Si es que las visten como putas

El jefe de redacción de la revista de Rouco dice que, en estos tiempos en que las mujeres consienten en tener relaciones sexuales en mayor medida que lo que cabe en su prejuicio (el del jefe de redacción), la violación es menos delito.

El que la relación sexual consentida sea más frecuente no quiere decir que la no consentida sea menos dañina. No sé en qué cabeza cabe hacer un razonamiento en sentido contrario.

Quisiera reflexionar en esta entrada sobre cuál es el daño de la violación, para ver si entendemos la barbaridad de esas opiniones y nos vacunamos contra esa y otras que han surgido en otras ocasiones. Recuerdo cuando, no sé con qué vinculación con la liberación sexual en los setenta (llegaron tarde los sesenta a este país), se decían cosas como “contra la violación, su legalización” o “mujer, si te van a violar, relájate y goza”. O, como se disculpaba Torrente, "la culpa es de sus padres, que las visten como putas".

En términos evolutivos, machos y hembras eligen con quien compartir genes, prefiriendo la perspectiva que, a priori, parezca maximizar el éxito de la descendencia. Pero machos y hembras no invierten de la misma manera en la progenie. Las hembras, por aquello del embarazo y la lactancia, invierten muchos meses por cada nuevo descendiente que no pueden invertir en otro. Los machos pueden, en ese tiempo, ir de flor en flor, o así quisieran. Como resultado, la hembra es muy exquisita a la hora de elegir. Se juega mucho. El macho puede permitirse la estrategia de la cantidad frente a la calidad.

Claro que hay más estrategias en juego, como que, cuando la madre hace de madre, al dedicar demasiados esfuerzos a la criatura tal vez pueda acceder a menos alimentos y tal vez se exponga más a los depredadores. Un padre que se preocupe de la madre y del hijo aumentará la probabilidad de supervivencia de la descendencia. En el caso del ser humano, esta estrategia es especialmente importante. En otros animales lo es menos y el macho se desentiende totalmente.

Una violación, para una hembra, significa un grave riesgo de perder muchos recursos con un descendiente con genes no adecuados, así que la evolución ha hecho de evitar la violación una de sus prioridades. Una psicología que interprete una violación como algo muy doloroso (además del dolor físico que conlleve la resistencia) ayudará mucho a intentar evitarla. Este dolor es tan real como el físico. Llámese humillación, impotencia, opresión o lo que sea, el dolor existe y puede ser extremadamente traumático.

Los machos no sienten este dolor. La violación a un macho no conllevará tanta carga de dolor como la violación a una hembra porque no hay tanto en juego.

Los machos sienten otro dolor, y es el de la infidelidad de la hembra. El riesgo en este caso es tener que invertir en una descendencia que no transporta los genes propios. He aquí un coste que se parece al riesgo de la violación. La infidelidad del macho no es tan preocupante para la hembra, a no ser que esto conlleve una dedicación del macho a la otra hembra más allá del acto sexual.

Llevado al ser humano, esto quiere decir que, biológica y psicológicamente, el hombre aguanta mejor que su pareja se enamore platónicamente de un rival que no que se eche un polvo ocasional, aunque no hay amor de por medio. En la mujer, ocurre lo contrario por el contrario. Un amor platónico puede hacer que el hombre haga locuras (dedique recursos, tiempo, dinero) por intentar acostarse con el tal amor. Un desliz ocasional del hombre no es nada costoso para la mujer en términos evolutivos. Ninguno puede entender la postura del otro.

En las sociedades modernas, gracias a los anticonceptivos y al control de la cuenta corriente en el régimen de bienes compartidos, se pueden evitar los costes de estas infidelidades físicas o platónicas, pero nuestra psicología no se ha desarrollado en los últimos 50 años, sino en los últimos millones, donde no había nada de eso. Es posible que la psicología de la mujer, en lo que toca a esto, esté mejor preparada que la del hombre en la sociedad moderna.

Las mujeres no entenderán fácilmente que diga que el hombre tendrá más empatía con el dolor de la mujer violada si piensa en su dolor al ser engañado. No digo que sea el mismo dolor, digo que el hombre se acerca a entenderlo mejor así que si se imagina a sí mismo violado. La violación de la mujer propia, de una hermana, una hija o una madre son también dolores que puede sentir el hombre y que le acercan también a sentir el propio de la mujer. Claro que el dolor de la víctima directa será más profundo, pero no es poco el que pueden sentir los hombres cercanos a la víctima. Los violadores, lejos de ser tenidos como héroes o personas a las que envidiar (como se envidia al Don Juan que las enamora a todas y con todas se acuesta), son objeto del mayor de los desprecios entre el resto de los hombres. Una buena prueba de ello es que suelen acabar muertos o malheridos en la cárcel a manos de los otros internos.

Las mujeres entienden el dolor de la violación. Para los hombres que me lean, éste que he descrito es un atisbo del dolor de la mujer. Éste es el que trivializan los obispos.

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