldiers and returned to his master: Anna Louise Strong, “Tibetan Interviews†(Peking: New World Press, 1929), 29-30 90.
12. Melvyn Goldstein, William Siebenschuh, and Tashì-Tsering, “The Struggle for Modern TÃbet: The Autobiography of Tashì-Tsering†(Armonk, N.Y., M. E. Sharpe, 1997).
13. Gelder and Gelder, “The Timely Rainâ€, 110.
14. Strong, “Tibetan Interviewsâ€, 15, 19-21, 24.
15. Quoted in Strong, “Tibetan Interviewsâ€, 25.
16. Strong, “Tibetan Interviewsâ€, 31.
17. Melvyn C. Goldstein, “A History of Modern TÃbet 1913-1951†(Berkeley, University of California Press, 1989), 5.
18. Gelder and Gelder, “The Timely Rainâ€, 175-176; and Strong, “Tibetan Interviewsâ€, 25-26.
19. Gelder and Gelder, “The Timely Rainâ€, 113.
20. A. Tom Grunfeld, “The Making of Modern TÃbetâ€, rev. ed. (Armonk, N.Y. and London, 1996), 9 and 7-33 for a general discussion of feudal TÃbet; see also Felix Greene, “A Curtain of Ignorance†(Garden City, N.Y.: Doubleday, 1961), 241-249; Goldstein, “A History of Modern TÃbet 1913-1951â€, 3-5; and Lopez, “Prisoners of Shangri-Laâ€, passim.
21. Strong, “Tibetan Interviewsâ€, 91-92.
22. Strong, “Tibetan Interviewsâ€, 92-96.
23. Waddell, Landon, and O'Connor are quoted in Gelder and Gelder, “The Timely Rainâ€, 123-125.
24. Quoted in Gelder and Gelder, “The Timely Rainâ€, 125.
25. Goldstein, “The Snow Lion and the Dragonâ€, 52.
26. Goldstein, “The Snow Lion and the Dragonâ€, 54.
27. Heinrich Harrer, “Return to TÃbet†(New York: Schocken, 1985), 29.
28. Strong, “Tibetan Interviewâ€, 73.
29. See Kenneth Conboy and James Morrison, “The CIA's Secret War in TÃbet†(Lawrence, Kansas, University of Kansas Press, 2002); and William Leary, "Secret Mission to TÃbet", Air & Space, December 1997/January 1998.
30. Leary, "Secret Mission to TÃbet."
31. Hugh Deane, "The Cold War in TÃbet", Covert Action Quarterly (Winter 1987).
32. George Ginsburg and Michael Mathos, “Communist China and TÃbet†(1964), quoted in Deane, "The Cold War in TÃbet."
33. Deane notes that author Bina Roy reached a similar conclusion.
34. See Greene, “A Curtain of Ignoranceâ€, 248 and passim; and Grunfeld, “The Making of Modern TÃbetâ€, passim.
35. Los Angeles Times, 18 August 1997.
36. Harrer, “Return to TÃbetâ€, 54.
37. Karan, “The Changing Face of TÃbetâ€, 36-38, 41, 57-58; London Times, 4 July 1966.
38. Gelder and Gelder, “The Timely Rainâ€, 29 and 47-48.
39. Tendzin Choegyal, "The Truth about TÃbet," Imprimis (publication of Hillsdale
College, Michigan), April 1999.
40. Karan, “The Changing Face of TÃbetâ€, 52-53.
41. Elaine Kurtenbach, Associate Press report, San Francisco Chronicle, 12 February 1998.
42. Goldstein, “The Snow Lion and the Dragonâ€, 47-48.
43. Strong, Tibetan Interviews, 15-16.
44. Jim Mann, "CIA Gave Aid to Tibetan Exiles in '60s, Files Show," Los Angeles Times, 15 September 1998; and NewYork Times, 1 October, 1998.
45. Reuters report, San Francisco Chronicle, 27 January 1997.
46. News & Observer, 6 September 1995, cited in Lopez, Prisoners of Shangri-La, 3. Heather Cottin, "George Soros, Imperial Wizard," CovertAction Quarterly no. 74 (Fall 2002).
47. The Gelders draw this comparison, “The Timely Rainâ€, 64.
48. The Han have also moved into Xinjiang, a large northwest province about the size of TÃbet, populated by Uighurs; see Peter Hessler, "The Middleman", New Yorker, 14 & 21 October 2002.
49. Report by the International Committee of Lawyers for TÃbet, “A Generation in Peril†(Berkeley Calif.: 2001), passim.
50. International Committee of Lawyers for TÃbet, “A Generation in Perilâ€, 66-68, 98.
51. John Pomfret, "TÃbet Caught in China's Web", Washington Post, 23 July 1999.
52. Goldstein, “The Snow Lion and the Dragonâ€, 51.
53. Tendzin Choegyal, "The Truth about TÃbet."
54. The Dalai Lama in Marianne Dresser (ed.), “Beyond Dogma: Dialogues and Discourses†(Berkeley, Calif.: North Atlantic Books, 1996). Quoted in San Francisco Chronicle, 17 May 2001.





























